Por Cecilia Perna
Ni bien me hablaron de la obra tuve, con el nombre, un impacto de acepción. Durmientes no me hacía pensar en el acto de dormir, sino en las maderas que atraviesan las vías del tren, las que sostiene el peso de los rieles. Leí algunos datos de la obra, e incluso una entrevista a la directora, Florencia Bergallo, esperando algo que me devolviera esa imagen ferroviaria… pero no sucedió. Durmientes, parecía siempre apuntar al mundo del sueño. Así que me dispuse a pensar alegorías de potencias en letargo, en invernaderos lúmpenes. Y, antes de ir al teatro, empecé a imaginar mundos posibles. Se me había dicho: una casa ocupada, un hombre y dos mujeres. Así que abandoné las líneas paralelas de las vías del tren y me dediqué a imaginar triángulos. El que encontré en la escena me sorprendió.
Era una cuestión de compensaciones. Él, alto. De energía y de tamaño. Una arista que abarcaba mucho. Una arista que aparenta (aparenta, digo) sustentar todo, proveer. Dar techo y comida, aunque la comida faltara y el techo, fuera provisorio y ajeno. Él daba definiciones del mundo, daba perspectivas de la vida, daba órdenes. Un rey del reino de la mismísima nada, él, el seudobolche. Un destructivo, un renegado, un negador de la realidad, falsificador de valores, esperpento de la simulación… un pavo. Un machista de izquierda, de esos que no valen la pena. Una gran piñata de energía que promete sorpresas adentro y está hueca como un tronco viejo.
Ella, la primera ella en escena que es la segunda ella en la casa, es una gran muñecota que aparenta (aparenta, digo) una inocencia boba. Una chica lenta, alguien diría. Su nariz llegaba a la altura de la nariz de él, y era alta y gigante y preciosa, arrastraba su fuerza al piso, crecía desde el piso, y los pasos las palabras las ideas que llegaban a la boca, se tomaban su tiempo en subir. Y esta lenta gigante y bella, que carece de dote intelectual, tiene sin embargo la apertura de la experiencia, su sabiduría. Ella recién entra a la casa y es la que siempre está más pronta a irse. Más cerca de la libertad.
La otra ella, o la ella una, hace años que vive atrapada. Es pequeña. Y si alcanza la nariz de él es a fuerza de un continuo desplazamiento. Como una bola de fuego que salta y lo ocupa todo a gran velocidad. Es un animalito desesperado que rebota contra los fierros de la jaula, o una animalita, quizá, animalita de la autoconciencia. Ella sabe todo, entiende todo, su cabeza es una luz, un pozo de rubia claridad que hace juego con los ojos, ella es inteligente, brillante y ágil. Trepada a los muebles, por todas partes colgada, ella lo supera, a él, lo sobrevuela, su cabeza está por encima, y sin embargo, cuánto más lejos de escapar, se encuentra quizá, que su compañera. Es una luz atada.
La escena aquí, entre estos tres, es una pura cuestión de poder, de maniobras y contra maniobras alimentadas por los deseos de avance. Es un triángulo de durmientes que juegan a ver quién está sobre el otro, quién se apoya sobre quién, quién soporta más peso. Pero por los durmientes de este triángulo, no circula el progreso: esta es una construcción sin salida, una panoplia de falsas promesas. No hay vía de escape allí, no pareciera: los triángulos no conducen a ninguna parte.
Dramaturgia y Dirección: Florencia Bergallo. Con Julián Krakov, Lola Lagos, Victoria Roland. Escenografía y diseño de luces: Julieta Potenze. Diseño de vestuario: Paola Delgado. Realización de escenografía: Julieta Potenze, Ariel Vaccaro. Realización de vestuario: Paola Delgado. Fotografía: Brenda Bianco. Diseño gráfico: Brenda Bianco. Entrenamiento corporal: Mariana Tellechea. Asesoramiento dramatúrgico: Marcelo Bertuccio. Asistencia de dirección: Gisel Robles, Ximena Seijas. Prensa: Ezequiel Hara Duck. Producción: Florencia Bergallo, Julián Krakov. Última función 4/12/2011. Elefante club de teatro, Soler 3964. Tel. 4821-4425.