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6 de julio de 2015

VINTAGE * | TEATRO | "Paraná Porá" de Maruja Bustamante

Dos para criar al gurí

por Cecilia Perna

No es difícil de imaginar, la plena catástrofe: la expansión del hielo, la extensión del frío, la desaparición de todo lo viviente. Pero un poquito antes, sobre el filo de la disolución absoluta, dos mujeres, un barco y un cuchillo se abren paso a la deriva, para intentar salvar el último brotecito, de la desolación completa.

Lo adorable es, en este caso, que nada de esto sucede en New York, que no está proyectado en pantalla gigante, ni ningún Roland Emmerich lo dirige. Lo adorable es (fue) haber transitado esta historia entre la dulce voz real de las actrices y el sonido a corriente suave de un arpa, en una sala repletísima de gente el día que la directora y escritora de la obra, Maruja Bustamante, cumplía años.

Lo bello, lo suave, lo más porá de todo era sentirse instalada en una especie de intimidad cotidiana que, sin embargo, sostenía los cuerpos en ese estado de excepción que consigue generar, cada vez, el teatro. Era ver esa catástrofe de importación en prototipos, transformada a unos tonos bien imaginables litoraleños, a unas mujeres maestras o almaceneras, a unos olores y sabores y palabras y rutinas que todos podemos reconocer como propios.

Pero como propios y no. Porque la gracias del desarme, estaba también en repreguntarse por eso que es lo propio. Ya no rascacielos newyorkinos pero tampoco nieblas tristes del Riachuelo, sino el espejo ancho del Paraná, como lugar en blanco (blanco como un ‘blank’, me gustaría decir) donde volver a construir, con humor y con dulzura, con cuidado casi de madre, un mundo al borde de la muerte.

Una gringa redonda y asustada, una polaca salvaje y curtida por afuera. Una vaca lumínica, mutante de pez o perro de agua y un río porá porá que se desliza suave en la musiquita del arpa, hacia un destino antiguo de ombligo, Córdoba, piedras duras y altas a las que abrazarse como a un mojón de vida para encontrarse con el resto de la gente. Un brote de amor que salvar flotando en el cuerpo y la sonrisa del Santo, que todo lo sobrevuela, tramando y haciendo trampas como el gato de Cheshire. Paraná Porá. Muy pero muy Porá. Porque, como dijo Bretón al final de su Nadja: la belleza se da toda de golpe, o no se da.

*  Esta sección rescata el material que fue publicado en www.ruletachina.com, de 2007 a 2010, y que por ahora no existe en ningún otro lugar de la red. Esta reseña salió publicada en oportunidad del estreno de la obra que entonces era protagonizada por Valeria Lois (su rol hoy está a cargo de Iride Mockert) y Monina Bonelli. 

"Paraná Porá" de Maruja Bustamante. Con Monina Bonelli, Iride Mockert. Música: Sonia Alvarez. Escenografía: a77. Objetos: Carolina Villacorta. Maquillaje: Srta Bimbo Godoy. Diseño de vestuario: Candelaria Aaset. Diseño de luces: Javier Casielles. Asistencia artística: Gael Policano Rossi. Asistencia general: Nicolás Capeluto. Producción: Monina Bonelli, Nicolás Capeluto. Puesta en escena: Maruja Bustamante. Dirección de actores: Maria Urtubey. Martes 21 hs. El extranjero, Valentín Gómez 3378. Entradas: $120. Hasta el 29 de julio de 2015.

30 de junio de 2014

TEATRO | "Spam" de Rafael Spregelburd | El imperio de lo excesivo



Por Alba Ermida
Foto: Carlos Furman

Spam es el correo electrónico no deseado y por extensión, el contenedor virtual de todo aquello que no sea relevante por su falta de interés. La propuesta homónima de Rafael Spregelburd lleva este concepto no sólo a la puesta en escena, sino sobre todo al contenido narrativo, y lo hace de una forma radical.

Al entrar en la sala sorprende el abigarramiento de tanto objeto sobre el escenario. Elementos dispares, no relacionados ni relacionables, excesivos. Y además, para rematar la ya de por sí imposible asociación entre una cama, diez cajas de muñecas o una cabina telefónica, una gran mesa de mezcla de sonido e instrumentos variopintos (copas, agua, un arco) ocupa el centro del espacio.

Desde el momento en que se acomoda el último espectador en el asiento, la mente trabaja buscando un sentido que no llega, uniendo todos los elementos que la puesta y los cuerpos le lanzan como piezas de un puzzle deshecho. Un puzzle que empieza con un karaoke ensordecido por el aire loco de un soplador de hojas. Un soplador de hojas que desordena las láminas que llevan escritas los días del mes. Un mes donde pasan los acontecimientos que se narran. Y digo bien, se narran, pues la historia -si es que hay tal cosa- aunque se compone de pequeñas escenas que acontecen cada una en un día del mes, no es representada de la forma que nos esperamos al entrar en un teatro. La historia está contada, explicada, por un hombre en el que confluyen diversos roles: presentador, protagonista, profesor de universidad... Y sería inútil intentar explicarla porque ella constituye el spam.

Ahí radica la originalidad de Spam: en sí misma contiene y en ella misma se constituye lo que está contando. El exceso de inputs que recibe el público, la saturación de formas narrativas (vídeo, karaoke, animación, cámara de vídeo que graba y emite simultáneamente, sombras), la cantidad de información que de tanta no se puede retener ni ordenar, la duración del espectáculo, es de lo que la obra habla. De un mundo posmoderno donde se entremezclan medios, formas, contenidos y variedad de interpretaciones, y de un mundo incomprensible que no se puede aprehender. A ello no sólo contribuye ese exceso, también la imposibilidad de traducir exactamente el código en que se expresa.  

Los efectos sonoros, todos ejecutados por Zypce en directo, contribuyen a la imitación del sonido de ese mundo actual que no se puede comprender y que además nos ensordece, nos embarulla los sentidos y la atención y al que, aunque al principio molesto, poco a poco, como a todo en este mundo de sobre información, nos vamos acostumbrando, hasta que de tan presente ni lo percibimos, inmunizados ante el exceso y narcotizados a sus efectos.

"Spam" de Rafael Spregelburd, Con Rafael Spregelburd, Federico Zypce. Actuación en video: Laura Amalfi, Elisa Carricajo, Patricia Frencio, Pino Frencio, Manolo Muoio. Vestuario: Florencia Lista. Maquillaje: Georgina Serafini. Diseño de escenografía y luces: Santiago Badillo. Diseño sonoro, dirección musical y música: Federico Zypce. Video: Elisa Marras, Alejo Moguillansky, Alessandro Olla, Valentina Olla, Alejo Varisto. Asistencia general: Manuela Cherubini, Gabriel Guz. Producción: Cetc, Rafael Spregelburd, Federico Zypce.  Miércoles, jueves y viernes, 21 horas. El extranjero, Valentín Gómez 3378. Entrada: $120.  

29 de abril de 2014

TEATRO | "El rastro" dirigida por Alejandro Tantanian | Réquiem para una sola voz


Por Alba Ermida
Foto: Ernesto Donegana

“El corazón tiene razones que la razón no entiende”. Esta frase, eco repetido en la conciencia de Nora García, resuena como el sentido primero y último de este drama, hijo de su homónima novela original.

Margo Glantz escribe El rastro en forma de monólogo interior para darle voz a una mujer que asiste al entierro de su ex marido. Analía Couceyro y Alejandro Tantanian llevan a escena este largo discurrir de la conciencia de una viuda en forma de monólogo, también interior. Pues, aunque Nora García hable con el público, realmente habla consigo misma, con su conciencia. Tanto es así que en varios momentos de la obra su personalidad se desdobla y su discurso pasa a ser en primera y tercera persona: “Yo, Nora García. Ella, Nora García”.

Un escenario vacío hace pensar en la mente en blanco sobre la que escribir un recuerdo. El recuerdo de un funeral. El funeral de un ex marido. Sólo dos sillas, sobre las cuales Nora García asienta sus recuerdos. Ella lo dice de otra forma: “recuerde lo que recuerde, yo siempre estoy sentada en el recuerdo”. Y con un escenario vacío y la mente predispuesta del espectador -también vacía, en cierto modo-, el escenario se empieza a dibujar al tiempo que Nora lo describe. Porque realmente se trata de una larga descripción: el ataúd, el muerto, la ropa de María que le viene a dar el pésame... Y sólo con la palabra se crea en la mente del espectador una escena que no ve, pero imagina. Ahí está la grandeza del teatro, evocar a partir de la ausencia una presencia grandiosa. Y ahí entronca esta obra con su original. En la novela el lector se imagina... el ataúd, el muerto, la ropa de María... y en esta adaptación, prácticamente literal (el texto dramático es exacto al literario, con sus correspondientes elipsis), el espectador hace lo mismo, imagina... el ataúd, el muerto, la ropa...

Lo único que no se deja al ensueño del público es la música. Muy presente en la novela, en esta versión apostaron por plasmar la música de forma física en la escena, y pusieron a un cellista en el escenario. Rafael Delgado acompaña y puntúa la angustia y el recuerdo de Nora tanto con las variaciones de Goldberg que la viuda menciona como con efectos sonoros como el latido del corazón.

El del difunto que dejó de latir y el de Nora, que se agita en esa situación incómoda que la hace dudar y culparse, que la hace pensar en momentos felices y en otros que le hubiese gustado vivir, que la hace emocionarse y nos hace, a los que estamos sentados frente a ella, emocionarnos con el relato descriptivo del rastro que un hombre dejó en ella. Pues la muerte, dice ella, es la forma más violenta del amor.

"El rastro" de Margo Glantz. Adaptación teatral: Analía Couceyro con la colaboración de Alejandro Tantanian. Dirección: Alejandro Tantanian. Con Analía Couceyro y Rafael Delgado. Música: Rafael Delgado. Diseño visual: equipo El rastro. Asistencia de dirección: Ernesto Donegana & Ignacio Bartolone.  Producción: Mónica Paixao. Sábados, 18 hs.  El extranjero, Valentín Gómez 3378. Entrada: $90, $70.  

14 de marzo de 2014

TEATRO | "Iván y los perros" dirigida por Stolkiner y García Mendy | Poéticas de la alienación


Por Luciana Estévez 

Moscú. Década del ‘90. Todo el dinero se había ido y no había con qué comprar comida. Así que Madres y Padres trataron de encontrar cosas que pudieran sacarse de encima, cosas que comían, cosas que bebían o cosas que necesitaban calor. Primero fueron los perros. Así comienza Iván y los perros, un texto dramático de Hattie Naylor originalmente pensado para radio, traducido al español por Alejandro Tantanian y llevado a escena bajo la dirección de Mariano Stolkiner y Gustavo García Mendy.

Una obra basada en la historia real de un niño moscovita de cuatro años a la deriva de una ciudad arrasada por el capitalismo salvaje y vertiginoso de los inicios de la Federación Rusa. Desamparo material y afectivo en el que vemos a un actor en la soledad de un espacio que empieza a poblarse de relato, sonido e imagen mediante la actuación, el dispositivo técnico y la ejecución musical. La tecnología construye una espacialidad simbólica que resignifica el vacío a partir de efectos de animación visual y espacialización sonora. Virtualidad ambiental que atraviesa al actor poetizando el conflicto entre el sistema capitalista y la vida del hombre en sociedad, donde un entorno generado por sus propias manos se le vuelve hostil, inasible e ingobernable. Este entorno visibiliza la tremenda recesión económica posterior a la disolución de la URSS y opera en el relato como puede entenderse el concepto marxista del fetichismo de las mercancías: exaltación materialista que ubica a los seres humanos en una posición pasiva respecto de la vida individual, social e histórica, haciendo que la vida productiva y las relaciones definidas entre los hombres asuman la apariencia de una relación existente entre cosas.

Haciendo contenido de la forma y forma del contenido, la obra elige el dispositivo técnico para hablarnos del conflicto que existe en la relación entre hombres, entre cosas, y entre hombres y cosas, donde un tercer elemento se abre paso: los perros. Stolkiner y García Mendy trascienden la asociación de la tecnología con la electrónica, Internet y el chirimbolo sensacionalista desplegando su sentido más estricto y amplio al poner en juego no solo sus efectos sino también su tenor conceptual. Las enciclopédicas definiciones de la tecnología como reunión de conocimientos técnicos organizados de manera científica, de carácter utilitario y subordinado, que permite y facilita la relación del hombre con la naturaleza cobran en Iván y los perros una gran contundencia poética. Se utiliza el mecanismo técnico, evidentemente artificial, para representar aquello que en la vida del hombre en sociedad se presenta como “natural” (las condiciones del mercado y sus consecuencias como un hecho dado y no construido) permitiendo así des-velar la naturaleza sensible y gregaria de la supervivencia humana a través de la relación vital de Iván con los perros.

Tanto por el tema como por los procedimientos, la obra piensa a partir de la operación en vivo del sonido, la música y la imagen por parte de ambos directores, quienes participan de la escenificación desde su ubicación espacial y su caracterización, manipulando el dispositivo técnico que encierra al actor-hombre-niño. En la brillante interpretación de Emiliano Dionisi convergen todos los lenguajes de la obra haciendo de su relato una profunda y conmovedora reflexión sobre la naturaleza humana, sus necesidades instintivas y el extrañamiento de las condiciones alienantes de socialización que establece el hombre para su propia existencia.

"Iván y los perros" de Hattie Naylor. Traducción: Alejandro Tantanian. Dirección, música y  operación de sonido en vivo: Gustavo García Mendy y Mariano Stolkiner. Con Emiliano Dionisi. Voces pregrabadas en ruso: Alekseyev Vyacheslav, Denis Ilchik, Katerina Pantiukhina, Valeria Maltseva. Diseño de espacio: Mariano Stolkiner. Diseño sonoro y música original: Gustavo García Mendy. Diseño lumínico: Julio López. Diseño de vestuario: Merlina Molina Castaño. Diseño de ilustraciones: María Chevalier. Diseño y Animación en video: Julián Rur. Fotografía: Guido Piotrkowski. Gestión de derechos de autor: Marion Weiss. Asistente de dirección: Merlina Molina Castaño y Rodrigo Mujico. Producción general: El Balcón de Meursault.  Sábados, 21 horas. El Extranjero, Valentín Gómez 3378. Entrada: $70, $90. 

15 de febrero de 2012

TEATRO | "Señorita Julia" dirigida por Marcelo Velázquez | Julia renovada



Por Lía Noguera


Una vez más, Señorita Julia de August Strindberg sube a escena, y en esta ocasión lo hace en la versión realizada por Enrique Papatino, con las actuaciones de Josefina Vitón (Julia), Paula Colombo (Cristina) y Gustavo Pardi (Juan) y bajo la dirección de Marcelo Velázquez. 

Este director que ya ha sabido degustar el placer de transitar por los clásicos universales, así como también ofrecernos un recorrido por algunos dramaturgos contemporáneos, logra nuevamente valerse del universo discursivo de las teatralidades canónicas y en esa apropiación realiza su propio gesto poético. Porque, ¿qué sentido tendría desnudar el pasado y el presente nefasto de Julia si no es para proponerlo como un imaginario identificador de realidades, que si bien presentes hacia fines del siglo XIX –momentos en los cuales fue escrita la obra- aún continúa significando en la contemporaneidad? Si bien la lucha entre clases sociales, la opresión de la mujer en un espacio regido por la mirada patriarcal, la imposibilidad de ascenso económico, entre otras, son las temáticas que saltan a la vista cuando leemos o vemos este clásico sueco, lo interesante es profundizar en los costados quizá más opacados del texto y que en nuestra actualidad son aquellos que calan en lo más hondo. 

Y eso es lo que hace esta nueva Señorita Julia, puesto que privilegia y acentúa el universo ficcional, los juegos y los sueños que sustentan la vida de los tres personajes protagonistas, un sustento que será primordial a la hora de permanecer, de soportar la opresión en la que viven. Julia, la hija del conde quien la ha dejado junto a sus criados durante la fiesta de San Juan, bebe y baila con su criado, y durante esas escenas exhibe sus intentos de dominación. Pero en el discurrir de estos momentos lúdicos, ella quedará prisionera y la relación dominado-dominador se invertirá y solo una salida será posible: terminar con los sueños de libertad. Sueños y realidad se contraponen, así como se oponen los representantes del pueblo a la unión de clases y todo esto es narrado desde un mínimo espacio escenográfico que, acertadamente realizado por Gastón Nanni, logra acentuar y destacar la articulación entre escena y extra escena. 

Ahora bien, si la efectividad de esta puesta está dada por las lecturas del texto que tanto Papatino y Velázquez realizaron y lograron plasmar en la escena, en el plano actoral el componente semántico de la obra logra sustentarse. Si bien existe una disparidad entre las actuaciones femeninas y la masculina, esto seguramente está dado por la fuerte presencia de Gustavo Pardi en el escenario, que logra variar los tonos como así también articular los diferentes matices que su personaje requiere. Un excelente trabajo por parte de este actor, que con todo lo antedicho, hacen de esta nueva Señorita Julia una novedosa revisión del  clásico universal. 

"Señorita Julia" de August Strindberg. Versión: Enrique Papatino. Dirección: Marcelo Velázquez. Con Josefina Vitón, Gustavo Pardi y Paula Colombo. Escenografía y  Vestuario: Nicolás Nanni. Realización de Escenografía: Gastón Nanni. Realización de Vestuario: Celia Cohan. Iluminación: Alejandro Le Roux. Música Original: Pedro Rossi. Diseño Gráfico: Verónica Duh. Soporte Audiovisual: Sebastián D’Angelo y Virginia Mañe. Asistencia de Dirección: David Robles. Viernes a las 21 hs. hasta el 23 de marzo inclusive. A partir del 1° de abril, domingos a las 19 hs. El extranjero, Valentín Gómez 3378. Informes: 4862-7400. Entrada $60.

5 de diciembre de 2011

TEATRO | "Apátrida" de Rafael Spregelburd | Teatro por la identidad

Por Eugenia Guevara

Después de ver Apátrida, doscientos años y unos meses, o durante, pensé en Luca Prodan, pensé en Copi, pensé en Gombrowicz, pensé en mis amigos que hace diez años se fueron de la Argentina y nunca volvieron. Pensé en mí. Pensé en aquellos que, probablemente más como un síntoma generacional que como una actitud filosófica, podían sentirse retratados, esbozados, incluidos y aludidos por la idea (o las ideas) que sustenta (n) la obra escrita-ópera hablada, dirigida e interpretada por Rafael Spregelburdcon el apoyo en escena de Federico Zypce interpretando instrumentos no convencionales, pero también operando, bailando y saludando. 


El texto dramático se basa en la correspondencia que en 1891 mantuvieron Eduardo Schiaffino y Azul de Prusia, seudónimo de Eugenio Auzón, un crítico de arte nacido en España. El tema: el arte nacional. Schiaffino, luego de haberse instruido en Europa gracias a una beca, expone junto a un grupo de artistas, en la calle Florida de Buenos Aires, y con ello pretende fundar, tal vez, un arte nacional. Pero Eugenio Auzón se opone encarnizadamente a la existencia de un arte nacional y además reza: “Habrá arte argentino dentro de doscientos años y algunos meses”. El crítico considera pésimas las obras de esa exposición, donde reinan Juan Moreira en múltiples versiones y las cebollas. 

Spregelburd interpreta a cada uno de los contrincantes, subiéndose a una pequeña tarima para ser Schiaffino, el apasionado defensor de un arte argentino, y bajándose, para ser el cínico y lúcido Auzón que no solo descree del arte "argentino" sino que con sus palabras cuestiona todo el tiempo el concepto mismo de "patria" y/o "nación" y, de alguna manera, sugiere que al concepto de "identidad", no habría que explorarlo a partir de esos parámetros. Zypce musicaliza con folklore cuando la referencia a Juan Moreira o la tendencia moreirista en el arte lo amerita, o deja deslizar la cortina de Almorzando con Mirtha Legrand primero y del noticiero del 13, después. Spregelburd como Auzón llega a amplificar los latidos de su corazón. La disputa postal entre artista y crítico termina en duelo. Un duelo que le "revela" a Auzón que el hecho de ser un "apátrida" terminará por silenciarlo.

Cada momento representado, la inauguración de la muestra en la calle Florida, la crítica de Auzón, la disputa y el duelo, se enmarcan en una escenografía que va mostrando sus capas, como de cebolla, desde el terciopelo con dorado de los cortinados de la galería  de arte hasta los delgados árboles apretados del bosque donde ocurre el duelo. 

Lo mejor de todo, es decir, lo que hincha, intensifica y multiplica los sentidos posibles de Apátrida, ocurre al final con dos piezas musicales, que mantendré en el anonimato porque sus presencias son una sacudida después de casi dos horas de viaje mental a través de un texto que fluye para recalcar que no se trata solo de la imposibilidad de definir qué es el ser nacional sino que además carece de sentido hacerlo. Con la primera, los protagonistas ejecutan una una coreografía inesperada y graciosa, y con la segunda, una canción que cierra de manera perfecta, me dan el mejor regalo que pueden hacerle a alguien que es y ha sido por más de 20 años fanática de Depeche Mode.

Dramaturgia y dirección: Rafael Spregelburd. Con: Rafael Spregelburd y Zypce. Composición y ejecución: Zypce. Textos: Rafael Spregelburd, sobre las cartas originales de Eduardo Schiaffino y Eugenio Auzón (1891). Viernes a las 20.30 hs. Última función: 16 de diciembre. En El Extranjero, Valentín Gómez 3378, Buenos Aires. Localidades: $60, Jubilados y estudiantes: $40. Reservas: 4862-7400.