Por Sylvia Nadalin
Esteban F. Llamosas es un joven escritor cordobés que ya lleva publicadas cinco novelas estructuradas como saga de Los casos del detective Lespada (la serie se inició en 1998 con El rastro de Van Espen), un personaje solitario y cínico que vive con su gato Raimundo y trabaja, en su oficina en el 1º B de la calle Colón, con su ayudante Cherkavsky, guiños referenciales a lo mejor de la novela negra moderna.
Su último libro, La milicia del diablo fue una de las estrellas del Primer Encuentro Internacional sobre Género Negro “Córdoba Mata” 2014, un evento que trata de emular al Buenos Aires Negro (BAN) desde las sierras mediterráneas, y cuya primera edición convocó a escritores internacionales y locales que debatieron el boom del género que mejor cuenta la violencia urbana y la corrupción social de las grandes metrópolis.
En esta entrevista, Llamosas habla de su último trabajo, atravesado por la búsqueda de un falso Mesías (Maitreya), grupos que adoran al diablo, torneo de peluqueros matones, ancianas manipuladas por desarrollistas inmobiliarios y peronistas esotéricos que evocan al sangriento López Rega. Un cóctel ficcional que apela al humor para hablar de todo lo que no causa ninguna risa en esta ciudad de negociados espurios y peligrosos.
A diferencia de las anteriores, esta nueva aventura está atravesada por coyunturas y problemáticas de una Córdoba actual. ¿Incorporaste estas temáticas a modo de crítica o solo funciona para acercarte más a cierta “violencia” propia del género?
Es cierto que en esta novela la relación con la actualidad es más directa, pero en las anteriores también había referencias, quizás más escondidas, menos identificables a primera lectura. Esta vez decidí ser más directo porque los cambios de la ciudad acompañan el envejecimiento del detective, y lo van dejando triste y melancólico en una Córdoba que ya no siente propia. Además, esos cambios tienen que ver con la red de corrupción que aparece en la trama.
Además hay varios hechos políticos que la recorren. ¿Hay un Lespada más comprometido “ideológicamente”?
Lespada no se compromete ideológicamente, está lejos de tener conciencia social y mucho menos de ser un militante. Su única ética es la del caso y la que debe al cliente. Esa falta de compromiso con la realidad que lo rodea a veces resulta incómoda para ciertos lectores que pretenden un héroe en el detective. La mayor politización de las últimas dos novelas no tiene que ver con el personaje, sino con el autor. Está claro en la elección de los temas. Pero para que la trama política funcione, para contar lo que quiero contar, necesito que Lespada siga siendo el mismo indiferente de siempre.
El humor, característico de todos tus libros anteriores, se convierte en parodia, a veces cínica, en la descripción de casi todos los personajes. ¿Es un recurso que se adapta a este giro temático?
Utilizo la parodia desde la primera novela de la serie, aunque ya con una vuelta de tuerca. Al principio servía para “acordobesar” los clichés de un género muy identificado con las grandes ciudades norteamericanas. Después pasó a ser un recurso para exponer el fanatismo. En todas las novelas aparecen fanáticos: líderes de una secta, seguidores de la reina del porno, anarquistas mesiánicos, adoradores del diablo. El absurdo es la forma que prefiero para presentarlos.
¿Cómo surgió la idea de contar historias de “diablos” y apariciones?
Los temas esotéricos y religiosos me interesan desde siempre, supongo que es una influencia de mis lecturas adolescentes, desde El péndulo de Foucault para acá. Ya aparecen en El rastro de Van Espen y La biblioteca Listen. Pero en este caso, la elección del diablo como disparador de la trama, tiene que ver con que quería hablar del Mal, para referirme a otro mal mucho más cercano y presente: la corrupción social. Funciona como una metáfora, y también para pintar una ciudad oculta, a veces delirante, a veces peligrosa.
¿Cuánto hay de ficción y cuánto de realidad en las historias de las luchas sindicales de peluqueros, las intimidades del penal de San Martín y los grupos peronistas lopezreguistas?
Ni siquiera sé si existe un sindicato de peluqueros en Córdoba, no me interesaba que ese dato fuera real. Necesitaba una disputa personal en un contexto sindical peronista, y la visita a una vieja peluquería de la ciudad, cargada de trofeos y diplomas, me decidió por el rubro. Respecto al “peronismo satanista”, el grupúsculo que busca reconocimiento institucional en la novela, quien conozca un poco la historia de López Rega entenderá que la asociación era inevitable. Y lo que escribí de la cárcel sólo es real en cuanto a la descripción de los pabellones, pero sospecho que mi relato del Anticristo de San Martín puede resultar un cuento de navidad frente a la realidad penitenciaria.
¿Cuáles son hoy tus influencias literarias del género?
Mis influencias son innumerables, y no sólo del género, van de Chandler a Soriano, pasando por Fontanarrosa, sería difícil acotarlas. Pero puedo indicar los tres autores policiales que más disfruto en los últimos años: el italiano Massimo Carlotto, la francesa Fred Vargas y el porteño Guillermo Orsi, ahora a mano, radicado en las sierras de Córdoba.