Por Alba Ermida
Un descubrimiento acertado del teatro contemporáneo es la adaptación de textos no dramáticos, bien llevándolos a una interpretación actual, bien revisándolos desde la perspectiva del lenguaje y la estética. Es un acto de generosidad por parte de un director traer al presente un clásico: una forma nueva y atractiva de asomarnos a la literatura más descollante.
Es el caso de esta versión de El Fantasma de Canterville que, quizás más conocido por su título que por la narración en sí, nos acerca el mundo de Oscar Wilde. Si bien es cierto que esta adaptación teatral no pretende la fidelidad al texto original, sí conserva trazos del estilo del autor irlandés, siendo el humor corrosivo el más destacado. Una crítica que evidencia, como herida abierta, la aristocracia snob inglesa y el escepticismo vanaglorioso y pragmático estadounidense. No se libran ni el materialismo que todo lo compra de la familia Otis ni el abolengo arcaizante de los Canterville.
Y para una historia tan fantástica como esta, en la que un fantasma ve su capacidad de asustar minada por el raciocinio inalterable de la familia Otis, nada mejor que el teatro de títeres y objetos. Esta obra es un claro ejemplo de la utilidad dramática de los objetos que trascienden su historia sobre las tablas como mera utilería y se convierten en personajes, en actantes de una acción que sobre cuerpos humanos perdería la magia del texto original sin ganar verosimilitud ni metáfora.
El cruce de lenguajes –teatro físico, de títeres, de objetos, máscaras, danza, teatro negro- es un acierto para contar esta historia en todos los niveles: de contenido, de estética, de tensión y atención. No decae nunca el estado de expectación del público, atento a la diversidad minuciosa de cosas que pasan en escena, mechadas con guiños clownescos, con trucos de magia, con chistes sacados literalmente del relato de Wilde.
El diseño de luces realza mucho el trabajo de los actores en los momentos en que prestan los cuerpos a los personajes y en el momento en que manipulan objetos y títeres. También la escenografía consigue una profundidad en el escenario extraordinaria y lo secciona en distintas zonas que permiten las meticulosas y milimétricas coreografías que realizan seis actrices y tres actores en la oscuridad para llegar a la siguiente escena en su correspondiente personaje.
Tres momentos son sobresalientes en este continuum de acción trepidante: el inicio del relato sobre una tarima de madera donde los cuerpos dan forma a distintos elementos -humo, caballos, carruajes, tren- con una ejecución brillante. El breve pero efectivo momento en que un esqueleto fosforescente y bailarín se resignifica sobre un fondo negro –una cadera con sus fémures y sus tibias que parece un danzante flamenco- y la escena de la búsqueda policial en que teteras, tazas y coladores de té hacen las veces de inspectores. Lenguajes que, por su ausencia en las salas porteñas, hacen quedar al público con la boca abierta.
"Canterville, Gabinete de curiosidades" de Pablo Gershanik. Títeres: Aníbal Flamini, Julia Sigliano, Dina Spivak. Actúan: Amalia Casares, Telma Crisanti, Ezequiel Garcia Faura, Pablo Kusnetzoff, María Luz Morcillo, Dolores Naón, Maïa Pedroncini, Antonela Placenti, Laura Soifer. Vestuario: Fiorella Placenti. Escenografía: Ricardo Reich. Iluminación: David Seldes. Diseño sonoro y música original: Julián Teubal. Realización de máscaras: Alfredo Iriarte. Trabajo rítmico: Federico Estévez. Asesoramiento coreográfico: Lucila Alves. Asistencia técnica: Lautaro Simione. Asistencia de dirección: Maïa Pedroncini. Producción: Pierpaolo Olcese. Domingos 18 hs. Galpón de Guevara, Guevara 326. Entrada: $130. Última función: 29 de noviembre de 2015.