25 de noviembre de 2015

TEATRO | “Vulva” de Carla Llopis | Lo que no se nombra


Por Alba Ermida
Fotos:Guido Bovina

Vulva es un espectáculo de teatro danza, donde estas artes escénicas se alían en el escenario para develar lo oculto durante siglos de historia. Pues Vulva es sobre todo eso: visibilizar lo que se esconde, nombrar lo que no se nombra, mostrar que existe lo que se trata de obviar: la vulva.

Con el acento puesto en esta parte del cuerpo femenino, no sólo reproductora si no también -y por eso más silenciada aún- órgano de placer, el grupo El pliegue con Carla Llopis a la cabeza, hace un recorrido por deidades y personajes de la historia y de distintas religiones y mitologías polémicas por su libertad sexual, controvertidas por su actitud no sometida, y por tanto rechazadas, ocultadas y estigmatizadas por sus sociedades patriarcales.

Combinando solos, dúos y tríos, las tres bailarinas les ponen cuerpo a Lilith, a Baubo, a Bathory, a Eva, entre otras. Mientras, un coro de ocho mujeres de todas las edades hilan capítulo con capítulo transitando el espacio, tiñendo de rojo -con todos sus simbolismos- el escenario vacío, declamando textos que presentan los personajes que las bailarinas encarnan.

Los elementos escénicos se combinan para crear una obra estética: la luz que resalta los cuerpos desnudos, que moldea el espacio y da volumen a las coreografías. Un vestuario hermoso, en tres colores: beige, rojo y negro, que potencia los movimientos de las bailarinas y vela sus cuerpos en texturas translúcidas. Y unas coreografías que recrean la esencia del personaje retratado en cada capítulo: violenta la de Lilith, sugerente en su sobriedad la de Bathoty, robótica la de la buena esposa Eva... Todas acunadas por unos temas musicales de creación de Juan Pablo Martini.

Haciendo un repaso por la historia, el espectáculo termina confluyendo con la actualidad en un capítulo que lleva por título Vulva cyborg donde las once mujeres sobre el escenario se burlan de la divinidad femenina coetánea: la mujer intervenida con cirugía estética.

De Carla Llopis. Con Ayelén Aranea, Gisela Arrosio, Mirta Calza Citin, Marcela Collins, María Rosa Frabasile, Elizabeth Ibánez, Antonella Ipekchian, Alicia Labraga, Carla Llopis, Lucrecia Sacchelli, Romina Venegas., Ileana Zabala. Vestuario: Olga Farías. Diseño de luces: José Binetti. Música original: Juan Pablo Martini. Asistencia de dirección: Manuel Reyes Montes. Producción general: Carla Llopis, Lucrecia Sacchelli. Domingo 21 hs. Actors Studio Teatro, Díaz Vélez 3842. Última función: 29 de noviembre de 2015. Entrada: $100, $80.

15 de noviembre de 2015

CINE | "Jauja" de Lisandro Alonso | Cowboy danés va a América


 Por Analía Iglesias *

"Pero como los mares urden oscuros canjes/ y el planeta es poroso, también es verdadero/ afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges", escribió Jorge Luis Borges

Bajo el artefacto de la rima de Borges, descubrimos un planeta poroso, de aguas que “maquinan” trueques. Como los que ocurren en los pozos de Lisandro Alonso, como los oníricos canjes y los impúdicos soldados en el agua de Jauja.

“Civilización o barbarie” era el lema, entonces, en esas tierras vastas del continente americano y en aquel tiempo histórico que parece reseñar, a su manera, Alonso. Allí van los soldados de un regimiento de uniformes decimonónicos a aniquilar a los nativos, a despejar la pampa de bárbaros para poder traer luego a los colonos europeos. En fin, civilizar.

“Acá el que monta gobierna”, espeta uno de los oficiales de la película.

“Gobernar es poblar”, arengaba un presidente de aquellas provincias unidas del sur. Poblar con europeos blancos, claro, después de “conquistar el desierto”, cuando se han “limpiado” las tierras de gentes de piel oscura, esas del fuera de cuadro en el filme de Alonso. 

“No hay que entenderlos. A los ‘cabeza de coco’ hay que exterminarlos”, ordena el subordinado de Zuluaga. Otra vez, obedecer sin preguntar. Y es que esas caravanas de militares obedientes han sido parte del destino latinoamericano de los dos últimos siglos.

Obedecer, también, para cavar fosas. “Sigan cavando”, grita el ingeniero Malaspina, en Jauja y nos recuerda aquella zanja que idearon los ‘padres de la patria argentina’ a lo ancho de toda la provincia de Buenos Aires, para delimitar la tierra salvaje y que los indios quedaran al otro lado.

Sagaces, guionista y director, dedicados centralmente a otro cuento (el del extranjero que busca a su hija en la inmensidad) dejan apenas asomar una mano oscura como presagio del peligro del "otro". El otro -el cabeza de coco en la ficción de Alonso- es el salvaje sin ley, el que se aleja con un caballo robado y con lo poco de valioso que van dejando los muertos (vaya a saber si desertores, portadores de secretos o de tesoros).
 
Y el danés (magnífico Viggo Mortensen) sigue resoplando por su hija díscola. "Huyendo a pie y ensangrentando el llano" es un verso de Jorge Luis Borges cuya certera imagen bien podría ser la línea que precede a la sentencia de Dinesen: "país de mierda".

La obra poética de Borges nos otorga imágenes que alumbran los planos de la película de Alonso: "Esto que ve, la pampa desmedida, es lo que vio y oyó toda la vida".
 
Como en Borges, también en Jauja hay que dejarse sentir frente al artificio. Así, en fugaz instante, descubrir la capa freática de verdad que evoca el fotograma y nos emociona.

Argentina es, como Marruecos, un país que vive las controversias con pasión. De todo se hace ahí una polémica. En torno a Jauja, la última película de un director casi de culto, que pasó por Cannes (y se llevó un premio Fipresci), se sucedieron y se suceden discusiones encendidas. Incluso si uno se atreve a decir que el filme evoca el verbo poético de Borges, con sus odas a los sables de sus antepasados guerreros y su devoción por la amplitud de la pampa y lo incontable de la arena del desierto. 


¿Por qué esta película nos parece tan borgiana a pesar de haber sido escrita por un narrador como Fabián Casas, muy alejado en el tiempo del erudito Borges?

Quizá porque no es naturalista, sino irreal y perfecta.

Quizá porque el artificio compositivo de la imagen (está rodada en formato diapositiva, a la manera de Instagram) y los diálogos engolados, como los de Aki Kaurismäki, nunca tapan la verdad sino que la resaltan.
 
Quizá porque esta irreal Patagonia de las delicias de El Bosco, con lobos marinos moviéndose pesados en un fondo de luz saturada, podría leerse como un verso perfecto de Borges.
 
Sin duda, la llanura patagónica de Jauja no se parece a la de los forasteros que pretendieron indagar en sus historias, ni a la de Bruce Chatwin ni a la de Paul Theroux. La tierra de Alonso tiene engañosos bordes definidos, donde hombres, plantas y animales están incrustados en un relieve fantasioso. Algo le pide prestado Casas –el guionista– también a la atmósfera loca, futurista, y sin embargo posible, de El gaucho insufrible, del gran escritor chileno Roberto Bolaño.
 
Jauja significa abundancia y gracia. “Esto es una jauja” quiere decir que algo es muy fácil de conseguir o refiere un sitio en el que todo es festivo y lleno de manjares (la expresión toma el nombre propio de un territorio peruano con grandes riquezas naturales).
 
Ironía en el título de Alonso: nada hay más duro y filoso que la pampa, al sur. Pampa es la palabra que en quechua define a la llanura sin apenas arbustos, donde hasta el horizonte resulta afilado. Patagonia. La Patagonia es viento.
 
Como en La libertad, el primer filme de Alonso, el hombre y el monte están solos, solos, los dos. En este caso, el hombre no está quieto, se desplaza y es extranjero. Un hombre duro en un western sin el glamour de los tiros. Pocas balas se gastan en la pampa; más bien, se afilan cuchillos.
 
En la desolación de lo abierto, todo es nada. Cualquier dirección es ninguna dirección: mecánica de lo inútil, como en un viejo y polémico filme de Werner Herzog. Porque la naturaleza en Sudamérica siempre gana la batalla, nunca se rinde, y así lo escribió el alemán intratable en su diario de rodaje de Fitzcarraldo.

Ardua certeza de la pampa. Ardua jauja.
 
“Ardua”: usamos un término que tanto le gusta a Borges para adjetivar esta Jauja que no es broma, que es áspera como los pedruscos con los que tropieza Dinesen, el danés errante. Porque son piedras las que auguran la Patagonia, cíclica, fractal, de luz desmedida y bordes fuera de cuadro.


 
¿Qué hace que una vida funcione y vaya hacia adelante? ¿Hay sentido y hay carencia o solo excusas para razones que aún no conocemos?
 
En Alonso, hay una bruja, una cueva y una niña rubia que dice "quiero un perrito que me siga a todos lados" en el idioma endemoniado de los vikingos. El tono finlandés que le sabemos a Kaurismäki (el director de fotografía es el mismo de Le Havre). Hay música (de Mortensen) en dosis muy medidas, porque el sonido directo es del viento. El primer plano es del típico espinillo. Y en el desierto sin conquistar, Borges:

"Está bien, pero el tiempo en los desiertos otra sustancia halló, suave y pesada, que parece haber sido imaginada para medir el tiempo de los muertos".
 
* Esta es la versión en español de un artículo original en fráncés publicado en el Nº 4 (sept. 2015) de la Revue marocaine des recherches cinématographiques (Revista marroquí de estudios cinematográficos), de la Association Marocaine des Critiques de Cinéma. 
Por otra parte, implica el regreso de Analía Iglesias, colaboradora de Ruletachina.com de 2007 a 2010. ¡Re Bienvenida!

10 de noviembre de 2015

TEATRO | “Canterville. Gabinete de curiosidades” de Pablo Gershanik | Un fantasma en un mundo de títeres y objetos

 
 
Por Alba Ermida

Un descubrimiento acertado del teatro contemporáneo es la adaptación de textos no dramáticos, bien llevándolos a una interpretación actual, bien revisándolos desde la perspectiva del lenguaje y la estética.  Es un acto de generosidad por parte de un director traer al presente un clásico: una forma nueva y atractiva de asomarnos a la literatura más descollante. 

Es el caso de esta versión de El Fantasma de Canterville que, quizás más conocido por su título que por la narración en sí, nos acerca el mundo de Oscar Wilde. Si bien es cierto que esta adaptación teatral no pretende la fidelidad al texto original, sí conserva trazos del estilo del autor irlandés, siendo el humor corrosivo el más destacado. Una crítica que evidencia, como herida abierta, la aristocracia snob inglesa y el escepticismo vanaglorioso y pragmático estadounidense. No se libran ni el materialismo que todo lo compra de la familia Otis ni el abolengo arcaizante de los Canterville.

Y para una historia tan fantástica como esta, en la que un fantasma ve su capacidad de asustar minada por el raciocinio inalterable de la familia Otis, nada mejor que el teatro de títeres y objetos. Esta obra es un claro ejemplo de la utilidad dramática de los objetos que trascienden su historia sobre las tablas como mera utilería y se convierten en personajes, en actantes de una acción que sobre cuerpos humanos perdería la magia del texto original sin ganar verosimilitud ni metáfora.  
 
 
El cruce de lenguajes –teatro físico, de títeres, de objetos, máscaras, danza, teatro negro- es un acierto para contar esta historia en todos los niveles: de contenido, de estética, de tensión y atención. No decae nunca el estado de expectación del público, atento a la diversidad minuciosa de cosas que pasan en escena, mechadas con guiños clownescos, con trucos de magia, con chistes sacados literalmente del relato de Wilde.
 
El diseño de luces realza mucho el trabajo de los actores en los momentos en que prestan los cuerpos a los personajes y en el momento en que manipulan objetos y títeres. También la escenografía consigue una profundidad en el escenario extraordinaria y lo secciona en distintas zonas que permiten las meticulosas y milimétricas coreografías que realizan seis actrices y tres actores en la oscuridad para llegar a la siguiente escena en su correspondiente personaje. 

Tres momentos son sobresalientes en este continuum de acción trepidante: el inicio del relato sobre una tarima de madera donde los cuerpos dan forma a distintos elementos -humo, caballos, carruajes, tren- con una ejecución brillante. El breve pero efectivo momento en que un esqueleto fosforescente y bailarín se resignifica sobre un fondo negro –una cadera con sus fémures y sus tibias que parece un danzante flamenco- y la escena de la búsqueda policial en que teteras, tazas y coladores de té hacen las veces de inspectores. Lenguajes que, por su ausencia en las salas porteñas, hacen quedar al público con la boca abierta.

"Canterville, Gabinete de curiosidades" de Pablo Gershanik. Títeres: Aníbal Flamini, Julia Sigliano, Dina Spivak. Actúan: Amalia Casares, Telma Crisanti, Ezequiel Garcia Faura, Pablo Kusnetzoff, María Luz Morcillo, Dolores Naón, Maïa Pedroncini, Antonela Placenti, Laura Soifer. Vestuario: Fiorella Placenti. Escenografía: Ricardo Reich. Iluminación: David Seldes. Diseño sonoro y música original: Julián Teubal. Realización de máscaras: Alfredo  Iriarte. Trabajo rítmico: Federico Estévez. Asesoramiento coreográfico: Lucila Alves. Asistencia técnica: Lautaro Simione. Asistencia de dirección: Maïa Pedroncini. Producción: Pierpaolo Olcese. Domingos 18 hs. Galpón de Guevara, Guevara 326. Entrada: $130. Última función: 29 de noviembre de 2015.

27 de octubre de 2015

TEATRO | "Economía doméstica" de Daniela Calbi | Cómo ser una buena mujer en la España de Franco


 Por Alba Ermida

Daniela Calbi, autora y actriz de esta obra, se lanzó a retratar un momento histórico de otro país que también vivió una dictadura, larga, hermética y muy silenciosamente represiva, la española de Franco. Sin embargo, no redunda en aspectos y temáticas ya conocidos, muy bien tratados por el cine y el teatro. Calbi riza el rizo y apuesta por la denuncia del trato de las silenciadas, de las que nadie registra en momentos de guerra, de las que no aparecen en los libros de Historia: las mujeres, las mujeres de a pie, todas las mujeres. 

Empleando citas reales de la Revista de la Sección femenina de la Falange española y de la materia que se impartía en los colegios para mujeres, de donde obtiene el nombre el espectáculo, Calbi arma un unipersonal crítico hasta lo corrosivo, tan inverosímil para nuestra época que resulta absurdo, ridículo y grotesco, sin que el público pueda contener la carcajada. 

La autora interpreta a la hermana del dictador fundador de la Falange, Pilar Primo de Rivera, la creadora de este manual de la buena esposa. Una mujer abnegada en su servilismo hacia el marido, una mujer que limpia el suelo con una sonrisa porque se sabe esculpiendo su figura con el ejercicio que la limpieza requiere, una mujer que se arregla antes de oír la puerta abrirse para entrar su marido. Pero el marido no es tal, no es ni persona. 

Cuando suena la puerta y la mujer sumisa hace mutis para recibir al esposo, que le da apellido y razón de existir (“Dios creó a la mujer como complemento del hombre, para su compañía”), entra de nuevo a escena empujando una silla con ruedas donde está sentado un gran cabrón (macho de la cabra que en España se usa sobre todo como insulto) con un traje del color del uniforme militar en tiempos de la dictadura. En este momento la obra toma vuelo, prende al público, tanto por lo humorístico y grotesco como por la curiosidad voyerista de los espectadores que están espectantes a la intimidad en ese matrimonio zoofílico. 

Y pasa de todo, hasta lo que no pasa en en escena entre un matrimonio de humanos. Una escena bestial, una violación de un cabrón a una mujer, tan angustiante como impactante, es el momento más descollante de toda la obra. Y el final, más que por la puesta, por la dramaturgia, también deja con buen sabor de boca al público.

Son notables el gran títere que armó Valeria Dalmon, que con sus cuernos bien puede remitir a la personificación del Diablo, y cuya cabeza gigante manipula con total soltura y dominio de la disociación Daniela Calbi, que además interpreta a una ama de casa tan orgullosa de su buen hacer como consciente del avasallamiento que sufre en su dignidad, la esencia humana.

"Economía doméstica" de, con y producido por Daniela Calbi. Dirección: Román Lamas. Vestuario:  Valentina Bari. Escenografía: Juan Manuel Benbassat Diseño de luces: Román Lamas. Diseño sonoro y música: Mirko Mescia. Diseño Audiovisual: Leonardo Volpedo. Realización de vestuario: Carmen Montecalvo. Operación de luces: Luciana Spadafora. Artista plástico: Valeria Dalmon. Viernes, 20 hs. Espacio La Nave, Lavalle 3636. Entrada: $100. Última función: 30 de octubre.

26 de septiembre de 2015

TEATRO | "El cuadro" dirigida por Gastón Zambón | Ionesco para todos



Por Alba Ermida

Pan y Arte es una casa vieja convertida en teatro que aún conserva la distribución y los elementos de una vivienda: ventanas al espacio interior, cortinas, puertas de madera... Elementos todos que facilitan la inmersión en el mundo que nos propone Ionesco en esta obra, El cuadro, cuya dificultad para corporeizarla no sólo radica en lo absurdo del género -no es, sin embargo, de las más incomprensibles del dramaturgo rumano- si no sobre todo en la ausencia de acotaciones. Es por tanto, el trabajo de Gastón Zambón, arduo y dedicado, inventivo, original y muy efectivo a la hora de ayudarle al público y a los propios actores, a llevar, entender y disfrutar del texto.

Un burgués acomodado -y literalmente acomodado en su sofá-, apasionado del arte, compra cuadros para admirar en ellos la belleza que en su hermana, una anciana que tiene a su cuidado, no encuentra. Entronado en su butacón manda despóticamente sobre todos: el violinista que tiene enjaulado y alimentado con un trozo de pan, su propia hermana y el pintor que viene a ofrecerle su arte y él cruelmente subestima.
 
Se realiza una larga disertación a varias voces sobre el arte, la belleza, los afectos, la hipocresía y las relaciones humanas orquestada mediante una excelente combinación entre movimientos  coreográficos, gestos no librados al azar, magistrales cambios de ritmo de la voz -descollante la interpretación y construcción del personaje desde lo no verbal de Pablo Kusnetzoff-, pinceladas de luz que resaltan frases y construyen comicidad, la música en vivo perfectamente ejecutada por el violinista enjaulado, la sobriedad en la utilería y la escenografía.
 
Y sobre todo, destacan dos aciertos de la dirección: los osados tiempos que se toma la obra y el despojo de pretensión no narrativa. Es una obra carente de intelectualismo, comprensible, que arranca con facilidad sonrisas y carcajadas, y guía al espectador por las sendas de un género marcado con el estigma de la incomprensión y la intelectualidad, tomándolo de la mano y sugiriéndole reflexiones sin empujarlo a la univocidad.  

De Eugene Ionesco. Dirección: Gastón Zambón. Con Pablo Kusnetzoff, Nicolás Verdier, Yili Di Lauro y Patricio Muñoz. Diseño de luces: David Seldes. Asistencia de iluminación: Facundo David. Diseño de movimientos: Omar Saravia. Miércoles de octubre a las 21 hs. Pan y Arte, Boedo 880. Entrada: $100, $80.