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15 de noviembre de 2015

CINE | "Jauja" de Lisandro Alonso | Cowboy danés va a América


 Por Analía Iglesias *

"Pero como los mares urden oscuros canjes/ y el planeta es poroso, también es verdadero/ afirmar que todo hombre se ha bañado en el Ganges", escribió Jorge Luis Borges

Bajo el artefacto de la rima de Borges, descubrimos un planeta poroso, de aguas que “maquinan” trueques. Como los que ocurren en los pozos de Lisandro Alonso, como los oníricos canjes y los impúdicos soldados en el agua de Jauja.

“Civilización o barbarie” era el lema, entonces, en esas tierras vastas del continente americano y en aquel tiempo histórico que parece reseñar, a su manera, Alonso. Allí van los soldados de un regimiento de uniformes decimonónicos a aniquilar a los nativos, a despejar la pampa de bárbaros para poder traer luego a los colonos europeos. En fin, civilizar.

“Acá el que monta gobierna”, espeta uno de los oficiales de la película.

“Gobernar es poblar”, arengaba un presidente de aquellas provincias unidas del sur. Poblar con europeos blancos, claro, después de “conquistar el desierto”, cuando se han “limpiado” las tierras de gentes de piel oscura, esas del fuera de cuadro en el filme de Alonso. 

“No hay que entenderlos. A los ‘cabeza de coco’ hay que exterminarlos”, ordena el subordinado de Zuluaga. Otra vez, obedecer sin preguntar. Y es que esas caravanas de militares obedientes han sido parte del destino latinoamericano de los dos últimos siglos.

Obedecer, también, para cavar fosas. “Sigan cavando”, grita el ingeniero Malaspina, en Jauja y nos recuerda aquella zanja que idearon los ‘padres de la patria argentina’ a lo ancho de toda la provincia de Buenos Aires, para delimitar la tierra salvaje y que los indios quedaran al otro lado.

Sagaces, guionista y director, dedicados centralmente a otro cuento (el del extranjero que busca a su hija en la inmensidad) dejan apenas asomar una mano oscura como presagio del peligro del "otro". El otro -el cabeza de coco en la ficción de Alonso- es el salvaje sin ley, el que se aleja con un caballo robado y con lo poco de valioso que van dejando los muertos (vaya a saber si desertores, portadores de secretos o de tesoros).
 
Y el danés (magnífico Viggo Mortensen) sigue resoplando por su hija díscola. "Huyendo a pie y ensangrentando el llano" es un verso de Jorge Luis Borges cuya certera imagen bien podría ser la línea que precede a la sentencia de Dinesen: "país de mierda".

La obra poética de Borges nos otorga imágenes que alumbran los planos de la película de Alonso: "Esto que ve, la pampa desmedida, es lo que vio y oyó toda la vida".
 
Como en Borges, también en Jauja hay que dejarse sentir frente al artificio. Así, en fugaz instante, descubrir la capa freática de verdad que evoca el fotograma y nos emociona.

Argentina es, como Marruecos, un país que vive las controversias con pasión. De todo se hace ahí una polémica. En torno a Jauja, la última película de un director casi de culto, que pasó por Cannes (y se llevó un premio Fipresci), se sucedieron y se suceden discusiones encendidas. Incluso si uno se atreve a decir que el filme evoca el verbo poético de Borges, con sus odas a los sables de sus antepasados guerreros y su devoción por la amplitud de la pampa y lo incontable de la arena del desierto. 


¿Por qué esta película nos parece tan borgiana a pesar de haber sido escrita por un narrador como Fabián Casas, muy alejado en el tiempo del erudito Borges?

Quizá porque no es naturalista, sino irreal y perfecta.

Quizá porque el artificio compositivo de la imagen (está rodada en formato diapositiva, a la manera de Instagram) y los diálogos engolados, como los de Aki Kaurismäki, nunca tapan la verdad sino que la resaltan.
 
Quizá porque esta irreal Patagonia de las delicias de El Bosco, con lobos marinos moviéndose pesados en un fondo de luz saturada, podría leerse como un verso perfecto de Borges.
 
Sin duda, la llanura patagónica de Jauja no se parece a la de los forasteros que pretendieron indagar en sus historias, ni a la de Bruce Chatwin ni a la de Paul Theroux. La tierra de Alonso tiene engañosos bordes definidos, donde hombres, plantas y animales están incrustados en un relieve fantasioso. Algo le pide prestado Casas –el guionista– también a la atmósfera loca, futurista, y sin embargo posible, de El gaucho insufrible, del gran escritor chileno Roberto Bolaño.
 
Jauja significa abundancia y gracia. “Esto es una jauja” quiere decir que algo es muy fácil de conseguir o refiere un sitio en el que todo es festivo y lleno de manjares (la expresión toma el nombre propio de un territorio peruano con grandes riquezas naturales).
 
Ironía en el título de Alonso: nada hay más duro y filoso que la pampa, al sur. Pampa es la palabra que en quechua define a la llanura sin apenas arbustos, donde hasta el horizonte resulta afilado. Patagonia. La Patagonia es viento.
 
Como en La libertad, el primer filme de Alonso, el hombre y el monte están solos, solos, los dos. En este caso, el hombre no está quieto, se desplaza y es extranjero. Un hombre duro en un western sin el glamour de los tiros. Pocas balas se gastan en la pampa; más bien, se afilan cuchillos.
 
En la desolación de lo abierto, todo es nada. Cualquier dirección es ninguna dirección: mecánica de lo inútil, como en un viejo y polémico filme de Werner Herzog. Porque la naturaleza en Sudamérica siempre gana la batalla, nunca se rinde, y así lo escribió el alemán intratable en su diario de rodaje de Fitzcarraldo.

Ardua certeza de la pampa. Ardua jauja.
 
“Ardua”: usamos un término que tanto le gusta a Borges para adjetivar esta Jauja que no es broma, que es áspera como los pedruscos con los que tropieza Dinesen, el danés errante. Porque son piedras las que auguran la Patagonia, cíclica, fractal, de luz desmedida y bordes fuera de cuadro.


 
¿Qué hace que una vida funcione y vaya hacia adelante? ¿Hay sentido y hay carencia o solo excusas para razones que aún no conocemos?
 
En Alonso, hay una bruja, una cueva y una niña rubia que dice "quiero un perrito que me siga a todos lados" en el idioma endemoniado de los vikingos. El tono finlandés que le sabemos a Kaurismäki (el director de fotografía es el mismo de Le Havre). Hay música (de Mortensen) en dosis muy medidas, porque el sonido directo es del viento. El primer plano es del típico espinillo. Y en el desierto sin conquistar, Borges:

"Está bien, pero el tiempo en los desiertos otra sustancia halló, suave y pesada, que parece haber sido imaginada para medir el tiempo de los muertos".
 
* Esta es la versión en español de un artículo original en fráncés publicado en el Nº 4 (sept. 2015) de la Revue marocaine des recherches cinématographiques (Revista marroquí de estudios cinematográficos), de la Association Marocaine des Critiques de Cinéma. 
Por otra parte, implica el regreso de Analía Iglesias, colaboradora de Ruletachina.com de 2007 a 2010. ¡Re Bienvenida!

14 de noviembre de 2013

VINTAGE* | CINE | "Arrebato" de Iván Zulueta

Si Rainer Werner hubiera nacido en Madrid

Por Analía Iglesias

Imagina a Rainer Werner Fassbinder anclado en la Gran Vía madrileña, apenas cuatro años después de la muerte del generalísimo. No tiene un duro, está muriendo de cine y heroína frente a una moviola, en un edificio gris setentoso… Eso es Arrebato de Iván Zulueta, un cineasta maldito español que rodó un solo largo: éste, en 1979, y se retiró, porque la movida madrileña no tenía más cupo para aspirantes a trascender.

Amigo de Almodóvar y de los desmesurados de entonces, Zulueta quedó fuera de juego muy pronto, mucho antes de que su peli se convirtiera en objeto de culto. Unos días en cartel, recaudación cero y un rumor que ha ido creciendo, hasta que hoy, 30 años después, los chicos que nacieron cuando Franco partía te dicen que Arrebato es la única película española que no hay que perderse.

Mientras Rainer Werner filmaba en su particular Múnich de geranios fucsias y macetas inmaculadas, a Zulueta le iba la vida en preparar el guión de algo que ni sabía adónde iría a parar. Arrebato es la vida como si fuera cine, de éste que se hace hasta perder la razón.

Eusebio Poncela y Cecilia Roth se enganchan en la patética aventura de un joven realizador que pone en escena su propia decadencia, en el tempo que le marcan los rollos de película, con las pausas de la espera del revelado, con la métrica de los fotogramas que van quedando libres y con resignada desesperación ante el inevitable The end.

También es el fotograma de una época tóxica y repre reciente… De una sociedad tan extravagante como la española de la transición. Y de unos chicos que eran contemporáneos de Rainer Werner y que corrían por la calle Princesa por la pura ansiedad del revelado. Porque su vida ya estaba velada.

Pd: Iván Zulueta vive, retirado en la tranquilísima San Sebastián.**

"Arrebato" (España, 1980, 105') de Iván Zulueta se estrenó hoy en Bama Cine, Av. Roque Saenz Peña 1150. Las funciones son a las 16.30 y 20.40 hs. Entradas: $25, $35. 

* Esta sección rescata el material que fue publicado en www.ruletachina.com, de 2007 a 2010, y que por ahora no existe en ningún otro lugar de la red. 

** Cuando fue publicada este reseña originalmente en 2008, Iván Zulueta aún vivía. Falleció en 2009. 


21 de octubre de 2013

VINTAGE* | CINE | "El Eclipse" (1962) de Michelangelo Antonioni


Lacónica Roma

Por Analía Iglesias

¿Se puede decir algo nuevo de Antonioni a esta altura de la historia? ¿Se puede decir hoy algo que no se haya dicho de El eclipse? Yo me siento incapaz de novedad alguna, pero de algo estoy segura: cada gesto de aquel Michelángelo sesentista, en blanco y negro ventoso, cada mirada de la Vitti, la desesperación de Paco Rabal, incluso el nuevo viejo jopo de Alain Delon volverán a decirlo todo sin palabras a cada nuevo espectador, pase el tiempo que pase.

Vila-Matas admiraba el hecho de que en Viaggio in Italia Rossellini eligiera empezar a contar la historia de una pareja desde cualquier punto de su recorrido. También el aventajado discípulo del gran Roberto recorta por donde le viene en ganas y crea esa atmósfera del más puro arte, con un antes sugerido en las arrugas de la cara y, uno a uno, en cada absurdo movimiento del cuerpo. El vacío está después.

¿Hay amor después del amor? Osado empezar una peli en un amanecer desquiciado de verano, con una pareja todavía vestida de noche, en medio del pesado silencio que sigue a las grandes disputas, sin saber qué hacer con las manos ni con el alma, ni con los pies, sin haber dormido, sin ganas de dormir. Zumba el ventilador. Dicen que Antonioni se recrea en los tiempos muertos. No creo en los tiempos muertos.

Aquí se adivina una tensión lacónica, insoportable. La siente el espectador, la padece con la protagonista que decide dejar a su novio. Y el tipo, impotente, intenta volver atrás, reinventar lo que ya se agotó. Y el ventilador sigue girando. El viento. Hay viento en Roma y en la habitación. Algo se mueve pero no alivia. La angustia es mucho más consistente que la brisa, mucho más tenaz que la hoja que se desprende de un árbol en una calle desierta. Mucho más pesada que el agua que corre. Mucho más opaca que las nubes.

“La miseria da pavura a tutti”, reconoce Piero, el personaje de Alain Delon, un corredor de bolsa que no para de moverse y atender teléfonos. Cuelga y descuelga. “No es necesario conocerse para quererse”, le dice Vittoria (Mónica Vitti), porque tampoco quiere conocerlo demasiado, ni detener su vida atolondrada, ni –suponemos– aventar los malos presagios de cada señal, de una cortina entreabierta, de un teléfono descolgado, de un comedor sin comensales, de una esquina sin viento. Vittoria está alerta. Sus sentimientos están en alerta, mientras Roma descansa, agrietada, incomunicada y sedienta. Luego deambula opaca. Roma deambula opaca. Se mueve con pies cansados, de mañana, de tarde y de noche; con los labios entreabiertos de la Vitti, la desazón de Rabal y el deseo imposible de ser ligera, leve, como Delon.

* Esta sección rescata el material que fue publicado originalmente en www.ruletachina.com, de 2007 a 2010, y que por ahora no existe en ningún otro lugar de la red. 

7 de septiembre de 2012

CINE | "Let's get lost" de Bruce Weber | Chet, love, pain


Por Analía Iglesias

* Esta reseña fue publicada originalmente en Ruleta China #20 (www.ruletachina.com) en el mes de octubre de 2009. A su vez, el texto era gentileza del blog escribe-lori.blogspot.com | La película se presenta en Buenos Aires el martes 11 de septiembre en la Cineteca Vida. 

Yo lo había escuchado frasear tan suave como cuando tocaba la trompeta. Esa voz en la última nota sostenida no era aire vibrando: eran labios rozándote la piel hasta el éxtasis del deseo. Yo lo había escuchado tocar la trompeta y era como si vieses una palmera meciéndose en Santa Mónica, con el aire más leve que alguna vez habrá traído el Pacífico. 

Era un chico del jazz de la costa Oeste. Pero yo no lo sabía. Yo solo tenía un par de discos suyos y sabía que era blanco y que había muerto más pobre que Van Gogh, en Amsterdam. Había retenido, claro, algunos estribillos (y casi todos terminaban en fall in love, o en let's get lost y en más amor y en más dolor). Eso era todo lo que había de Chet Baker dentro mío cuando compré el póster del Chet irresistible de los '50 en una tienda de todo a 5 dólares del Hollywood Boulevard en Los Ángeles. Llevé a Chet en ese pedazo de papel a la Argentina y me lo traje a España. Ahora es lo primero que ves cuando entras a mi casa; él tiene los ojos cerrados y sopla la trompeta alzándola al cielo pre-diamantes y te puedes imaginar cómo suena, cada vez que abres la puerta.

Toda esta reflexión absurdamente nostálgica viene a cuento del documental que el fotógrafo Bruce Weber filmó unos meses antes de la muerte de Baker, en el '88, y que se vio, remasterizado, en Cannes, el año pasado. Nada nostálgico, menos concesivo, bello de una belleza compleja y artística, donde no cabe la unanimidad, Let's get lost es, como dijo alguien, un ensayo sobre la fotogenia. Y en el reverso de la postal... el hedonista, el mentiroso, de nuevo el hermoso, el chico al que los padres alistaron de prepo en el Ejército de los pobres (el de los electroshocks para los raros), el que después de tocar con Davis y Mulligan tuvo que ir a trabajar a una gasolinera con todos los dientes rotos a trompadas, el que nos sigue enamorando...

Sí, un ensayo sobre la fotogenia, pero con un pie en el abismo de la pasión (y sin red que evite que te estrelles contra la miseria). Y sin red que evite que, de ahora en más, pienses en todo lo que hay detrás de esa voz tan suave diciendo "love" o diciendo "pain".

LET’S GET LOST, 1988, EE UU. Dirección y guión: Bruce Weber. Martes 11 de septiembre, 20 hs. Cineteca Vida, Boulogne Sur Mer 549. Bono contribución: $10.