28 de agosto de 2013

TEATRO | "Las Bridas" de Julieta de Simone | Una poesía de terror



      Por Ignacio Braña Gabiassi

Bajo la mesa,
se apuran las lenguas.
De las palabras
al cuerpo postrado.
Se ordena la casa
 y la mente,
se corta el pan
y el deseo.
Las manos arriba,
 así, así.

Caja de ritmos de Satán,
se interfiere la palabra divina,
el cuerpo pide,
se desborda
o se atrofia.

Entonces se manifiesta,
el primer drama humano:
la propiedad privada.
Diosito lo contiene todo
y dice no, no, no.
 Nos negó
el Paraíso,
la sabiduría,
la vida eterna.

Y lo oscuro llega.
Y reclama los cuerpos,
porque sabe,
lo oscuro sabe
e intenta evitar
la trampa divina.
 Expulsar,
 transfigurar,
pervertir.
Siniestro total.

Diosito,
pillo y tacaño,
nos regalaste un cuerpo
como una flecha
lanzada hacia la muerte.
Al  pensamiento
antepusiste una niebla,
para ocultar
 le revelación total
y nos convenciste
de que un ranchito
perdido en la nada
nos mantendría a salvo.
Hijo de mil putas.

Y así: Las bridas. Terror en el teatro, con gente que entiende el género, logra los climas y te sacude.

"Las Bridas" de Julieta De Simone. Actúan: Antonio Bax, Vanina Ferreyra, Natalia Franco, Pilar Boyle, Celeste Monsú, Debora Testi. Vestuario y Escenografía: Paula Molina. luminación: Damian Monzon. Música original: Facundo Mazzotta. Fotografía: German Gonzalez. Ilustrador: Ignacio Vidal.  Asistencia artística: Laura Mickelsen. Producción: Giselle Natalia Rossenblum. Colaboración artística: Laura Fernández, Andrés Molina, Iolta Worzo. Supervisión dramatúrgica: Laura Fernández. Sábados, 21 horas. Belisario, Club de Cultura, Av. Corrientes 1624. Entrada: $70, $50. Hasta el 30/9/2013.

26 de agosto de 2013

CINE | "Las Amigas" de Paulo Pécora | Las chicas sólo quieren divertirse


Por Cecilia Perna

Vampirear es una vieja actitud. Y el Vampiro, desde su surgimiento en épocas románticas, ha proyectado su ámbito de acción, no sólo en el tiempo, sino también en el espacio: hacia el pasado y el futuro, en el frío nórdico y en los parajes soleados, mucho ser innominado o clasificado en otras monstruosas grillas, ahora puede ser reinterpretado como variante del Vampiro (ya veía Van Helsing vampiros, incluso en la ciencia natural, al observar microscópicos pólipos y tropicales plantas carnívoras). Porque, digámoslo, vampireo hubo y habrá por todos lados: para sobrevivir valiéndose de la fuerza, de la luz, del pulso y la vida de los otros, no hace falta dormir en ataúdes, ni tener colmillos, ni salir sólo por la noche. 

Las amigas de Paulo Pécora es uno de estos casos de redireccionamiento: ellas cuatro, no son exactamente vampiras, sino cuatro amigas antiguas -no sólo viejas amigas, sino antiguas, muy muy antiguas amigas- que por su naturaleza han perdurado en este mundo y por los efectos modernos del eterno desplazarse, terminaron ocupando un caserón porteño de ventanales tapiados. Amigas eternas, ellas, socias y cómplices inseparables, no pueden morir ni parar de matar. 

Darle, ellas, un buen fin a esta antigua tradición es, ni más ni menos, venir a terminar acá: al calor y la luz solar de una autopista local, donde las arcaicas violencias que en Europa se hacían témpano y fealdad al hacerse personaje, se transforman aquí en vaivén sensual de tedio de siesta, latinoamericanismo de cadera generosa, lápiz labial y taconeo en la vereda: se transforman en hambre de carne -sobre todo hambre, sobre todo de carne- y se instalan en la tradición nueva del matadero rioplatense. 

Este mediometraje experimental consigue transmutar el paisaje urbano habitual siniestramente, introduciendo allí eso otro, eso extranjero que asusta y extraña el tránsito por los lugares y los gestos de todos los días. Los recursos que utiliza para crear esa atmósfera -que oscila entre el terror ante la desprotección y el horror de presenciar lo impresenciable- son recursos simples pero de alto impacto: emplazamiento inteligente de la cámara, planos detalle y amplificación de la banda sonora sobre lo que simplemente sale de los cuerpos, un buen ritmo de edición, y aún con cierto abuso de filtros -y una secuencia metafórica que, si se la arrancaran de pe a pa, harían el film mucho más potente-, consigue hundir en el cuerpo del espectador esa zozobra de la que todos siempre deseamos sentir un poco, al menos al resguardo de la tela mágica de la pantalla.

"Las Amigas" de Paulo Pécora. Argentina, 2013. 35'. Se proyecta junto con "El nombre de los seres" de Goyo Anchou. Última función: 27 de agosto, 20 horas. Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín. Entrada: $30, $20.

25 de agosto de 2013

CINE | "El nombre de los seres" de Goyo Anchou | Prisioneros de una noche

Por Eugenia Guevara


El nombre de los seres  de Goyo Anchou muestra la noche que un gay y su chongo, o un vampiro y su presa, viven en una Buenos Aires fantasmagórica, extraña, oscura; un mundo sucio habitado por animales nocturnos, ratas y vampiros. Sin embargo,  lo que cuenta no importa demasiado, al menos no en su particularidad, porque hay muchos aspectos que pensar en esta interesante obra sobre la que cada espectador hará su lectura.

Nos interesa recalcar su carácter de cortometraje experimental hipnótico. Son 12 minutos de inmersión entre múltiples y variadas capas: capas textuales, capas sonoras y capas de imagen. Las primeras, que podríamos llamar también capas narrativas, mezclan la narración en over de una voz cuyo tono y ritmo atrapa con los diálogos de los personajes. Es claro que esa voz relatora (responsabilidad de Sebastián Roses, director de arte) pone en cuadro un bello texto literario, al que se podría extraer del corto y mantendría su poder intacto. Ese texto dicho en off recurre al ensayo filosófico y al registro poético para referirse al vampiro, a los muertos y a los vivos, a los muertos vivos y a los porteños y a la muerte. Así, dirá: "Tanto el muerto vivo, como el vampiro, mueren de la misma manera, con el corazón roto" o, enfatizando el carácter irónico que ha sostenido durante toda la obra explicará cerca del final: "Si se permite que el vampiro no sea detectado por siete años podrá viajar de un lugar a otro, y así, volver a ser humano. Podrá casarse, tener hijos, pero todos se convertirán en vampiros al morir".

Asimismo, las capas sonoras barajan conocidas canciones rock, pop o tango, con sonidos nerviosos, artificiosos, o provenientes de la noche y del amanecer que comparten el gay, interpretado por Peter Pank, y su chongo, en la piel de Martín Rodríguez. Sonidos que son tranquilizados por la voz narradora que todo parece contener. 

Por último, la hipnosis ocurre en y a partir de las capas de imagen, en las que la transición se vuelve permanente y el punteo de la luz en la oscuridad acentúa ese efecto de estar en trance y donde los tonos y las texturas contribuyen a crear una imagen de pasado en la que sólo parecen tener lugar los fantasmas. 

"El nombre de los seres" de Goyo Anchou. Argentina, 2013. 12'. Se proyecta junto con "Las Amigas" de Paulo Pécora. Última función: 27 de agosto, 20 horas. Centro Cultural Borges, Viamonte y San Martín. Entrada: $30, $20.

23 de agosto de 2013

DANZA | "SCHATZI, Morir con la mano en el corazón" de Matías Nan | La antigua batalla del deseo



Por Cecilia Perna

La muerte siempre acarrea consigo ese antiguo horror vacui. Esa idea de vacío que nos pone al filo de un abismo ante el cual no queremos caer. Llenar ese vacío parece ser el motor de todo deseo. Ese vacío que aspira, constantemente, todas las aspiraciones: un buen sueldo, zapatillas nuevas, un doctorado, un bebé, un viaje al Caribe, un príncipe azul en su caballo. Tratando de ocultar ese horror al vacío, siguiendo su camino hacia el abismo sin fondo, el deseo se aleja y se aleja de su fuente verdadera: el cuerpo. Lo va perdiendo, indefectiblemente, en una escena de tremenda violencia. Violencia contra sí mismo, alejamiento de las necesidades verdaderas: un abrazo, una palabra dulce, un beso en la boca. 

Esta es la doble batalla del deseo: o bien llenar lo imposible y conformarse, o bien conformar (co-formar) lo más elemental en la propia materia viva. Siguiendo un camino, el deseo, por llenar el vacío imposible, pierde de vista su cuerpo, y lo abandona a los criterios ajenos de violencia: lo entrega a sus múltiples verdugos y compensa, con un discurso desajustado que simplemente acepta los golpes (reales, simbólicos) del otro. Siguiendo otro camino, el deseo vuelve a su elemento material vivo, que no aspira a nada más que simplemente seguir respirando, hacer de las palabras un ritmo, que es ritmo físico, vaivén muscular y tránsito elemental por el movimiento. Y así, rítmicamente, nutrirse del amor que necesita para continuar. 

SCHATZI nos despliega esta batalla en el escenario. 

Una obra que surge del trabajo de experimentación del Laboratorio Escénico de Rítmica Viena, que desde el 2009 desarrolla sus actividades y propuestas en la Argentina, Uruguay y Brasil. La rítmica como disciplina es allí el motor creativo que, tras un trabajo profundo y consciente en la relación de cuerpo y palabra, nos presenta un material consistente y crudo, lleno de un humor denso, filoso e infinitamente efectivo. Una suerte de organizado aquelarre de lenguas, gestos, murmullos, impulsos y música que representan esa batalla del deseo, que es la batalla de la más íntima cotidianidad contemporánea. Y nos deja pensando, qué es eso que habita el fondo de cada cuerpo, cómo es morir con la mano puesta en el corazón.

"SCHATZI, Morir con la mano en el corazón" de Matías Nan. Actúan: Ignacio Del Vecchio Ramos, Daniela Echarte, Montserrat Godia, Ana Manterola, Darío Pian, Esteban Real, Candelaria Solmesky, Damián Travaglia. Vestuario: Adriana Flaiban. Iluminación: Marco Alvarez. Fotografía: Sebastián Videgaray. Entrenamiento corporal: Clara Malano, Alexander Riedmüller. Producción ejecutiva: Gabriela Fernández Gavilán. Puesta en escena: Marco Alvarez. Viernes, 00.15 horas. No Avestruz, Humboldt 1857. Entrada: $60, $40. Última función: 30 de agosto de 2013. 

21 de agosto de 2013

TEATRO | "El cadáver de un recuerdo enterrado vivo" de Sergio Boris | La oficina como limbo


Por Lía Noguera

El amor que no se va. El amor que retorna. El amor que transgrede toda frontera, incluso la de una oficina de La Paternal, en la cual tanto su dueño como sus empleados han quedado detenidos en una especie de limbo debido a la muerte -seis meses atrás- de la dueña de la empresa y esposa de su actual director: Arismundi. Esta pérdida se vive como un final: Arismundi no logra tomar las riendas y sus empleados se hunden en el descontrol, la abulia y la incertidumbre. Porque la difunta no sólo lideraba el ámbito laboral sino que también era una guía espiritual para estos empleados, a punto tal que había escrito un manifiesto de los deberes del oficinista. Así, el amor como pérdida pero también como motor que cala en el centro de la escena de la puesta de Sergio Boris, El cadáver de un recuerdo enterrado vivo, para dejar en evidencia los hilos artificiales que sostienen nuestra paradigmática cotidianidad. 

La obra fue concebida como proyecto de graduación de los alumnos del IUNA (Instituto Nacional Universitario de Arte) y desde el año 2011 se ha presentando en distintos espacios teatrales. Rescata todos los condimentos de mundo administrativo (tan típicamente kafkianos) que el director de la puesta los retoma con el fin de representar el caos del universo que se sintetiza en un espacio burocrático y en una relación cuasi escandalosa: la de Arismundi con su difunta esposa. Sin embargo, esa relación no aparece sola en escena. El conjunto de numerosos personajes que se inscribe en el escenario funciona como un catalizador de las diferentes expresiones de ese mundo caótico y en constante peligro de estallar. De esta manera, y apelando a la parodia y concibiendo momentos humorísticos que refieren al espacio en decadencia en el cual se trabaja, y destacando los clichés del “espacio oficinístico”, la puesta gana en efectividad tanto en lo discursivo como en lo actoral. Los diecisiete actores de la obra mantienen un equilibrado trabajo y articulan un clima de constantes tensiones en el cual se privilegia la palabra y el cuerpo en acción. 

El recuerdo, pero también la escritura (representada por “el manifiesto del oficinista” realizado por la difunta), se presentan como un lugar de resistencia pero no sólo sentimental, sino sobre todo, política y estética. Una metáfora que apela a señalar el lugar complejo y paradigmático en el que hoy se halla el hombre ante una sociedad que presenta más incertidumbres que certezas. Un recuerdo que nos ancla a un pasado como forma de no asumir un presente en crisis. Un recuerdo vivo, un recuerdo que aún es carne y se hace carne, porque olvidarlo significa el fin de la propia existencia…

"El cadáver de un recuerdo enterrado vivo" de Sergio Boris. Con: Estefania Alfieri, Luciana Calarota, Ivana Carapezza, Facundo Cardosi, Luciana Cruz, Eugenia Fernandez Lemos, Lucila Gomez Vaccaro, Mariana Jaime, Marité Molina, Constanza Raffaeta, María Belén Ribelli, César Riveros, Luciana Serio, Facundo Suarez, Gema Tocino y Cecilia Wierzba. Vestuario: María Emilia Tambutti. Escenografía: Ariel Vaccaro. Diseño de luces: Verónica Alcoba, Fernando Chacoma. Asistencia de dirección: Adrián Silver. Sábados, 23 horas. Machado Teatro, Antonio Machado 617. Entrada: $50, $35.