Los extremos suelen crear experiencias desconocidas. Enero, con sus olas de calor inhumano, sus servicios públicos colapsados, y mi forzada permanencia en la ciudad, me sorprendió con esa sensación adolescente que creía olvidada: esperar cada tarde el comienzo de la novela, un rito que en la Argentina ha muerto en manos de pésimos guionistas, mediáticos protagónicos y espurios intereses de programación y ranking. Avenida Brasil, el culebrón brasilero que ha batido todos los récords de audiencia en Latinoamérica, llegó al país para hacernos repensar los problemas por los que atraviesa el género, además de disfrutar de una historia bien contada.
Como la buena literatura, los temas no son los que definen la genialidad de su autor sino el modo de contarlos. Las historias de amor no son la excepción a la regla, menos aún en el género rosa: la historia de la Cenicienta se repite, con variantes de personajes, pobreza, abandono e injusticia, casi desde la creación de la telenovela latinoamericana, esa que mexicanos, colombianos, brasileros y argentinos exportan al mundo.
El fenómeno que significó Avenida Brasil y su impacto en estos lares tiene múltiples motivos. Los éxitos propios obedecen a dos factores: la representación de la nueva clase media formada por esos 40 millones de brasileros que Lula sacó de la pobreza extrema y que hoy constituyen la denominada “Clase C”, que se ha apropiado del mayor lugar social y de consumo del país, lo que le permite una fuerte identificación con el público que vio reflejado por primera vez en la pantalla su cotidiano cultural en el ambiente de los suburbios, no como algo marginal sino como una realidad nueva, muy alejada de las estigmatizaciones de ricos y pobres a las que estaban acostumbrados.
El otro factor es la impresionante renovación estética de la telenovela por la calidad de imagen y dirección, fruto de su creador João Emanuel Carneiro, guionista y director de cine; y del lenguaje, que comenzó a hablar como hablan los brasileros de a pie.
Ese cóctel resultó un éxito mundial: 36 millones de espectadores y 80 millones el último capítulo, con un costo de 45 millones de dólares y una facturación de 1 billón por publicidad y licencias de transmisión y venta en 106 países, y traducción a 14 idiomas
En la Argentina, su éxito obedece más a carencias propias que a logros ajenos. El modus operandi de escritura de nuestras producciones televisivas viene sufriendo fuertes críticas tanto del público como de los propios guionistas, quienes se quejan de la falta de una producción de la potencia de O Globo, Televisa o Caracol (que produjo Escobar, el Patrón del Mal) que apueste presupuestariamente a largo plazo, la carencia de contenidos elaborados, planificados en capítulos que no se alteren por ranking o necesidades de programación, actores de trayectoria en vez de bonitas/os estrellitas mediáticas que nada saben en trabajar personajes con identidad, y guionistas presionados por salir al aire con apenas el 30% de la historia original escrita. Estos problemas se repiten en todas y cada de las ficciones argentinas, generando cada vez más rechazo y desilusión en el gran público.
De ahí que la historia de venganza de Nina contra su malvada ex madrastra Carminha por haberla abandonado de pequeña en un basural de Río de Janeiro sea quizás tan común como tantas que hemos visto, su seducción está en el talento del escritor en contarnos esa conocida historia dramática de una manera apasionante.
El otro factor es la impresionante renovación estética de la telenovela por la calidad de imagen y dirección, fruto de su creador João Emanuel Carneiro, guionista y director de cine; y del lenguaje, que comenzó a hablar como hablan los brasileros de a pie.
Ese cóctel resultó un éxito mundial: 36 millones de espectadores y 80 millones el último capítulo, con un costo de 45 millones de dólares y una facturación de 1 billón por publicidad y licencias de transmisión y venta en 106 países, y traducción a 14 idiomas
En la Argentina, su éxito obedece más a carencias propias que a logros ajenos. El modus operandi de escritura de nuestras producciones televisivas viene sufriendo fuertes críticas tanto del público como de los propios guionistas, quienes se quejan de la falta de una producción de la potencia de O Globo, Televisa o Caracol (que produjo Escobar, el Patrón del Mal) que apueste presupuestariamente a largo plazo, la carencia de contenidos elaborados, planificados en capítulos que no se alteren por ranking o necesidades de programación, actores de trayectoria en vez de bonitas/os estrellitas mediáticas que nada saben en trabajar personajes con identidad, y guionistas presionados por salir al aire con apenas el 30% de la historia original escrita. Estos problemas se repiten en todas y cada de las ficciones argentinas, generando cada vez más rechazo y desilusión en el gran público.
De ahí que la historia de venganza de Nina contra su malvada ex madrastra Carminha por haberla abandonado de pequeña en un basural de Río de Janeiro sea quizás tan común como tantas que hemos visto, su seducción está en el talento del escritor en contarnos esa conocida historia dramática de una manera apasionante.