Por Ángel Rofrano
Gracias a una entrevista que le realizó hace unos años a Jim Jarmusch durante el festival de Cannes, la periodista y joven cineasta francesa Léa Rinaldi pudo convencer al tímido realizador norteamericano para que le permitiera participar con su cámara del rodaje de sus dos últimas películas: The Limits of Control y Only Lovers Left Alive. Obtener el sí del viejo poeta del punk le llevó unos 9 meses de espera desde la mencionada entrevista, y resultado final son estos dos íntimos e interesantes documentales en los cuales se puede ver a un Jarmusch siempre sereno, bromista, perdido dentro de sí mismo y, sobre todo, cuestionando su propio trabajo como guionista y director, agregando constantemente una cuota de dinamismo, frescura y originalidad a sus películas y cambiando a último momento el punto de vista ya elegido y estudiado para las cámaras, los escenarios acordados o reescribiendo las escenas que se están filmando y que, sin completarse aún, ya han quedado viejas para la rápida y ambiciosa mirada del canoso Jim. Algo así como un permanente boicot sobre sí mismo como método creativo, pero en contra de cualquier método creativo posible; y todo muy en clave Jarmusch.
La primera de las películas Behind Jim Jarmusch transcurre en Sevilla, durante las filmaciones de The Limits of Control en el castillo de Alcázar y en las callecitas y recovecos de esa bella ciudad. Entre el caos sonoro de la urbe y la multitudinaria presencia de lugareños, técnicos, actores y asistentes, se puede ver al tranquilo Jarmusch siempre intentando incorporar esos elementos del azar de sus locaciones a las historias que captura con sus cámaras y su mente. Aquí, durante los rodajes y los traslados, él habla con Léa y nos regala unas cuantas declaraciones interesantes sobre música, cine o poesía, pero nunca una opinión sobre su trabajo en particular, cosa que sabemos detesta hacer. La segunda película, Travelling at Night with Jim Jarmusch, captura las vampíricas tomas nocturnas de la filmación de Only Lovers Left Alive, su música, su sangre, los colmillos y, especialmente, el clima metafísico y mágico que le da Jarmusch a sus sets; el infinito respeto y el tiempo eterno que se toma para hablar con cada uno de los miembros de su equipo, desde los actores más famosos hasta los asistentes y ayudantes más ignotos, y la devoción cuasi religiosa de todos ellos por ese trabajo en conjunto. Pocas veces se puede ver un ambiente de filmación en el cual la horizontalidad y la idea de que el cine es, efectivamente, una creación colectiva se vuelven tan palpables y reales como en este documental. Y todo se debe, al menos, a dos factores: la enormidad de Jarmusch como realizador, persona y poeta 24/7, su claridad conceptual en su perpetua búsqueda, y el nivel de intimidad y ternura de la cámara de la directora de ambos films, que permite un acercamiento inusitado a un personaje que es bien conocido por ser extremadamente reservado, tímido y privativo.
Los títulos de las películas de Rinaldi rinden un culto fiel a su resultado final: estar durante 50 minutos montados en las espaldas de Jarmusch y poder ver, casi con sus propios ojos, ese mundo etéreo y ralentizado de su poética fílmica; y viajar hacia el fin de la noche —y si llegara a hacerse de día, siempre con los anteojos negros puestos— junto a la actitud y la cabeza de ese punky intelectualoide al que queremos tanto, desde hace tanto y por tanto.