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16 de junio de 2014

TEATRO | "Niñas cálidas" de Isabel Sala | Museo de la historia de una infancia


Por Alejandro Dramis

Dos amigas juegan a jugar que viven dos vidas que no son más que las suyas propias en Niñas cálidas. Ficciones de Inés y Sofía inocentes y no tanto, que comparten sucesos y saltean las diferencias que las unen irremediablemente en una historia común que conforma sus experiencias en una crónica permanente: en el pasado, la obsesión del despertar sexual por un tal Juan, un muchacho apuesto y trabajador de la isla del Tigre y del cual se enamoraron hasta alcanzar altos niveles de competitividad y voyeurismo mutuo. En el presente caído, como un tiempo muerto y recauchutado con utilería de lo viejo que ya nadie quiere ni reclama, las chicas ponen todo su empeño al servicio de la reconstrucción de aquel pasado común y de los hechos ocurridos entonces: los trajes de baño en las playitas imaginadas, la memoria emotiva de los recuerdos de la infancia, a veces inventados, a veces algo certeros, junto a la nota fundamental que caracteriza el momento actual de los sucesos anteriores: Sofía sigue viva después de 15 años; pero Inés, no.

Así, desde un presente ficcional-real que recupera y recrea un museo de la novela eterna de la historia personal de ambas hacia la reconstrucción de los hechos que condujeron a Inés a perder la vida, las chicas teatralizan cada vez más el espacio dramático para intentar comprender, contar, rememorar y revivir junto al público testigo ese momento antiguo de la tragedia, hoy melancolía de lo que debió ser y no fue: la salvación de una vida y su muerte concreta; la niñez olvidada en vía oral de recuperación en el más acá desde el más allá.

Como una improvisación exacta de la historia que se inventa y que, por eso mismo, no es más que la verdadera y la única historia posible, el espacio vacío de la sala del Vera Vera se reconfigura en los poquitos y pequeños objetos presentes que, de tan mínimos, se convierten en más que suficientes para recrear un mundo escenográfico ya inexistente y olvidado, pero vuelto real  por el ejercicio de su evocación recurrente en el relato y la actividad de la imaginación; la propia y la ajena, personajes y personas, actrices y espectadores.

La calidez de las niñas emana por vez primera hacia el comienzo de los sucesos y logra escapar rápidamente de sus propios cuerpos. Y entonces no es complicado darse cuenta de que esa esencia del calor humano, que no se conserva en ellas y que no persiste en su niñez de sonrisas rotas, tampoco se traslada hasta el público: la calidez fluye hasta que se posa en el espacio deshabitado que coexiste entre el espectador y las actrices; una fina línea que nadie ocupa y alrededor de la cual todo y nada se extienden. Lo verdaderamente cálido de esta sencilla (y por eso preciosa) obra es el variable aspecto del vacío compartido por todos y habitado por nadie, justo en ese lugar en el cual presente y pasado se continúan, y que se erige por fuera de las historias y los relatos, tal como un nido preparado para gestar la ilusión de un final feliz en una evocación pretérita que lo vuelve imposible. Una laguna en el escenario acompaña, reposando de calma y como útero madre de las expectativas y riesgos que asume ese juego de niñas, a veces macabro y a veces pueril, la tristeza lúdica que rodea este salto al pasado para recorrer el presente. La obra espera el futuro así, despacito, con la ternura rara que se percibe en lo cercano de los cuerpos propios, ajenos y lejanos, húmedos de vivencias y de Bomberos Locos, embarrados de inocencia y cubiertos de mantitas playeras que la protegen; oscura, como las aguas que rodean las islas del Tigre, que tanto saben de todo pero que mucho suelen callar cuando se las interpela.


“Niñas cálidas” de Isabel Sala, Melina Forlano, Ana Rodríguez. Dirección: Isabel Sala. Con Melina Forlano y Constanza Viceconte. Diseño sonoro y música: María Laura Cestona.  Asistencia técnica: Gonzalo de Otaola. Asistencia de dirección: Lautaro Mackinze. Jueves 20.30 horas. Vera Vera, Vera 108. Buenos Aires. Entrada: $70, $60. 

4 de diciembre de 2013

TEATRO | "Trópico del Plata" de Rubén Sabadini | La voz humana


Por Alejandro Dramis

Una voz doble. Doblegada. Un rostro, aún femenino, se dirige de frente a un público que no es el público. Es un otro, una excusa para el diálogo y las confesiones sordas. O una otredad cualquiera, no importa, que permita al menos romper con la soledad de ese espacio físico y mental en el que la felicidad —guarra, en uno de sus tantos y tontos disfraces— se hace presente por un ratito, a veces; un instantáneo recuerdo que dura lo que una lágrima en tocar el suelo cuando se desprende del ojo morado, y al descender por una pierna gotea contra el piso desde la rodilla dislocada. Un puñado de minutos en la semana, momento en el cual la soledad se desvanece por un breve lapso y la visita de Guzmán, el "Ruliento", se confirma en el sótano junto a ella, junto a Aimé. Y así empieza, recomienza, continúa o se retoma una vez más el relato de esos encuentros.

Una visita esperada, algunas inesperadas que son siempre esperables aunque nunca deseables. Y en el o los relatos, el cuerpo otra vez al frente, despatarrado y roto, ya roto y más roto y no dando más de sí, y con las exigencias de cumplir las expectativas y concretar las experiencias olvidables pero necesarias para un recuerdo, que mantenga el diálogo permanente en la negación del silencio culposo; en las experiencias relatadas a ese y por ese Ruliento omnipresente, y de los también sádicos Rulientos nosotros, el público, el voyeur de la cita, en la escucha cómplice de cada nueva atrocidad vivida por ella, por Aimé. Un temor al silencio, quizá; ese que figura entre las palabras escritas sobre el papel, pero que se suprime en la oralidad cuando se convierte en una vía de comunicación de la desesperación.

Pocas son las veces en que tenemos la suerte de encontrarnos de cara a un teatro que nos muerde por completo y sin pedir permiso. Teatro, que absorbe, absorta, o nos fagocita de un bocado y nos perdona (o nos condena) la vida escupiéndonos nuevamente al mundo. Poquísimas son las situaciones en las cuales presenciamos en una sala de Buenos Aires un cachetazo tan celebrado a la costumbre y al siempre-lo-mismo, con una puesta tan brillante que por minimalista ("menos es más", decía nosequién) se adueña del teatro entero, de las butacas, de los espectadores y de las sonrisitas boludas que afloran una y otra vez para evitar hacernos cargo de los disfraces de Aimé, de los de Ruliento, de los que usan las visitas y de los propios. 

El teatro merecedor de tal nombre es aquel que lo devora todo y sin avisar, y yo, y todos los que estaban conmigo en esa función de Trópico del Plata, nos vimos unos a otros en la puerta de la sala cubiertos de saliva hasta el cuello y las orejas, con la satisfacción temeraria y el corazón acelerado ante tanto teatro del bueno; ante tanta genuina expresión del no-sé-qué-ni-cómo-llamarlo pero que te conmueve hasta la médula y abarca también todas las otras partes del cuerpo que no recuerdo y ni me importa recordar cómo se llaman.

"Trópico del Plata" de Rubén Sabadini.  Con Laura Nevole. Iluminación: Alejandro Le Roux. Diseño de vestuario: Jam Monti. Diseño sonoro: Nicolas Bari, Matias Niebur. Realización de escenografia: Mariela Iuliano Oper, Julián Villanueva.  Entrenamiento corporal: Valeria Tollo. Entrenamiento vocal: Valeria Tollo. Asesoramiento escenográfico: Gabriela A. Fernández. Asistencia de escenario: Juan Lapargo. Asistencia de dirección: Valeria Tollo. Producción: Vera Vera Teatro, Lorena Astudillo. Esta obra ya no está en cartel.

2 de mayo de 2013

TEATRO | "Algo que no era" de Pablo Quiroga | Fuegos de Oktubre en Villa Gesell




Por Guillermina Gandola

¿Cómo te sentirías si inesperadamente te encontraras con una realidad paralela? La historia que está en los libros, que creías parte de un pasado estático acontece en el presente. Pero… ¿Qué son el pasado y el presente? ¿Existe el tiempo, o es sólo una ilusión de nuestra mente para aplacar la desesperación que supone el infinito?  

Tres amigos que rondan los treinta se van de vacaciones al departamento heredado por uno de ellos en la ciudad balnearia de Villa Gesell. Es enero del año 2013 (o quizás no). Pato, Romi y Dani son amigos de toda la vida y conviven en armonía hasta que Sivinski (Pato) descubre que puede comunicarse con sus antepasados rusos a través de la heladera y ya nada volverá a ser lo que era. 

El peculiar refrigerador al parecer no es un artefacto de esos que guardan la coca y el jamón para una mañana de bajón… Al abrirlo no solo se puede ver a Rusia en los tiempos de la revolución de 1917 sino que se puede viajar hasta allá y participar activamente en la causa. La heladera se convierte en un portal del tiempo y el espacio por donde las personas y las cosas viajan. 

Algo que no era abarca la física cuántica, las relaciones de poder en situaciones cotidianas, el espíritu de patriotismo y el amor revolucionario y mezcla la simpleza y el desentendimiento en la convivencia de unos jóvenes que están de vacaciones con la solemnidad de la revolución rusa de 1917. Y es este entrecruzamiento la característica más interesante de la obra y el punto de partida de todos los cuestionamientos. Quizás el absurdo sea la única realidad cuerda. 

El trabajo de Pablo Quiroga sobre la dirección de los actores se plasma en la armonía generada en escena, donde todos conviven dentro de un caos que no resulta exagerado. Los temperamentos de cada uno de ellos representan los roles de una revolución que empieza por casa. El que se piensa traidor, quizás sea el más cuerdo, y el más arriesgado por la causa, sea un egocéntrico dictador. 

Quiroga aprovecha cada rincón del espacio. La decoración del departamento de los ancestros de Sivinski es un viaje a los departamentos balnearios de los setentas y la iluminación y el sonido se fusionan a la perfección generando un film al estilo de Zemeckis en Volver al futuro

Algo que no era aporta una vuelta de tuerca a la realidad a través de una mirada crítica sobre las apariencias y lo establecido y replantea el paradigma sobre el tiempo y el espacio.

“Algo que no era” de Pablo Quiroga. Traducción: Aigul Safiullina. Actúan: Juan Pablo Galimberti, Diego López, Leonardo Odierna, Sol Rodríguez Seoane, Maria Zambelli. Vestuario: Daira Gentile. Iluminación: Pablo Quiroga. Diseño de escenografía: Paola Costamagna. Realización escenográfica: Julián Villanueva. Música original: Juan Martín Carzoglio. Diseño gráfico: Sofía Mazzaglia, Manuela Piqué. Asistencia general: Aigul Safiullina. Asistencia de dirección: Manuela Piqué. Supervisión dramatúrgica: Pablo Iglesias. Funciones: Jueves, 21 hs. Vera Vera Teatro, Vera 108. Entradas: $50, $40.

23 de octubre de 2012

TEATRO | "Malabares chinos" de Nahuel Martínez Cantó | Un visitante espera

Por Guillermina Gandola
Hay un malabarista.
Tiene una mujer.
Tiene una alumna.
Hay un chino.
El mundo corre peligro.


Como plantea Malabares chinos, la magia del malabarismo se esconde en el arte de la ilusión y la habilidad de manipular objetos, arrojándolos al más allá, volteándolos, deteniéndolos en el aire, haciéndolos desaparecer y morir, finalmente, en el piso. 

¿Quién otro más que un malabarista de profesión, aquietado por una oscura enfermedad a partir de la mordedura de una iguana en una de sus manos, y un sabio y misterioso chino podrían salvar el mundo del peligro que se avecina?  

Pero hay un problema: Juan, el malabarista, vive con su mujer que lo atormenta por su falta de motivación, ambición y actitud frente a la vida. Ella trabaja en la lobreguez de un acuario y convive con bichos raros que murmuran en silencio. Harta de su cotidianidad (y de esos bichos, entre ellos la iguana que ha enfermado a Juan) pide a su esposo que se haga cargo de la situación para poder liberarse de esa opresión. 

Juan está agotado, dolorido y afiebrado, no puede salir de su pequeño departamento en el corazón del Barrio Chino hasta que recibe la visita íntima de un ser oriental que le encomienda la ardua tarea de salvar el mundo con su número de malabares. Tarea que no será fácil por la limitación de su mano. Pero todo héroe tiene su aliado y este recurrirá a una joven alumna que lo admira (y desea) profundamente. 

Juntos deberán enfrentar los contratiempos del tiempo que se acaba, las firmes preguntas de una mujer celosa y harta de su trabajo, las inquietudes del chino sobre el progreso del plan y la enfermedad que lenta y silenciosamente dejan a Juan cada vez más desconcertado y agobiado.

El final se acerca, el tiempo se agota y ya nada es lo que parecía ser, la realidad y ficción no se reconocen, ni siquiera ellos lo hacen. Hay caos, la desconfianza e incertidumbre son inminentes y hay que salvar el mundo. El chino está esperando… 

“Malabares Chinos” de Nahuel Martínez Cantó. Con Mariana Eramo, Ivana Schiaffino, Ignacio Gracia y Martín Speroni. Viernes de octubre y noviembre a las 23 hs. (a excepción del 26/10 que participa del Festival Escena a las 21 hs.), Vera Vera Teatro, Vera 108. Entrada: $50, estudiantes y jubilados: $40.