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28 de agosto de 2014

TEATRO | "Cinefilia" de Aníbal Gulluni | Míralos haber mirado



Por Eugenia Guevara
Fotos: Muchachina

En uno de sus libros sobre cine Jacques Aumont define a la "cinefilia" o más bien al "discurso cinefílico" como aquel que surge de una actitud basada en la efusión amorosa hacia el objeto, es decir, el cine. El teórico distingue entre la cinefilia fetichista, cuyo placer reside en "la acumulación repetitiva y obsesiva", y la analítica, que es la base de la crítica de films. Una cinefilia mayor existe en Cinefilia, obra escrita y dirigida por Aníbal Gulluni, que engulle a esas cinefilias, las exagera, las subvierte y las cuestiona. Y si bien habla de cine, también plantea algunas ideas en relación a cómo la mirada nos construye. Somos las imágenes que hemos visto, lo que no es consciente. No podemos separarnos del objeto amado, lo hemos incorporado.   

Los espectadores ingresan a la sala mientras los “Contempladores” miran una de sus películas imposibles proyectada sobre una enorme tela que hace de pantalla; una ucraniana en blanco y negro que se llama Dolor ajeno - según informan - en la que se puede ver a una niña corriendo por zonas rurales áridas seguida por un movimiento sin fin. Los jóvenes vestidos según un tipo cinefílico (más plausible de ser asociado a cinematografías europeas que a Hollywood) están entrenando su capacidad de ver películas con el objetivo de participar en Holanda del Campeonato Mundial de Contemplación Fílmica. Como centro de operaciones alquilaron un viejo galpón en el conurbano y allí transcurre esta historia en la que se entrelazan películas apócrifas de posible existencia con la alusión a marcas de editoras de video conocidas, mientras acontecen - como en toda película que tenga lo que debe tener- el amor y el éxito. O la lucha por conseguir el amor y el éxito.

Al comienzo cuesta entrar en clima. Los competidores nos ponen al día (quiénes son, qué buscan, qué quieren), y un músico en vivo, a la manera de las proyecciones del cine mudo, toca y moldea de manera expresiva y efectiva las situaciones y las acciones. Cuando la sombra del Culebra aparece desde el fondo y se escucha su voz, la cosa cambia. Se desata el conflicto. Él es el dueño del galpón, va a cobrar el alquiler, pero se encandila con una de las chicas: la morocha. Las dos solteras, lindas, obviamente la rubia y la morocha, se sienten intrigadas por él, por el juego de la seducción, por la posibilidad del romance. Por eso, descuidan la concentración en un momento crítico, ya que están a punto de confirmar la acefalía de los "Contempladores". Su líder Joaquín terminó en un hospital psiquiátrico luego de intentar ver completa una película maldita. La que quizá intenten ver otra vez mientras insisten por correo electrónico para ser aceptados en el certamen de los exigentes holandeses. 

Como si la trama no fuera suficiente hasta ahí, vuelve Joaquín del psiquiátrico y aparece Fabius, un amigo de la banda de rock que el Culebra tuvo en los 90, que es primo de una del grupo, que se enamora - o ya viene enamorado de chatear por Facebook - de otra: la rubia. Y así de la misma manera que el detalle configura el estereotipo, las situaciones - dramáticas, cómicas, románticas, terroríficas - se tejen a partir de la multiplicidad de clichés que hemos visto en películas de distintos géneros. Lo interesante es que si bien al hablar de cine, hablamos de industria y hablamos de repetición y de fórmula, Cinefilia logra traducir eso, exponerlo en el entretejido narrativo e interpretativo (la interpretación dentro de la interpretación es una constante), al mismo tiempo que muestra algo "autóctono", más cerca del rock del Oeste, o del Sur, y de las costumbres o los consumos culturales, como mirar películas o escuchar bandas en vivo. O hablar de películas, ser cinéfilos.

La obra además de ser divertida propone muchas ideas para pensar, desde lo escénico, lo narrativo, o lo dramático, al cine. Por ejemplo, si tenemos en cuenta que el cine es luz, como la fotografía, lo que se crea a partir de la iluminación en esta obra es muy bueno. Lo mismo pasa con la música: una linterna encendida cuando nadie la espera cobijada por un acorde desarmónico puede lograr imágenes sonoras muy poderosas. Otra cuestión que se plantea es la de la memoria, en cómo cada personaje recuerda lo que ha visto y en qué ha visto: nunca podemos realmente estar seguros de qué recordamos de lo que hemos visto tal como lo hemos visto. Sin embargo todo está por ahí. Como estas, surgen otras reflexiones a partir de Cinefilia. Lo más increíble, y lo mejor, es que dentro de una temática en la que es tremendamente fácil caer en el lugar común, la puesta sale por demás airosa: está en otra parte y eso es genial. 

"Cinefilia" de Aníbal Gulluni. Con Rubén Sabadini,Pablo Chao, Amelia Repetto, Guillermo Zeballos, Francesca Giordano, Luis Alejandro Escaño Manzano, Luna Jankowski.  Música en vivo: Franco Calluso. Iluminación: Claudio Del Bianco. Escenografía: Pía Drugueri. Vestuario: Paola Delgado. Asistencia: Camila Cruz, Damián D´espósito, María Isabel Romanin. Asistencia Dramatúrgica: Franco Calluso. Viernes 22.30 hs. La Carpintería, Jean Jaurés 858. Entrada: $100, $70. 

4 de diciembre de 2013

TEATRO | "Trópico del Plata" de Rubén Sabadini | La voz humana


Por Alejandro Dramis

Una voz doble. Doblegada. Un rostro, aún femenino, se dirige de frente a un público que no es el público. Es un otro, una excusa para el diálogo y las confesiones sordas. O una otredad cualquiera, no importa, que permita al menos romper con la soledad de ese espacio físico y mental en el que la felicidad —guarra, en uno de sus tantos y tontos disfraces— se hace presente por un ratito, a veces; un instantáneo recuerdo que dura lo que una lágrima en tocar el suelo cuando se desprende del ojo morado, y al descender por una pierna gotea contra el piso desde la rodilla dislocada. Un puñado de minutos en la semana, momento en el cual la soledad se desvanece por un breve lapso y la visita de Guzmán, el "Ruliento", se confirma en el sótano junto a ella, junto a Aimé. Y así empieza, recomienza, continúa o se retoma una vez más el relato de esos encuentros.

Una visita esperada, algunas inesperadas que son siempre esperables aunque nunca deseables. Y en el o los relatos, el cuerpo otra vez al frente, despatarrado y roto, ya roto y más roto y no dando más de sí, y con las exigencias de cumplir las expectativas y concretar las experiencias olvidables pero necesarias para un recuerdo, que mantenga el diálogo permanente en la negación del silencio culposo; en las experiencias relatadas a ese y por ese Ruliento omnipresente, y de los también sádicos Rulientos nosotros, el público, el voyeur de la cita, en la escucha cómplice de cada nueva atrocidad vivida por ella, por Aimé. Un temor al silencio, quizá; ese que figura entre las palabras escritas sobre el papel, pero que se suprime en la oralidad cuando se convierte en una vía de comunicación de la desesperación.

Pocas son las veces en que tenemos la suerte de encontrarnos de cara a un teatro que nos muerde por completo y sin pedir permiso. Teatro, que absorbe, absorta, o nos fagocita de un bocado y nos perdona (o nos condena) la vida escupiéndonos nuevamente al mundo. Poquísimas son las situaciones en las cuales presenciamos en una sala de Buenos Aires un cachetazo tan celebrado a la costumbre y al siempre-lo-mismo, con una puesta tan brillante que por minimalista ("menos es más", decía nosequién) se adueña del teatro entero, de las butacas, de los espectadores y de las sonrisitas boludas que afloran una y otra vez para evitar hacernos cargo de los disfraces de Aimé, de los de Ruliento, de los que usan las visitas y de los propios. 

El teatro merecedor de tal nombre es aquel que lo devora todo y sin avisar, y yo, y todos los que estaban conmigo en esa función de Trópico del Plata, nos vimos unos a otros en la puerta de la sala cubiertos de saliva hasta el cuello y las orejas, con la satisfacción temeraria y el corazón acelerado ante tanto teatro del bueno; ante tanta genuina expresión del no-sé-qué-ni-cómo-llamarlo pero que te conmueve hasta la médula y abarca también todas las otras partes del cuerpo que no recuerdo y ni me importa recordar cómo se llaman.

"Trópico del Plata" de Rubén Sabadini.  Con Laura Nevole. Iluminación: Alejandro Le Roux. Diseño de vestuario: Jam Monti. Diseño sonoro: Nicolas Bari, Matias Niebur. Realización de escenografia: Mariela Iuliano Oper, Julián Villanueva.  Entrenamiento corporal: Valeria Tollo. Entrenamiento vocal: Valeria Tollo. Asesoramiento escenográfico: Gabriela A. Fernández. Asistencia de escenario: Juan Lapargo. Asistencia de dirección: Valeria Tollo. Producción: Vera Vera Teatro, Lorena Astudillo. Esta obra ya no está en cartel.