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6 de mayo de 2014

TEATRO | "La edad de oro" de Jakob y Mendilaharzu | Cantá tu vida


Por Natalia Maya

¿Cuál es el espacio que ocupa el tiempo?, ¿qué objetos poblaron tu mundo y te dieron memoria? ¿Cuándo le diste valor al precio y precio al valor, dónde es hoy, dónde es ayer? Vivir el presente con la certeza de la pregunta, a quién amo, a quién escucho, a qué me sujeto, la historia de las cosas es la narración también de nuestras vidas en una edad de oro que luchamos por volver eterna. Estas son algunas de las grietas que tan liviana como profundamente abre La edad de oro.

Mar del Plata, tierra prometida de los coleccionistas, es el escenario donde se encuentran dos amigos de la juventud, Víctor (Ezequiel Rodríguez) y Horacio (Walter Jakob), para emprender un nuevo negocio que implica desprenderse del valor  y entrar en la lógica del precio. Ese valor es la colección de vinilos de Víctor, su tesoro, los inhallables, los importados, los de Peter Hammil, músico de culto que funcionará como nexo generacional y motivo de tensión entre un joven (Pablo Sigal) que llega al viejo sótano de la juventud de los amigos buscando transformar su dinero en valor y hace, involuntariamente, del intercambio comercial un pasaje de tiempos, transforma la nostalgia en una jura apasionada, en la continuidad de un legado.

Coleccionar: dar vida a los objetos, crear historias, anidar generaciones, atesorar. ¿Qué pasa cuando crecemos, cuando la colección se transforma en archivo, quién puede volver a darle sentido sino la pasión de otro coleccionista? En este círculo comienza a moverse  la historia de La edad de oro, con una escenografía musical y actuaciones llenas de cuerpo y transcurrir que invitan a pensar la vida como el cúmulo de aquellas cosas que nos gustan, como el recuerdo del último verano que nos grita a lo Morrissey: cantá tu vida. 

De Walter Jakob, Agustín Mendilaharzu. Con Denise Groesman, Walter Jakob, Ezequiel Rodríguez, Pablo Sigal. Escenografía: Magalí Acha. Iluminación: Adrián Grimozzi, Eduardo Pérez Winter. Asistencia de dirección: Agustín Godoy. Producción ejecutiva: Carolina Martín Ferro. Productor asociado: Roberto Malkassian. Colaboración artística: Alberto Ajaka, Gabriel Zayat. Sábados, 23 horas. El Kafka, Lambaré 866. Entrada: $100, $70.

23 de mayo de 2013

DANZA | "Futuro" de Mayra Bonard | Un porvenir incierto y gélido


Por Dulcinea Segura

La sala está en penumbras. Los espectadores entran entre murmullos. El suelo de la escena es marrón, como tierra. En el fondo, contra el telón, se adivinan unos troncos. En una esquina, casi completamente a oscuras, alguien de rojo gira lentamente entre las sombras. Se oyen sonidos, como si fuera una prueba de micrófonos. 

Empieza la función de Futuro.

Desde atrás, un personaje avanza mientras hace sonar un micro que roza o golpea contra su cuerpo. Estos sonidos repercuten en el espacio creando una atmósfera extraña. En medio de ese colchón sonoro comienza un texto, dicho con cierta afectación, tal vez hasta algo vacío de contenido emocional. Un texto que casi es escupido al espectador. 

Esta elección de ruptura de la cuarta pared aúna la representación construida desde ese lugar diferenciado que es la escena con la propia presentación del actor que se desdobla de su papel para hacer de sí mismo y de otro, del ‘como si’ teatral.

El personaje se dirige al público, entra en contacto con él y más allá de él, con algún vacío existencial que anida en ese futuro incierto. Lejano y ya presente. Así da inicio una propuesta que amalgama diversas expresiones en una puesta teatral que construye una poética gélida. 

¿Será esa la marca del futuro?

Un hombre, otro, luego una mujer. Son tres. Tres soledades que se muestran distantes entre sí, que intercambian palabras y cuerpos. “Ni del todo reales ni del todo humanos”, en palabras de Mayra Bonard, su directora.

La mujer que entra en acción lo hace desde un lugar bastante animal, gutural. Aparece una imagen femenina salvaje, arcaica, que se contonea y emite sonidos no identificables desde la lógica del lenguaje racional.

Se plantea una relación, entre ella y los hombres, un tanto ambigua, donde el dinero juega un papel de compra y venta. Consumo en que el cuerpo femenino es deseado y simultáneamente mercantilizado. 

Uno de los intérpretes parece ocupar el lugar de vendedor, como un gigoló. El otro es el deseante, el comprador, el que quiere pagar para conseguir ese cuerpo. La escena remite fácilmente a la prostitución. No está muy claro el tono de denuncia, pero sí incomoda el uso y abuso de género y el trato del cuerpo femenino y su sexualidad, como objetos mercantiles. Se ejerce un grado de violencia sobre la mujer que se vierte sobre el público de forma chocante pero con humor. 

¿Será ese el futuro hacia el cual nos dirigimos o al que estamos cayendo por no intervenir con decisión?

El texto suena delirante. El subtexto abre bifurcaciones que no pueden dejar al espectador inmóvil. Es una propuesta que intranquiliza.

Desde el vestuario, los colores que visten los personajes masculinos son unificadores: blanco para uno y rojo para otro. Colores significativos que se prestan a distintas interpretaciones. Rojo sangre, pasión, fuerza, fuego. Blanco vacío, pureza, luz. 

Colores que se oponen (o bien podrían completar) el gris de la mujer. Gris ambiguo, tono medio, ni blanco ni negro, ni lo uno ni lo otro. Gris que es transformado, abandonado, transmutado, en piel, en desnudez, en carnalidad descarnada. 

Los troncos del fondo son repartidos sobre la escena. Allí construyen un bosque talado, un cuadro desolado, la destrucción de la vida. Una imagen post nuclear.

Luego son apilados a modo de tótem. ¿Cuál es la ofrenda, el rezo, que se eleva a esa deidad, a esa imagen? 

Ante esta construcción, el tabú puede verse representado por el cuerpo desnudo de la mujer que camina con ayuda, casi flotando, sobre el resto que ha quedado del intérprete blanco. Este se coloca allí donde el pie de la bailarina va a posarse en un delicado movimiento donde la danza sobra y las palabras no son necesarias. Un cuadro de silencio y contemplación.

La creación deja mucha soledad en un conjunto de imágenes crudas y textos vaciados de contenido pero impregnados de sentido. Se construye así una poética frígida que pinta un mañana duro y frío, desolado, abismal, deshumanizado. 

Finalmente, frente a esta nada construida (o a este todo destruido), a este olvido del hombre, de lo que lo hace humano, del amor, de la esencia, se oye el mar de fondo.
Sobre ese horizonte marítimo, la última imagen: un tronco en el que se apoya un micrófono. 

Que hable la naturaleza. (Si algo queda de ella).

Dice la autora: “Hay en Futuro un universo extraño, relacionado con la incertidumbre y de ahí el título”

Una puesta en movimiento de preguntas que se disparan al futuro.

“Futuro” de Mayra Bonard. Intérpretes: Damián Malvacio, Rocío Mercado, Emanuel Zaldua. Vestuario: Cecilia Alassia. Espacio escénico: Luciano Stechina. Diseño de luces: Matías Sendón. Realización de arte: Maximiliano Sans. Música original: Sebastián Carreras. Asistencia de escenario: Santiago Defranco. Asistencia general: Luna Sarsale. Producción: Victoria Entel, Marlene Nordlinger. Colaboración artística: Diego Frenkel. Dramaturgista: Juan Pablo Gómez. Última función: 24 de mayo, 22 horas. El Kafka, Lambaré 866. Entrada: $70, $50.  

18 de octubre de 2011

TEATRO | "El Cóndor" de Mariana Levy | "She's going to break your heart in two, it's true"

Por Perra de Agua (o @perradeagua)

En "El Cóndor" la protagonista está desdoblada entre Laura, la pendeja caprichosa y sensual que vive la historia, y Lua, la insomne bizarra y loca, que la cuenta. Con este dato supongo que ya sabrán a cuál de las dos vamos a querer más… Laura viaja al Perito Moreno con un novio y una extranjera, acá ya vamos mal ¿para qué llevar a la extranjera? y si el auto en el que viajan se rompe y se quedan atascados en el medio de la Patagonia, estamos pior. ¿Dónde se quedan?: en “El cóndor”, a 30 km. de Viedma, en un camping en el que no hay nada, menos que menos cóndores. Lo que sobran, doy fe de ello porque estuve ahí este verano, son acantilados y loros barranqueros. Como diría Mariana Levy, la directora y autora de la obra, “no hay nada para hacer”, sin embargo ahí se quedan, como se queda Lua en su casa contando la historia de las peores vacaciones de su vida. Convengamos que de por sí no es muy complicado que un veraneo se convierta en un fracaso, principalmente porque se lo carga de más ilusión antes de salir que al futuro de un primogénito.


Lua dice: “esto no es una historia de amor, el romance está puesto sólo para distraerlos” y aclara, “el romance es como un fila de fichas de dominó, es lindo porque sabemos que en cualquier momento puede romperse”, la ilusión respecto de las vacaciones, pienso, es algo parecido. Por eso lo mejor de la historia no pasa en el camping, pasa en el cuarto de la chica sola y rayada, Camila Dougall, que se lleva todos los laureles con sus intervenciones musicales desquiciadas. Acá debe insertar ud. que a la crítica de esta obra nunca le gustaron los musicales. Reformulemos, no le gustan, pero le encantan los musicales de Mariana Levy.

Quiere, exigente lector, más razones para no perderse esta obra. Tenga: la puesta está resuelta de manera brillante, los universos del relato se complementan y potencian en escena evidenciando que cada recurso fue craneado con mucha lucidez. Por otra parte, la trama rebota entre distintos climas constantemente, la comedia, la melancolía, lo siniestro, lo border, se van engarzando para armar una historia integral en la que es difícil aburrirse.
¿Y si no hay cóndores en “El Cóndor”, de dónde carajo le viene el nombre? De un barco, que también se quedó varado por esas costas. Un barco lleno de champagne francés que viajaba a San Francisco y fue a naufragar en la Patagonia. Esta obra es más o menos lo mismo, un tesoro hundido en el mar de los recuerdos.



Dramaturgia y Dirección: Mariana Levy. Asistente de dirección: Agustina Palermo. Actúan: Camila Dougall, Julieta Halac, Carolina Guareschi, Camilo Cuello Vitale y Sebastian Ursi. Escenografia, diseño y realización: Gustavo Kotik. Vestuario: Cecilia Zuvialde. Diseño de Luces: Paula Fraga. Diseño Gráfico: Agustin Ceretti. Comunicación: Martín Crespo. Sala El Kafka. Entrada: $50 ($40 estudiantes). El Kafka, Lambaré 866. Reservas al:4862-5439.