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30 de octubre de 2014

CINE | "Polvo de estrellas" de David Cronenberg (II) | Chicos ricos que tienen tristeza


Por Andrés Emilio

A esta altura del partido ya vimos bastantes películas donde confirmamos que el off Hollywood está lleno de perturbados, de oscuros, de gente que hace cualquier cosa por ser famosa. Cronenberg no se queda atrás para nada y muestra un poco de ese submundo.

Una chica llega a la Meca del cine y se alquila una limusina que le cuesta muy barata y encima es manejada por el galancete Robert Pattinson. Ella es enigmática y él es lindo. A los 3 minutos de película ya echaron todo a perder hablando de famosos “reales”. Habría que reescribir los manuales de cine y decir que hablar de famosos “reales” es tan extradiegético como mirar a cámara. Es así que recién comenzada Polvo de estrellas uno empieza a temer que sea una remake del bodriazo de Sofia Coppola, Adoro la fama. Desgraciadamente este género de películas sobre el detrás de escena de Hollywood cuenta con obras maestras como Mulholland Drive de David Lynch y Sunset Boulevard de Billy Wilder, por citar dos paradigmáticas, y eso hitos son muy difíciles de superar. 

Uno que conoce el elenco, espera y piensa, bueno, calma que todavía falta que aparezcan John Cusack y la milf Julianne Moore. Para qué. John Cusack está casado con su hermana pero ellos no lo sabían (Olivia Williams). Sus hijos también quisieron casarse. Su hijo es un niño problemático y maleducado de creciente éxito pero tiene problemas con las drogas a los 13 años. Su hermana es la que aparece al principio. Resulta que ellos iban a casarse como sus papás pero ella, que es muy loca, prendió fuego la casa y se quemó toda. Al niño solo se le quemó el cerebro. Ella vuelve a Los Ángeles, pero antes se había hecho amiga por twitter de Carrie Fisher (sí, la princesa Leia ahora, sin rodete y bastante desmejorada, otra que tenía algo con su hermano ahora que recuerdo). Ella se la recomienda a Julianne Moore para que sea su asistente personal. Havana Segrand (Moore) es una actriz en decadencia y se muere por interpretar a su madre en una película de un famoso que nombran pero creo que ese sí es un personaje de ficción, de la diégesis. 

La fantasía de que los famosos viven todos en una casa de famosos y se conocen se hace realidad acá: Cusack es algo así como el maestro masajista de Julianne Moore y así descubre que su hija malvada y pirómana volvió a Hollywood más mala que nunca (papá y mamá no la visitaron en estos años ni hablaron con ella ni nada). Es terrible cuando en una película uno no cree en la verosimilitud de una familia. Da la sensación que Cusack y Olivia Williams se conocieron hace 15 minutos y lo mismo pasa en relación con sus hijos.

De a poco todo empieza a salir muy mal, unos fantasmas llevan a los personajes a ser más malos aún y esta maldad arroja como resultado final un herido por intento de estrangulamiento, un perro muerto de un disparo; dos personas muertas, una con la cabeza reventada con un Golden Globe y la otra prendida fuego y un espectador que llega corriendo a su casa a buscar los viejos VHS para ver La mosca, Cromosoma 3, Scanners o cualquiera de ellas y hacer tracking porque la cinta se ve mal.


Polvo de estrellas, Maps to the Stars, Canadá-Estados Unidos-Francia-Alemania/2014, 111'. 

29 de octubre de 2014

CINE | "Polvo de estrellas" de David Cronenberg (I) | La parada de los monstruos


Por Leonardo Maladonado

Los críticos de La Nación online calificaron de la siguiente manera los estrenos de cine del jueves 23 de octubre: Barroco (Estanislao Buisel), buena; El amor en los tiempos de selfies (Emilio Tamer): buena (en el trailer se nota claramente que se trata de un film pobrísimo tanto a nivel de la trama como de la puesta en escena); El último amor (Sandra Nettelbeck): buena; de Annabelle (John R. Leonetti) no consta la calificación y Polvo de estrellas (David Cronenberg): buena. Pareciera que todo fuera lo mismo para estos reseñistas; un claro ninguneo al cine de autor (lo mismo sucedió un par de semanas atrás con Magia a luz de la luna, del gran Woody Allen). Pregunta: el cine de Cronenberg: ¿es igual de bueno que el del resto de los realizadores que estrenaron sus films esta semana? Acaso los mundos que propone, ¿son igual de creativos, de sensibles, de perturbadores y personalísimos como los representados por los otros directores? Clarín y Página/12 le reconocen otro estatuto: para el primero su último film es muy bueno (¡por fin Clarín no miente!) y el segundo lo aprueba con un ocho. 

Si en Mullholand Drive (David Lynch, 2001) una joven actriz, ingenua, bella y rubia, llegaba a la denominada Meca del Cine con el sueño de convertirse en una celebridad y de a poco ingresaba en una pesadilla, en Polvo de estrellas Cronenberg nos ahorra la secuencia del sueño americano. La misteriosa, joven y rubia Ágatha (Mia Wasikowska), que esconde tanto como puede las quemaduras de su piel producidas en un lejano incendio, no está interesada ni en el glamour ni en el ingreso en el mundo de las películas. Lo que busca es reencontrarse con su hermano menor, Benji (Evan Bird), de trece años, un galancito caprichoso que ha triunfado gracias al desmedido trabajo de sus padres por introducirlo en el mundo del showbussiness. Ágatha, que parece psíquicamente perturbada, lo necesita para explicarle algunos eventos ocurridos en el pasado y concretar una ceremonia que se deben. Por azar, consigue emplearse como asistente personal de Havana (Julianne Moore), una actriz emocionalmente inestable que trata de hacer lo imposible por obtener el papel de su vida: ser la protagonista de la remake de una película en B&N protagonizada por su madre, famosa actriz en su tiempo. 

Polvo de estrellas (en el original Maps to the stars) es un film que representa a Hollywood como un mundo oscuro y asfixiante producto del capitalismo salvaje del siglo veinte y del que es difícil desentenderse si se ha formado parte de él. Es un mundo frívolo y narcisista que genera tanta adicción y destrucción como la cocaína. Cronenberg lo retrata como una familia disfuncional constituida por monstruos, muchos de los cuales no tienen ni necesitan maquillaje. Es sobre todo un film sobre el cuerpo, o sobre los efectos que produce este mundo en el cuerpo, o mejor aún, con los intentos de estos cuerpos abatidos por encontrar cierta calma, trascendencia, epifanía o felicidad. Como en Crash (1996), hay cuerpos reparados, rotos, quemados (el de Ágatha es el ejemplo más evidente, pero su cuerpo no está menos lacerado que el de Havana); como en eXistenZ (1999), hay cuerpos que son modificados artificialmente (el efecto visual en el rostro de Jerome, el chofer de la limusina, interpretado por Robert Pattinson); como en La mosca (1986), hay cuerpos que parecen haber sido extrañamente concebidos (Benji) y como en Pacto de amor (1988), los cuerpos de los hermanos se necesitan y se reclaman. 

Cronenberg no deja de retratar cuerpos que sufren: el desamparo (Ágatha), el miedo (el padre de los jóvenes, un oscuro John Cusack), la culpa (la madre de los chicos), el envejecimiento (Havana), el dolor (Azita, la actriz que pierde a su hijo), el fracaso (el chofer de la limusina). Pero son a su vez cuerpos que luchan como pueden: la desintoxicación (Benji), el retraso del paso del tiempo y la superación de un trauma (Havana), el amor y la comprensión (Ágatha), el éxito (Jerome), el olvido de un hijo (los padres de Benji y Ágatha), el coito (Jerome). Mientras Benji es un adulto en el cuerpo de un niño, Havana es una niña en el cuerpo de una menopaúsica. Como en El resplandor (Kubrick, 1980) hay niños fantasmagóricos que aparecen para augurar malos presagios y despertar pesadillas en sus videntes. Y al igual que su colega norteamericano, que hace orinar a Nicole Kidman en Eyes Wide Shut (1999), Cronenberg también deserotiza a la diva y la sienta a Moore (que ganó el premio a la mejor actriz en Cannes) en el wáter: Hollywood ultra exposed. 

La primera gran escena perturbadora del film es una especie de lucha cuerpo a cuerpo con desventaja absoluta para la mujer: Stafford Weiss, el padre de Benji, quiropráctico y asesor espiritual de moda de las celebrities, experimenta en Havana una extraña terapia que incluye al mismo tiempo sesión de masajes y control mental. Metáfora de un sexo duro y salvaje que no hace más que lastimar y lograr un efecto de insatisfacción, como ocurre en el pasaje del menage á trois y en el de la limusina. A medida que el film avanza, diversos elementos fantásticos (las apariciones de los muertos) transforman el drama en una extraña ciencia ficción. Pero este sesgo fantasmagórico tiene un corte brutal cuando Stafford estalla -no hay mejor palabra que esa para describir lo que le pasa- contra su hija. Cronenberg logra un realismo bestial que muta nuevamente el género del film: el horror desplaza el drama atravesado por la fantasía. No hay cuerpo que soporte la irrupción de lo siniestro.

Polvo de estrellas, Maps to the Stars, Canadá-Estados Unidos-Francia-Alemania/2014, 111'. 

3 de abril de 2012

CINE | "Un método peligroso" de David Cronenberg | Psiquis perturbadas


Por Leonardo Maldonado

La sordidez del último film de David Cronenberg, Un método peligroso (2011), no proviene, como sucede en Crash (1996), su cinta más perturbadora, de la obscenidad de la imagen y de la puesta en escena, de la explicitud en la representación de los cuerpos desnudos, del acto sexual y de determinadas perversiones, sino que se asienta completamente en la palabra. De hecho, la película apuesta a un combate feroz por el conocimiento –y por ende del poder– a través de la palabra.

Así, las palabras seguras, paternalistas y autorizadas de Freud, que no hacen más que defender su necesidad de otorgar prestigio y cientificidad al psicoanálisis, su disciplina naciente, serán cuestionadas primero por las de Jung, su joven discípulo, y luego por las de Spielrein, la paciente y amante de éste, quien pudo “sacarla” del estado de histeria a partir del método de la “cura por el habla” postulado por el primero. Discrepancias teóricas que tensarán las relaciones entre el maestro y el discípulo y que no hacen sino dar cuenta de las tórridas contradicciones conceptuales iniciáticas en el complejo terreno del psicoanálisis. 

Y es en el marco de estas diferentes posturas de entender un concepto, pensar una mecanismo inconsciente, reflexionar sobre la posibilidad de una cura, o de relacionar categorías y conceptos, como la libido, el sexo y la muerte, por ejemplo, que el analista –todos los analistas que el film presenta, en realidad– se desestabiliza, y no en pocos momentos se siente amenazado –en su conocimiento y en su cuerpo– por ese al que justamente analiza. Pues si Freud proclama que ha abierto la puerta para que otros continúen con la investigación, clausura esa posibilidad cuando cree que Jung equivoca el camino, tanto el intelectual como el personal (moral). 

Es que Jung ha sucumbido, ese es el verbo que se usa en el film, a la palabra de uno de sus pacientes, otro analista: Otto Gross, que le sugiere no reprima sus pulsiones y mantenga relaciones con su bella paciente rusa. Sin duda es esta la ruptura más radical respecto de la práctica psicoanalítica tal como Freud la entiende. De todos modos, no es que Jung se acueste con Sabina porque su paciente (al que se supone debe tratar y con el cual acaba analizándose) se lo recomienda sino porque late un deseo preexistente. 

Porque en medio de la lucha por la palabra y el poder (cientítifico) se instala en la carne –más allá de la poca representación que de ella se hace–  la lucha por el deseo. Lucha que se da en la Europa represiva de principios de siglo, en la sociedad burguesa y entre médico y paciente. En la gran maraña de diálogos que constituye el film, la primera gran y perturbadora pregunta –y que descoloca a Jung en tanto no ha pensado en ella– es formulada por Freud, que (le) demuestra aquí el caudal de su conocimiento y experiencia: “¿es ella virgen?”.

Cuando no se habla, Cronenberg filma bellas imágenes que contrastan con la trama sombría:  el descanso de los amantes en el bote (registrado en ángulo cenital), la llegada de los científicos a Estados Unidos en el lujoso transatlántico, los paseos por los parques de Viena, las aguas cristalinas de un vasto lago. La mejor escena quizá sea aquella en la que Jung, reloj y anotador en mano, interroga a Emma, su esposa, con un sistema mecánico que registra determinado comportamiento fisiológico y que le revela ciertos aspectos de su personalidad e inconsciente. 

En cuanto a la estructura del film, no resulta del todo satisfactoria la reiterada interpretación de preguntas, sueños y situaciones, y la presencia de diálogos constantes, casi sin pausas. Y al principio de la historia, la exagerada interpretación de Keira Knightley como la histérica Sabina, cuya animalidad (necesaria dramáticamente) ha superlativizado. Si bien Cronenberg es un especialista en filmar escenas de sexo perturbadoras, las dos escenas de fustigamiento que aquí registra no alcanzan esa preciada cualidad; no obstante, en la segunda, la intensidad reside en el rostro de Jung (un Michael Fassbender estupendo), que se excita aún más que su paciente cuando le propina los golpes. Por su parte, Viggo Mortensen compone un Freud maduro y convincente. 

Por último, Cronenberg no descuida la procedencia de los personajes, y aquí también la palabra tiene un peso importante: rusa, judío, protestante, judía, rica, ario. Las placas finales del film comunican al espectador la persecución nazi a Freud y a Spielrein. Se trata de la oscura premonición que atormenta a Jung: “la sangre en Europa”. La última escena del film es desvastadora: las palabras que los ex amantes se profieren dan cuenta de la propia tarea del “método peligroso”: la caída de toda resistencia a la decibilidad absoluta. Lo interesante de la cuestión es que Cronenberg sitúa a los personajes fuera de una situación de terapia: el dolor se asume en y por la palabra, y las tragedias personales no pueden sino sobrellevarse o sobrevivirse sino a partir de la sinceridad máxima: la de las palabras y la de las pulsiones.