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15 de julio de 2013

TEATRO | "Emilia" de Claudio Tolcachir | Tensión en familia



Primero se olvidan las manos, 
Después las piernas,
Después la voz,
Después se olvidan las cosas feas,
Después se olvidan los ojos,
Después se olvida todo. 
Sólo queda el nombre.
Carolina, como el nombre de una calle. 
Después se olvidan los recuerdos.
Por Guillermina Gandola

Para muchas personas es más lo que se recuerda que lo que se vive y los muertos están más presentes que los vivos; para otras, el recuerdo se desdibuja en el agujero del olvido. Cuesta recordar, cuesta olvidar… Y Emilia, dentro de su cárcel revive ese encuentro que marcó un antes y un después en su vida: el encuentro con Walter (Charlito para ella) a quien cuidó cuando era un niño y ahora es un adulto con mujer e hijo en casa nueva. 

Walter se sorprende con esta aparición del pasado que viene a dar luz historias olvidadas y reprimidas. A Carolina, su mujer, parece importarle poco y nada el pasado de su esposo, ella está perdida en otra dimensión. Y Leo, su hijo, está acorralado entre la ausencia de su madre y las historias contadas por la niñera.  

En el desorden que implica la mudanza a un nuevo hogar, donde nada está donde debería estar, ellos buscan utensilios perdidos, papel higiénico, ropa. Walter busca un amor correspondido, una esposa que se maquille y use vestidos de fiesta y un hijo que coja mucho, sea sociable y adaptado. Leo anhela escaparse del fracaso, un fracaso heredado. Quiere escapar de esa familia que no eligió y de la cual recibe facturas por ser amado y criado, unas facturas de una compra que nunca hizo, una compra que cargará por el resto de su vida como su más pesada cruz. Carolina es una mujer vacía que quiere que su verdadero amor (que no es Walter)  la ame como corresponde, la respete, le dé una casa y no sólo pasión sin compromiso. Una mujer desequilibrada, muda, que no puede hacerse cargo de su vida ni de sus fracasos.

En los diálogos escritos y construidos por el autor y director Claudio Tolcachir a partir de una experiencia personal se expone y mantiene a lo largo de Emilia, la incapacidad de comunicarse y la desconexión entre los integrantes de esta familia, dentro de la que se desarrollan patologías como la violencia verbal y física. La trama recorre conversaciones sobre cosas sin importancia dentro de una nube densa en la cual las problemáticas importantes se omiten generando podredumbre y desesperación en sus miembros.

Lo interesante para el espectador es ir descubriendo poco a poco las substancias más veladas de un entramado familiar disfuncional: un poquito de costumbre, culpa, miedos. En un mar donde el vaivén de las olas ondea sobre el amor y el odio, surfeando sobre una bipolaridad enfermiza, Emilia se convierte en la mirada ajena y evaluativa de esta pintura familiar. Como si esa mirada pudiera trasformar el cuadro, volverlo a pintar. 

La precisa y acertada dirección de Claudio Tolcachir genera personajes que duelen e incomodan porque son muy verosímiles como la vida, porque tocan las fibras más íntimas de cada espectador, dejándolo emocionalmente perturbado, pasmado, exhausto. Emilia es una obra que no tiene respiro; no hay matices ni sensaciones de alivio, constantemente hay tensión generada por la naturaleza cínica de sus personajes. 

La Omisión de la Familia Coleman estrenada en 2005, El viento en un violín y Emilia deberían verse como una gran obra porque se retroalimentan y se interrelacionan consumando la teoría de que la idea de familia destruye a los vínculos reales y al individuo que la compone.  

“Emilia” de Claudio Tolcachir. Con Elena Boggan, Gabo Correa, Adriana Ferrer, Francisco Lumerman, Carlos Portaluppi. Diseño de escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Diseño de luces: Ricardo Sica. Asistencia de dirección: Gonzalo Córdoba Estévez. Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak. Jueves, 21 hs. Viernes, 21 hs. Y 23.15 hs. Sábado, 21 hs. Y 23.15 hs. Timbre 4, México 3554. Entrada: $70, $90. 

1 de octubre de 2012

TEATRO | "El viento en un violín" de Claudio Tolcachir | El amor como instinto



Por Guillermina Gandola


Las familias, como cualquier otra relación interpersonal funcionan como un violín, según qué cuerda toques y qué combinación realices será la melodía que suene y viva a través del viento. 

Una familia no es una sociedad cerrada, sus vínculos están condicionados por un afuera (en relación a un adentro) y ese adentro que condiciona al afuera. En esas conexiones se esconde la magia de las relaciones. Así es como integrantes de dos familias con realidades económicas diferentes, alejadas desde la ubicación geográfica hasta la disposición espacial de sus hogares se encuentran e interaccionan compartiendo miedos, incongruencias, debilidades y deseos. 

El deseo de dos madres de encontrar la autorrealización y la felicidad para sus hijos, la resignación de no poder cambiar lo que creen necesario para ellos y finalmente, la aceptación de que el rumbo que uno proyecta para el otro ser querido no necesariamente tiene que ser el único y el mejor.

El deseo de los hijos de poder encontrar lo que ellos verdaderamente anhelan, más allá de cualquier moralidad y la necesidad de amar y ser amado. Esa búsqueda interior los llevará a encontrarse (de una manera poco convencional) generando finalmente el amor absoluto, vivo. Un amor bello e imperfecto que como el Dios Eros es capaz de curar todos los males que imposibilitan la felicidad.

Y en este sentido, el desenlace de El viento en un violín recuerda al mito relatado por Aristófanes en El Banquete de Platón: hubo un tiempo en el cual existían tres sexos: el masculino, descendiente del sol; el femenino, descendiente de la tierra y el andrógino, descendiente de la luna que participaba en ambos. En ese entonces, en esa tierra, otros seres y formas de vida eran posibles, ¿por qué en esta no podrían serlo?

Al igual que en La Omisión de la Familia Coleman Claudio Tolcachir nos relata a través de interpretaciones intensas, exactas y reveladores encarnadas en sus actores, la historia de dos familias con diferentes estilos de vida pero que a la vez comparten mucho. 

En ambas hay casos de omisión (Marito no sabe que tiene cáncer, Darío desconoce que tuvo un hermano gemelo y Celeste ignora que estuvo en riesgo de muerte). Estas omisiones son los elementos catalizadores de un desenlace y se observa que aquel que parecía el más débil, más “tonto” o incongruente es en realidad el más cuerdo, genuino y espontáneo. Que no necesita ocultar porque no hay nada que sea tan terrible para ser omitido, la clave está en comprender y aceptar que la vida es un absurdo. 

El viento en un violín grita a los cuatro vientos que el amor no es un fenómeno cultural, las formas de amar sí lo son. El amor en sí mismo no reconoce diferencias porque es único y omnipresente. El amor es un instinto humano que remplaza a la mediocridad por locura y hace que el mito se convierta en realidad. 

"El viento en un violín" de Claudio Tolcachir. Con Araceli Dvoskin, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Paula Ransenberg, Gonzalo Ruiz. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estevez. Iluminación: Omar Possemato. Fotografía: Giampaolo Samá. Asistencia de dirección: Melisa Hermida. Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak. Viernes y sábado, 21 y 23.15 hs. Timbre 4, México 3554. Entrada: $ 90, $ 60, $ 45.

11 de junio de 2012

TEATRO | "La omisión de la familia Coleman" de Claudio Tolcachir | La acción como silencio


Por Guillermina Gandola

Nada mejor que la improvisación para dar vida a la historia de una familia, para investigar el rol de cada uno de sus integrantes y sus cuestionamientos frente a la realidad que se les presenta. 

La ausencia de la figura paterna, el karma del abandono, una madre que también se presenta como ausente por una inmadurez mental no asumida, sus cuatro hijos (de distinto padre) y una abuela que reemplaza a esa quizá necesaria “cabeza” de familia y que unifica, aunque esa unión signifique la pérdida de identidad de sus integrantes, son los elementos de La omisión de la familia Coleman.

Una casa sin contacto con el exterior, por falta de timbre y línea telefónica, el pasado y el presente que se niegan y los integrantes que giran en torno de la única persona que (al parecer) puede mantener el equilibrio familiar. Un equilibrio débil que sienta sus bases en el caos y en el ocultamiento, generando lazos enfermizos. 

El autor y director de la obra, Claudio Tolcachir crea una historia vertiginosa, donde la acción y reacción son sus protagonistas sin dejar espacio a la melancolía; el movimiento parece callar a la reflexión que puede ser devastadora. Esa acción que se trasforma en el mejor de los silencios.

Hay demasiadas cosas de la historia familiar que, como dice la abuela, es mejor no recordar. Y si se puede omitir es porque hay alguien que lo permite, que tampoco quiere saber, que tiene miedo, que también omite. Cuando hay cosas que no se asumen, esa “cosa” puede pasar de ser algo inofensivo o algo que puede matar. 

¿Qué pasó con los padres de los niños? ¿Por qué la madre no puede ser madre? ¿Qué hace cada uno de ellos cuando está fuera de la casa? ¿Quiénes son cuando están dentro? 

La omisión de la familia Coleman es una comedia negra que transita lo divertido y lo patético de una familia cuyos miembros se encuentran atrapados en una convivencia que los ahoga pero que no termina de matarlos y donde la agresión es el único medio de comunicación posible. Y el ocultamiento, la mayor de las violencias. 


"La omisión de la familia Coleman" de Claudio Tolcachir. Con Jorge Castaño, Araceli Dvoskin, Diego Faturos, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Gonzalo Ruiz, Macarena Trigo. Asistencia de dirección: Gonzalo Ruiz, Macarena Trigo. Producción ejecutiva: Maxime Seugé, Jonathan Zak.  Funciones: domingos 19 y 21.15 en Timbre 4, Av. Boedo 640/ México 3554. Entrada: $90.