Por Guillermina Gandola
Las familias, como cualquier otra relación interpersonal funcionan como un violín, según qué cuerda toques y qué combinación realices será la melodía que suene y viva a través del viento.
Una familia no es una sociedad cerrada, sus vínculos están condicionados por un afuera (en relación a un adentro) y ese adentro que condiciona al afuera. En esas conexiones se esconde la magia de las relaciones. Así es como integrantes de dos familias con realidades económicas diferentes, alejadas desde la ubicación geográfica hasta la disposición espacial de sus hogares se encuentran e interaccionan compartiendo miedos, incongruencias, debilidades y deseos.
El deseo de dos madres de encontrar la autorrealización y la felicidad para sus hijos, la resignación de no poder cambiar lo que creen necesario para ellos y finalmente, la aceptación de que el rumbo que uno proyecta para el otro ser querido no necesariamente tiene que ser el único y el mejor.
El deseo de los hijos de poder encontrar lo que ellos verdaderamente anhelan, más allá de cualquier moralidad y la necesidad de amar y ser amado. Esa búsqueda interior los llevará a encontrarse (de una manera poco convencional) generando finalmente el amor absoluto, vivo. Un amor bello e imperfecto que como el Dios Eros es capaz de curar todos los males que imposibilitan la felicidad.
Y en este sentido, el desenlace de El viento en un violín recuerda al mito relatado por Aristófanes en El Banquete de Platón: hubo un tiempo en el cual existían tres sexos: el masculino, descendiente del sol; el femenino, descendiente de la tierra y el andrógino, descendiente de la luna que participaba en ambos. En ese entonces, en esa tierra, otros seres y formas de vida eran posibles, ¿por qué en esta no podrían serlo?
Al igual que en La Omisión de la Familia Coleman Claudio Tolcachir nos relata a través de interpretaciones intensas, exactas y reveladores encarnadas en sus actores, la historia de dos familias con diferentes estilos de vida pero que a la vez comparten mucho.
En ambas hay casos de omisión (Marito no sabe que tiene cáncer, Darío desconoce que tuvo un hermano gemelo y Celeste ignora que estuvo en riesgo de muerte). Estas omisiones son los elementos catalizadores de un desenlace y se observa que aquel que parecía el más débil, más “tonto” o incongruente es en realidad el más cuerdo, genuino y espontáneo. Que no necesita ocultar porque no hay nada que sea tan terrible para ser omitido, la clave está en comprender y aceptar que la vida es un absurdo.
El viento en un violín grita a los cuatro vientos que el amor no es un fenómeno cultural, las formas de amar sí lo son. El amor en sí mismo no reconoce diferencias porque es único y omnipresente. El amor es un instinto humano que remplaza a la mediocridad por locura y hace que el mito se convierta en realidad.
"El viento en un violín" de Claudio Tolcachir. Con Araceli Dvoskin, Tamara Kiper, Inda Lavalle, Miriam Odorico, Lautaro Perotti, Paula Ransenberg, Gonzalo Ruiz. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estevez. Iluminación: Omar Possemato. Fotografía: Giampaolo Samá. Asistencia de dirección: Melisa Hermida. Producción general: Maxime Seugé, Jonathan Zak. Viernes y sábado, 21 y 23.15 hs. Timbre 4, México 3554. Entrada: $ 90, $ 60, $ 45.