Por Guillermina Gandola
Nada mejor que la improvisación para dar vida a la historia de una familia, para investigar el rol de cada uno de sus integrantes y sus cuestionamientos frente a la realidad que se les presenta.
La ausencia de la figura paterna, el karma del abandono, una madre que también se presenta como ausente por una inmadurez mental no asumida, sus cuatro hijos (de distinto padre) y una abuela que reemplaza a esa quizá necesaria “cabeza” de familia y que unifica, aunque esa unión signifique la pérdida de identidad de sus integrantes, son los elementos de La omisión de la familia Coleman.
Una casa sin contacto con el exterior, por falta de timbre y línea telefónica, el pasado y el presente que se niegan y los integrantes que giran en torno de la única persona que (al parecer) puede mantener el equilibrio familiar. Un equilibrio débil que sienta sus bases en el caos y en el ocultamiento, generando lazos enfermizos.
El autor y director de la obra, Claudio Tolcachir crea una historia vertiginosa, donde la acción y reacción son sus protagonistas sin dejar espacio a la melancolía; el movimiento parece callar a la reflexión que puede ser devastadora. Esa acción que se trasforma en el mejor de los silencios.
Hay demasiadas cosas de la historia familiar que, como dice la abuela, es mejor no recordar. Y si se puede omitir es porque hay alguien que lo permite, que tampoco quiere saber, que tiene miedo, que también omite. Cuando hay cosas que no se asumen, esa “cosa” puede pasar de ser algo inofensivo o algo que puede matar.
¿Qué pasó con los padres de los niños? ¿Por qué la madre no puede ser madre? ¿Qué hace cada uno de ellos cuando está fuera de la casa? ¿Quiénes son cuando están dentro?
La omisión de la familia Coleman es una comedia negra que transita lo divertido y lo patético de una familia cuyos miembros se encuentran atrapados en una convivencia que los ahoga pero que no termina de matarlos y donde la agresión es el único medio de comunicación posible. Y el ocultamiento, la mayor de las violencias.
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