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20 de febrero de 2015

CINE | "Birdman" (II) de Alejandro González Iñárritu | After-todo


Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow,
Creeps in this petty pace from day to day
To the last syllable of recorded time,
And all our yesterdays have lighted fools
The way to dusty death. Out, out, brief candle!
Life’s but a walking shadow, a poor player
That struts and frets his hour upon the stage
And then is heard no more. It is a tale
Told by an idiot, full of sound and fury,
Signifying nothing.

Macbeth, William Shakespeare

Por Cecilia Perna

Tengo este problema histórico con las películas, con todas las películas: me las olvido. Pero nunca para siempre. Al tiempo reaparecen transformadas, metidas en mi memoria como parte de mi cuerpo. Igual que los sueños, que vuelven fragmentados durante el día. Un rostro, un color, un movimiento. Pensar en un director, para mí, es pensar un gesto fílmico.  Nombremos dos: en mi memoria, Godard es un plano secuencia girando en el espacio y Fellini, la melancolía abarrocada del set en el set, perfectamente encuadrada. (¿Quién mira? ¿Quién escucha?) Nombremos estos dos, retengámoslos. Como en un sueño.  

*

Pero vale preguntarse si es necesario recordar una película. Si las películas no estarán hechas para ser olvidadas. Para desarrollar esa facultad bendita del olvido. Después de todo, ellas padecen del mal del archivo. “Recorded” para siempre, pueden ser recordadas en la actualización constante de cada reproducción (¿o será que olvidar es imposible en la actualización constante?). Una película: “recorded time” para ser publicitado, distribuido, comercializado, proyectado, incluso, pirateado, compartido: reproducido millones de veces. Digamos que sí, que las películas de Hollywood están hechas para ser olvidadas, y sin embargo circulan, reproduciéndose hasta terminar gastadas. No son precisamente obra, sino mercancía. No son arte. Están por fuera del circuito del prestigio. Hollywood, la gran picadora de carne, la línea de producción y montaje de sueños, hace sueños en cadena, para ser olvidados o vueltos a ver hasta agotarse. 

*

¿Qué es el cine, después de todo? ¿Un arte o una mercancía? Tenemos Birdman. Tenemos entre manos una película nominada a los Oscar (premio que deja pero tanto que desear) una película que, bajo el infernal spotlight de la vidriera hollywoodense, se pregunta: ¿qué soy? ¿qué somos? ¿qué somos nosotras, estas cosas llamadas películas? ¿qué lugar ocupamos en la historia de…? ¿el arte? ¿las obras? ¿el mercado? ¿la tradición? ¿y quién nos hace? ¿quién nos mira? por adentro y por afuera.

*


Birdman es una película épica: la del este contra el oeste: la de la civilización contra el desierto. Es algo así: hubo una vez una industria que floreció entre la industria, alrededor de New York, pero fugó al desierto, porque las máquinas crecen con más fuerza en el desierto. Allí se volvió un monstruo, pulpo infernal que lanzó sus tentáculos al mundo. Pulpo desértico, bárbaro invasor. Los cuerpos de los actores se fragmentaron, se ampliaron, se levantaron y elevaron como los ídolos más primitivos. (En el desierto todo se vuelve primitivo). Tras cámara y montaje, los cuerpos de los actores se hicieron añicos restallantes de poder: superhéroes, descomunales celebrities. Pero en el este quedó la civilización, el prestigio de la totalidad, la entereza de la obra: el actor de teatro, de representación escénica. El cuerpo íntegro. El verdadero, el evolucionado actor. El  que conserva y, por eso, civilizado, retrasa. Ahí quedó: el actor de prestigio, el reseñado en New York Times, ese, quedó en el este.
Broadway vs. Hollywood, arte vs. industria, actor vs. celebrity, prestigio vs. populacho eso es Birdman.

*

Pero ni tampoco; porque Birdman es la película del after-todo: el superhéroe que es ya incapaz de enfrentarse a nada. Viejo, cansado, frustrado. Y egocéntrico. No hay más versus, no hay más épica, no hay más forma de restituir el pasado. Nadie va a ganar en esta. No hay ya ni siquiera ficción vs. realidad. ¿Qué es el cine? ¿Qué es la realidad? No queda nada. Quién es el verdadero en ese eterno juego de los dobles, todos esos dobles: los del actor, los del superhéroe, los de la pantalla, que tiene siempre dos lados. No sabemos -ni vamos a saber- qué hay del otro lado, quién le está hablando a quién. ¿Qué es el cine? ¿Qué es la realidad? 

*

Birdman tritura todo. Tritura la gran tradición y las grandes preguntas de la tradición más barroca: ¿cuál es el límite? ¿qué está de acá o de allá? ¿quién habla adentro de quién? ¿qué está adentro de qué cosa? ¿y qué hay por el lado de afuera? Birdman se pregunta por su propia posición en el Hollywood after-todo. ¿Cómo funciona esta máquina desbordada hacia la realidad? Este universo de actores diseccionados y estallados y adorados que pueden más de lo que puede un cuerpo (aunque nadie sabe, a fin de cuentas, lo que puede un cuerpo) en la soledad del escenario.
Birdman es un sueño que procesa incluso su pequeña tradición de cine (la verdadera tradición, aunque no hay tradición más pequeña): el cuerpo sobrecargado de Fellini, ese íntegramente filmando en el cuadro del set, es el cuerpo íntegro de los actores en el escenario teatral, con músicos entre bambalinas que acompañan la diégesis. Y la cámara circulante, la pequeña Godard, intrusamente emplazada: ¿qué mira? ¿qué persigue? ¿quién es? ¿qué desea? ¿qué hace ahí? ¿de dónde vino?

*

Birdman está hecha de la materia de los sueños. Es cine puro que se come fieramente al cine. Olvidable, como la vida misma. Una nube apenas que también volará. Birdman es el after-todo que ya no soporta otro mañana. Mañana, mañana, que se arrastra a ese ritmo miserable de un día atrás del otro, hasta la última sílaba de tiempo recodado y de todos nuestros ayeres que han iluminado a los tontos el camino polvoroso hacia la muerte. Afuera, afuera, sostengamos esta vela: la vida no es más que una sombra andante, un pobre actor pavoneándose inquieto sobre el escenario hasta que no se oiga ya nada. Es este cuento, contado por un idiota, lleno de furia y de sonido, que no significa nada.

(¿no será demasiado? ¿no será demasiado?)

*

Birdman es Hollywood. Aprovechemos, porque no siempre Hollywood es Birdman. Aprovechemos, porque Hollywood se acaba. 

CINE| "Birdman" (I) de Alejandro González Iñárritu | ¿De qué hablábamos cuando hablábamos de amor?


Por Eugenia Guevara


Los Óscar no me interesan. En general si es una de "los Oscar" prefiero no verla. Desde Danza con lobos (1990) me parecía que Óscar era igual a aburrimiento y pesada bajada de línea moral o ideológica. En el último intento, vi 40 minutos de Vivir al límite (2009), en los que fui tremendamente infeliz y lamenté muchísimo que la misma Kathryn Bigelow que había hecho algunas buenas películas en los 80 hubiera dirigido semejante basura. Era mala, aborrecible por su "mensaje", aburrida, fea y sin ningún brillo. La política internacional de Estados Unidos había devorado el talento, el glamour, las estrellas y la idea de felicidad a la que Hollywood nos había acostumbrado en sus mejores años.

Este año había cometido el error de ver Boyhood, una película menor que funda su supuesto valor en haber filmado/seguido al mismo actor mientras crecía (es decir, lo mismo que hizo Truffaut con Léaud - Doinel pero en vez de largar películas por cada etapa de la vida del protagonista, Linklater, el director, hizo una sola de la que todos dicen: "Oh rodó durante 12 años") y me amedrenté de seguir viendo películas del Óscar. Pero mi amiga Anne Cé. dedicó un día su columna en Eros de El País a la sexualidad masculina según Birdman. En su posteo en Facebook del artículo remarcaba que González Iñárritu, el famoso director mexicano de Amores perros, 21 gramos, Babel, que no le encantaba, la había seducido con Birdman. Y yo, tan desinteresada y desmotivada por las del Óscar; tan especialmente poco afecta a González Iñárritu también, pero tan intrigada por la sexualidad masculina, no pude menos que mirar la película vía Internet. 

Me sorprendió que Birdman me entretuviera, me emocionara y a veces me divirtiera. Me agotó de entrada la insistencia o la preocupación de Hollywood por la trascendencia, en relación con el éxito. Y también consideré que le sobraba al menos una media hora, alguna de las preview de la obra teatral que Riggan Thomson presenta en su debut en Broadway. Él ha sido un actor de Hollywood, famoso por haber interpretado al superhéroe Birdman en varias películas. Ahora, a los 60, adaptó el relato “De qué hablamos cuando hablamos de amor” de Raymond Carver para montar la obra homónima que dirige y protagoniza. 

Pero, asombrosamente, había cinco cosas que me parecían muy interesantes de Birdman. Primero, su relación intertextual con Noisses off (1992) de Peter Bogdanovich y Opening night (1977) de John Cassavetes. Es indudable: en una categoría genérica de películas sobre el teatro dentro del cine, Birdman sería una digna heredera de las dos. De ambas, tiene el alcohol y los pasillos y la neurosis/ narcisismo del teatro. Tiene algo del humor, del escepticismo, de los maravillosos actores de la industria de la primera (el más famoso Superman que existió, Christopher Reeve, es uno de los protagonistas) y algo de la cuestión de la existencia y de la crisis de la mediana edad  de la segunda. 


Segundo, los actores. Michael Keaton, por sólo ser él, plantea una rica relación extratextual con su más famoso Batman, el de Tim Burton. Edward Norton lánguido y con una belleza que se le acrecienta con los años (como a Di Caprio). Naomi Watts, hermosa e inmensa, como cuando nos la desplegó David Lynch. Y Emma Stone, si por ese lado vienen las nuevas generaciones, ¡está bien! 

Tercero, cómo está filmada y montada. Realmente uno se introduce en unos pasillos que son los del teatro y los de la cabeza de Riggan. Ritmo, movimiento y unas elipsis que comen horas y acentúan ese viaje de ensueño y angustia (avivado por una batería loca que logra meterse en nuestra piel), que no termina hasta que termina. Oh sí, alguna vez el cine de Hollywood puede mover la cámara, explotarla y decir algo más con ella que lo que está contando. Cuarto, la cuestión de la celebridad y la popularidad. Me hizo acordar bastante a la tesis de Targets (1968, otra vez Bogdanovich). En ella, Boris Karloff está preocupado por “dar miedo” a fines de los 60: se da cuenta de que ya está lejos de su época de gloria, el miedo ahora nace de la acción de un loco con un arma, perdido en el anonimato matando sin ton ni son. Bueno, en Birdman, lo que está en juego es la trascendencia a través del arte, pero en el enfrentamiento generacional que se da entre el protagonista y su hija por este tema, él y el espectador se preguntan: con la popularidad instantánea, efímera y masiva de las redes sociales y la viralidad, ¿qué es trascender hoy? Quinto, el amor ya no es posible, no sólo para los sesentones que están de vuelta, también para los jóvenes. Y acá, si bien Birdman no es la única película de los Oscar que plantea esta tesis (en Whiplash, el amor no es deseable ni necesario; en Boyhood, El gran hotel Budapest y La teoría del todo tiene fecha de vencimiento), es la más radical en esto, rompiendo desde el comienzo, una de las dos líneas principales de la narración clásica según las explicaba David Bordwell (la del romance), concentrándose sólo en una: el enorme esfuerzo que hace Riggan para cumplir su sueño de conquistar Broadway.

Quise verla en el cine. Lo hice cuando se estrenó. Me olvidé de la intertextualidad, la extratextualidad, la celebridad y me quedé con ese encadenamiento alocado y tenso de planos que son escenas, donde realidad y ficción dentro de la ficción se funden y con dos ideas: la primera, contradecía mi primera impresión. No es una película sobre la trascendencia, si no sobre la decadencia. Pensé mucho en Adiós a Las Vegas (1995), aunque en Birdman, el protagonista no se deja morir, es un superhéroe que actúa. La otra, me hizo volver al libro de Carver, uno de los primeros que me compré. En "De qué hablamos cuando hablamos de amor", cuento traspuesto en Birdman más de lo que podría suponerse, dos matrimonios toman ginebra. Ya han vivido, han amado, han dejado de amar y han conocido o vivido muchas historias de amor. La fundamental en la película, la historia de Ed, el hombre que se pega un tiro porque su mujer no lo quiere más, en el cuento de Carver es más patética. Ed se dispara, sobrevive tres días con una cabeza hinchada, como a punto de reventar, hasta que muere. Pensé entonces, cuánto de Carver tenía Birdman, con la diferencia de que aquellos matrimonios norteamericanos aún corrían la carrera del amor, a pesar de las caídas y los fantasmas; sin embargo, en la película de González Iñárritu el amor ya no existe como posibilidad, es cosa del pasado, como todo lo demás.