Por Mauricio Bertuzzi
Humberto Bas nació en San Ignacio, Paraguay, y vive desde hace más de 20 años en Neuquén. Publicó La culeada y otros cruentos (2008), El Superpalo (2010) y participó de un libro colectivo, Punta Karajá, relatos sobre fútbol (2012) con el cuento "Putus versus".
Tu primer cuento publicado fue "La culeada". ¿De qué trata?
"La culeada" es un relato sobre una mujer y su relación con su marido. De alguna manera sufre no solo la violencia física sino también el desamor, y desde ahí realiza un diálogo interno con su madre, quien también forma parte de esa violencia a la que es sometida. Es una tragedia; más que un cuento es una especie de vómito que es muy difícil de comentar porque no importa tanto la anécdota sino el trabajo del lenguaje, el impacto que pueda generar la construcción del relato. "La culeada" fue llevada al teatro por Grisel Nicolau hace 5 años y sigue dando vueltas por ahí.
Cuento, obra de teatro, novela, ¿cómo definís el género con que vas a abordar tu historia?
Desde el razonamiento pienso que en la realidad no existen los géneros, no hay una diferencia taxativa entre lo que sería poesía y lo que sería narrativa. Eso más bien es una diferencia de mercado, de cómo se ofrece la mercancía libro; una especie de cosificación de los géneros. Particularmente, me gusta más cuando están íntimamente imbricados los géneros: la cuestión narrativa, que tiene otros tiempos, otra forma de manejar espacios o la historia; y la cuestión poética, que tiene otra manera de tratar el estado del lenguaje. Hay un momento donde uno cuenta y un momento donde uno se vuelve lírico. Hay una simbiosis y eso es lo importante. Entonces, ¿por qué a veces me sale un cuento y por qué a veces me sale una novela? Se instala una necesidad que va demandando el formato, el tiempo, el tono, el ritmo, o directamente va al fracaso. Tengo más experiencias frustradas que exitosas en esta aventura de escribir.
En este sentido, El superpalo es una novela con momentos poéticos. ¿Cómo fue su génesis?
El superpalo me llevó 10 años. Me puedo definir como alguien que empezó muy tarde a escribir, entonces ir armándome como una especie de oficio implicó, a la par de estar escribiendo, mucha lectura. Entonces, si hay distintos momentos en la novela, como una especie de capas arqueológicas, de alguna manera también están hablando de los distintos momentos de mi vida. No es que una sola persona compacta, homogénea, quiso escribir El superpalo. Más bien, El superpalo me escribió a mí.
El superpalo tiene descripciones urbanas. Ahora que vivís en un ámbito rural, ¿cómo incide esto en tu escritura?
Es muy importante la vivencia en la escritura. Esto forma parte de una especie de prototeoría que tengo. Me parece que a la mayoría de los escritores de nuestra generación le falta experiencia de vida. Hay mucha experiencia de lectura. Esto de alguna manera se refleja en la escritura, produciendo una especie de saturación del registro urbano como fenómeno. Pero no hay una mecánica en la manera en que la vivencia personal se mete en la literatura. No hay una relación automática. No es lo mismo, por ejemplo, tener la experiencia de la guerra y escribir sobre la guerra que haber leído sobre la guerra. Una de las novelas más impactantes del siglo pasado sobre la guerra es Viaje al fin de la noche de Céline, que es un testimonio crudo e irónico sobre la guerra, de una persona que pasó por ella. En ese sentido, ahora estoy viviendo en un ámbito rural y estoy escribiendo cosas ambientadas en un ámbito urbano. Mi trabajo actual, incluso, está más anclado a Neuquén, no porque me interese narrar Neuquén hoy; no tengo ningún deber ser con Neuquén.
Mencionas la importancia de la lectura. ¿Qué estás leyendo?
Mi última lectura fue Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy del irlandés Laurence Sterne. Es una aventura fascinante porque de alguna manera veo que en esa novela están presupuestas todas las otras grandes novelas que a mí me han gustado. Incluso creo que está presupuesta la novela de Macedonio Fernández. La novela es de 1750 y según algunos autores es la primera que desciende directamente de El Quijote; se llega a decir que El Quijote tuvo hijos del otro lado de La Mancha, y ese hijo es la novela de Sterne.
¿Cómo elegís lo que leés?
Un libro o un autor me lleva muchas veces a otro libro, siguiendo alguna corriente o tradición. A Laurence Sterne llegué por Julián Ríos, autor de Larva. También a partir de Julián Ríos, conocí a Arno Schmit.
En ese sentido, ¿qué función cumplen las otras artes?
En Larva, que es una aventura lingüística extraordinaria, está muy presente la pintura. Uno tiene la sensación que Ríos escribe porque no puede pintar. Y en muchas otras obras está muy presente la música, no solamente las otras artes están como tema; también están como modo. En la novela es muy importante el ritmo, el tono. A veces, uno se da cuenta si un autor, una autora escuchan o no música. Y se da cuenta hasta del tipo de música que escucha. Por ejemplo, cuando leo a Néstor Sánchez puedo adivinar que detrás de eso hay una jazz session. Ahí la lectura también exige otra cosa. Exige una especie de observación, una participación necesaria. En Arno Schmidt, en cambio, está muy presente la música contemporánea, atonal.
* Estos fragmentos pertenecen a una entrevista más extensa realizada al escritor en el programa de radio Ladrones de tinta, que se emite los viernes a las 15.30 por FM 103.7 de la ciudad de Neuquén por Radio Unco Calf.