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22 de abril de 2015

BAFICI | Dos argentinas: Amores perros y Perdidos en Miramar



Por Alba Ermida

Dentro de las películas argentinas que participan de la Competencia Internacional, una propuesta bien radical es La mujer de los perros, codirección de Laura Citarella y Verónica Llinás. Once personajes: una mujer con diez perros. Y una infinidad de preguntas que surgen en la mente del espectador, así se conforma esta obra con idea original de la actriz porteña que también la protagoniza.

La mujer, que ni nombre tiene, vive en una cabañita construida por ella en algún bosque de la llanura bonaerense acompañada de sus fieles amigos cuadrúpedos. Recolecta botellas de vidrio y plástico, se alimenta de frutas y aves que ella misma caza y vive con lo mínimo. Lo más impactante de la película es el silencio, un silencio que al espectador le resulta aterrador y que en contraste, la protagonista disfruta. Un silencio que poco a poco va dejando de ser incómodo para convertirse en agradable y deseado. Un deseo que se consigue por oposición: después de 40 minutos inmersos en esa naturaleza sonora que en algún punto nos es propia, conocida, ingresa el ruido de lo artificial, del mundo al que la mujer no pertenece pero que sigue existiendo más allá de los límites de su pequeño bosque.  

La película plantea interrogantes que no resuelve nunca. En cuatro estaciones se divide este seguimiento no sólo contemplativo - ya que en varias escenas la protagonista se enfrenta con el mundo al que no pertenece -  comenzando por el verano y terminando en la primavera.  La duda principal que queda en el público es si la mujer de los perros quiere esa vida. Y como la ausencia de respuestas en el filme abre todas las interpretaciones posibles, al salir de la sala se oyen voces que sentencian “esa mujer necesita tratamiento si no quedarse ingresada” y hay quienes prefieren pensar que es una descarnada crítica al sistema que cada vez impide más la comunicación. Es destacable la calidad de la fotografía que sabe aprovechar la luz natural para pintar de colores y texturas las cuatro estaciones que se retratan. Y la calidad de la actriz que, sin decir una sola palabra, construye un completo, difícil e insondable personaje.

Miramar, de Fernando Sarquís, por su parte, compite en la sección Oficial Argentina. Esta miniproducción (en cuanto a lo económico) que contó con el apoyo de comercios y empresas de los alrededores de Miramar, en la provincia de Córdoba, demuestra que con poco dinero se puede hacer buen cine. 

Una adolescente que ayuda a su madre en la hostería del pueblo de Miramar. Un joven que llega a un lugar que le es desconocido para pensar. Ella juega de local así que es la primera en mover ficha: lo invita a él, cliente taciturno, casi hosco, a conocer lugares hermosos en las orillas del lago del pueblo. La relación que al principio es forzada, (casi) por compromiso por parte del foráneo, comienza a pulirse y a nutrirse mutuamente. Ella necesita alguien con quien hablar, por quien sentirse atraída e ilusionada, en quien volcar sus miedos, y él no quiere hablar porque aunque sí tiene algo que contar, prefiere callárselo. 

La diferencia de edad entre los dos supone un hallazgo del guion: aunque están en dos momentos de la vida bien diferenciados, hay puntos de encuentro, hay metáforas que le sirven a él sobre lo que ella está viviendo. Y la dosificación de la información, en progresión la de ella y casi ausente la de él, también crea una tensión a base de misterio, intriga y sospecha. Ella está preocupada por su futuro: irse del pueblo para vivir en otra ciudad en su período universitario con lo que ello conlleva, dejar a su madre sola en la hostería, a su padre enfermo sin sus periódicas visitas, ese sentimiento de desarraigo previo a la partida, de responsabilidad por los que se quedan, que realmente ocultan el miedo aterrador a lo desconocido, aunque la promesa diga “mejor”. Él, sin embargo, huye de algo pasado, de un dolor que aún tiene en el cuerpo, en la mente. Sin apenas pistas sobre lo que le ocurrió, el actor interpreta una pena profunda.  

La realización dibuja paralela la curva de la historia, acompaña y expresa los actos y palabras de los personajes. Cantidad de primeros y primerísimos primeros planos que reflejan la angustia, el encierro, las dudas y miedos en la mente de los personajes, con poca profundidad de campo, lo que implica un desenfoque inmediato si el actor se mueve mínimamente: el miedo al vacío, a lo desconocido, al otro, a lo que está fuera, más allá. En oposición, los planos generales, normalmente en exteriores, sí tienen profundidad de campo pero encuadran localizaciones casi fantásticas, paisajes lunares, que expresan la interioridad de los personajes que los transitan: una llanura en ruinas, llena de escombros, una orilla del lago llena de árboles blancos, secos, sin hojas, simples tronquitos que crean ritmos y recuerdan a esqueletos. Las referencias al agua como símbolo de libertad y la imposibilidad de disfrutar de ella. En palabras de Sofía, “un puerto significa 'libre' si tienes en qué salir de él”.