Mostrando entradas con la etiqueta sala siranush. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta sala siranush. Mostrar todas las entradas

7 de abril de 2014

MÚSICA | Semidawi en Sala Siranush | La alegría de conquistar una potencia


Por Cecilia Perna

Ahí estábamos, con mi amiga Gabi, en uno de los varios livingcitos montados en la sala inmensa de un teatro a la italiana el viernes 28 de marzo. Una mezcla de tradición y modernidad en la sala Siranush, en el corazón de Palermo Soho. Esperábamos -con una picadita armenia y botella de tinto- el final del servicio de mozas que daría lugar al comienzo del espectáculo Ambos a la vez, de los dos ex Redondos, Semilla Bucciarelli y Sergio Dawi. La propuesta: 14 cuadros sonoros en los que, mientras Dawi, camuflado sobre el escenario y acompañado de sampleras, tocaría su saxo, Semilla pintaría en vivo sobre una tablet para proyectar sus trazos en la escena. En nuestra mesita compartida, una muestra del eclecticismo del público: unas chicas de admirable larga data ricotera, sentadas con cierto distanciamiento en los silloncitos palermitanos; un matrimonio entrados en los sesenta que, pañuelo en cuello, ordenadamente rotaron sus sillas hacia el escenario; una pareja que parecía de ronda entre primeras citas. Detrás de la zona del living, un universo de sillas ocupadas. 

Como una corridilla, más que un contrapunto, música y color se acoplaron en la escena. Los cuadros de Semilla -que casi un año atrás, con Euge, en el Museo Emilio Caraffa de Córdoba y en versiones fijas de bastidor, fueron para mí un feliz descubrimiento, con sus gamas estridentes y sus detalles de imán, - se deslizaban, líquidos y pincelaban, salpicaban, dibujaban o escribían el espacio íntegro del escenario, siguiendo a velocidad la marca que Dawi iba dejando con la traslación de su cuerpo o el sonido de su instrumento. El cuerpo de Dawi se movía en la escena con la energía más joven y potente, pero con una gestualidad -tan nítidamente de saxo- que traía impresa de allá, de los 80. El sonido también echaba allá atrás una raíz que, lejos de tirar y maniatar a un origen, más bien mandaba sabia y alimento a miles de hojas nuevas que se enredaban por todas las partes del ahora mismo. La pintura igual, imposible no volver por flashes grafiteros, por saltos de imaginario, al cómic y al barrio y a las vírgenes onomatopéyicas, tan Patrico Rey, tan centro-semilla de aquel viejo rock que hemos adorado. Pero no era un retorno sino un eco, una evocación. Y al mismo tiempo, ese centro apenas vislumbrado, tiraba líneas de raíz atrás y atrás (un Mondrian que se sale de la raya, un Pollock que puede darse el lujo de borrar, un Basquiat que se hunde a tierra) y se abría, hasta el aquí y ahora de la contemporaneidad, cuando contemporaneidad significa, sobre todo, acción en simultáneo, utilización precisa de técnicas y tecnologías que, mixturadas, permiten generar efectos y afectos múltiples, recorridos aventureros entre la imaginación y la memoria, con esa “calidad táctil” del espacio habitable, que Walter Benjamin vio desde un principio en el cine, y que acarrean las formas más interactivas de lo performático actual.

Un bello espectáculo que supo sostenerse sin bajas, incorporando sutilmente elementos a asimilar. Al cuerpo en escena del músico se incorporó el sonido del saxo, a ambos luego el color, al color los samplers y el dibujo, al dibujo la posibilidad de borrar, de superponer. A ello luego la letra que escribía, y a la letra la voz que decía, y a la voz que decía el cuerpo y el canto de Miss Bolivia que, como invitada sorpresa, apareció a integrar los últimos cuadros del dúo, y levantó la ovación de todos los presentes. Me quedé pensado en aquello que Deleuze decía, de la alegría de conquistar una una potencia, la potencia del color, en este caso y de la música.  

20 de febrero de 2013

MÚSICA | "El sonido de mi tierra" de Nau y Pereyra | Bailar la identidad



Por Guillermina Gandola

En el amplio escenario de la Sala Siranush ocho músicos le dan vida a los bombos, guitarras criollas, cajones peruanos y acordeón y hacen sonar una de las tradicionales danzas argentinas: la chacarera. Es un comienzo rotundo que marca el propósito de esta producción: hacer vibrar el sonido de nuestra tierra. 

El espectáculo producido por el matrimonio de bailarines Nicole Nau y Luis Pereyra es un espejo fiel de las tradiciones más arraigadas del pueblo argentino y dibuja a través de las danzas populares como el tango, la milonga, la zamba y la arunguita todas las costumbres  del país, quizás un poco olvidadas en la capital. 

El piso se trasforma en tierra viva donde resuenan repiqueteos, zapateos y unas boleadoras descontroladas manipuladas por el santiagueño Luis Pereyra. Comienzan los sonidos norteños y los instrumentos de percusión son el himno de las historias de nuestra cultura contadas por tres parejas de bailarines enardecidos por el sonido de la música ancestral. 

En El sonido de mi tierra, que viene sonando desde el 2003, la pachamama revive y celebra la voz del hombre y los movimientos de su cuerpo que resucita al compás del 2 x 4, los pañuelos al viento y el zarandear de los amplios pollerones, los orígenes  de nuestro pueblo. 

La pasión es el elemento fundamental de este ritual y su alma es la fusión entre el tango y el folklore, el zapateo argentino con el español, el hombre y la mujer, la música y el baile. El acertado diseño de vestuario desarrollado por Nau logra que los movimientos de los bailarines se vuelvan más hipnóticos. 

En los diez años de vida que lleva, este espectáculo ha reencontrando a grandes artistas argentinos como Los Carabajal, Pablo Aznarez, Néstor Spada y ha recorrido teatros internacionales sembrando las semillas de la identidad argentina.