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10 de junio de 2013

DISCOS | "More Light" de Primal Scream | La luz sofisticada del brit pop

Por Pablo Méndez

La búsqueda de sonidos es la constante de todo músico en la preparación de un disco. Muchos, y no es necesario dar nombres, se acostumbran a determinados esquemas sonoros y no salen en toda su carrera de esa cuadrícula musical. No es el caso de Primal Scream que en cada incursión discográfica intenta agotar la opacidad de la costumbre, solo con la intención de hallar la inconstancia que la aleje de las convenciones creadas por sus discos anteriores. More Light, de reciente aparición, es la manifestación del objetivo que ha sucedido la carrera del grupo escocés. Y esa cualidad es digna de su líder, Bobby Gillespie.

A principios de los noventa la banda de Glasgow conoció el éxito comercial con Screamadelica, álbum fundamental del brit pop, donde se acomodaron en la escena house y shoegaze. Pero, ¿en qué se diferencia More Light de sus antecesores? Teniendo en cuenta la versatilidad bien podría definirse como un material que ubica a la canción en su totalidad siempre y cuando algún instrumento en particular se escuche por encima de los demás: a veces la melodía corre por cuenta de la guitarra, otras de los samplers, a veces el bajo por debajo de la masa sonora desliza una melodía secundaria. Pero hay algo que no ha cambiado a lo largo de toda la historia de los Primal Scream y es el susurro que implementa Gillespie con su voz, como un cantante de la chanson française en estado lisérgico.

El disco es doble y se recorre bajo un estado de absoluta absorción, inclusive es una experiencia corporal: con él no solo puede quedar vedado el movimiento, sino incluso permite intensificar cualquier acción muscular; del estatismo introspectivo al radicalismo sexual.

2013 da comienzo al disco 1, con una intro intrascendente que sirve de preámbulo a la escalera de vientos que contagian como un estribillo y que se extiende a lo largo de los nueve minutos que dura el tema. River Of Pain condensa la esencia del disco. Un arpegio de guitarra que parece lamer el loop que lo hace acabar en varias oportunidades y la voz como el terciopelo cuando es rasgado resuenan como un eco que propaga un mensaje indecente. Culturecide es una amalgama en estado de exaltación: un fraseo vocal con un dejo a hip hop, una base de samplers y guitarras con distorsión en clave industrial y unos coros que imitan los mejores gritos de un tal David Bowie. Hit The Void, Side man, Turn Each Other Inside Out y Relativity exploran el noise rock yanki, dejando expuestas las guitarras al imperio del ruido. Tenement Kid esparce en el ambiente un aroma psicodélico con un estribillo nacido para himno adolescente. En Invisible City la banda toma las riendas del modelo de canción pop de los ochenta y la conduce hacia el ambient propagado en los noventa y agudizado en lo experimental del nuevo siglo. Goodbye Johnny se inmiscuye en el territorio del trip hop donde conmemora al vocalista traspasado por la tristeza. Elimination Blues podría ser la canción central de un duelo de película, un western suburbano en un futuro carcomido por los hombres. Walking With The Beast es el tono sereno y melancólico del disco, imprescindible para entender la heterogeneidad a la hora de seleccionar el material en la post producción. It`s Alright, It's Ok es el tema con el que se promocionó el trabajo de los Primal Scream, con una mirada puesta en uno de los puestos de música negra norteamericana: Harlem. En I Want You recuperan la sensación de riff simple y demoledor de Wild Thing, la eterna interpretación de Hendrix en Monterrey Pop Festival, música de sacrificio. City Slang es el rock n' roll del disco, elemental y básico, sin pretensiones tecnológicas ni exposiciones de virtuosismo innecesarias. El disco 2 es el fundamentalismo de los lados B, sobresalen Running Out of time condicionado a ser el tema con más onda jamás compuesto y Theme From More Light donde un slide nos remite al Ry Cooder que da comienza a la joya de Win Wenders París, Texas.

La diferencia sustancial con los anteriores trabajos de Bobby Gilespie y compañía recae en el contexto musical. Un disco imprescindible en una primera mitad de año atiborrada de novedades discográficas. Rock sofisticado, rock de smocking y Manhattan en la mano. La palabra cool se desmerece ante la prepotencia elegante de More Light. 

29 de abril de 2013

DISCOS | "The Terror" de The Flaming Lips | Presos de la libertad


Por Pablo Méndez 

Los géneros se trazan a partir de convenciones. Estratos marcados bajo una voz omnipotente que dice “de acá hasta acá es esto y de acá hasta acá es lo otro”. Pero los límites están hechos para cruzarlos, y The Flaming Lips ha saltado las líneas divisorias de cualquier acordonamiento musical a lo largo de su carrera. Dos ejemplos pueden ser ilustrativos: la versión insana y genial de The Dark Side Of The Moon de Pink Floyd y Found a Star On The Ground, una canción de seis horas de duración. Así es como The Terror es una resuelta convocatoria a esa tradición sediciosa de no encolumnarse bajo ningún rótulo.

El último disco de los Flaming es una teorización exhaustiva de cómo se puede ser psicodélico, alternativo, vanguardista, avant garde o experimental. Los riesgos de la tautología infecunda asoman en cualquier enumeración: repetición voluntaria y emancipada de las artes que nos condenan en los últimos cuarenta años a la superficialidad de pensamiento. Pero más allá de los encasillamientos, cuando ya hemos superado “el fin de las ideologías (musicales)” y nos adentramos en épocas de “zona (musical) liberada”, el grupo liderado por Wayne Coyne ha sido y es la mejor opción a la hora de trascender como receptores de material musical.

Las sentencias son absolutistas y pretenciosas pero no hay que temerles: The Flaming Lips es la alquimia compleja del mejor (o del peor, según el Floyd que lo califique) Syd Barret. Lo experimentos han conducido a una madurez caótica, sin restarle la burla permanente a los estereotipos, aun cuando ellos se han convertido en el modelo a imitar por tantas bandas indies, sin acortarles el humor que imprimen en cada intervención. La lluvia ácida conmemora la vieja usanza rockera pero en un sentido más pragmático, el efecto de las drogas sin la apología de su consumo, tal vez ni su consumo. Esos caminos donde lo lúdico y la incertidumbre de la improvisación resurgen de la faz creativa como un ave fénix eyaculada en Mi menor, son acompañados por una estética y un planteamiento obsesivo de una plataforma visual que va desde la forma absurda hasta la belleza ecléctica.

Preguntas imprescindibles (respuestas apelables):

¿Es The Terror la culminación del paradigma experimental en la cultura rockera? 

Si el mejor clima de la música actual en estado de ebullición, de corcheas en zig zag, de melodías anudadas en laberintos borgeanos es la despareja solvencia de Animal Collective y no la altivez comercial de los MGMT, tal vez el buen camino marcado por The Flaming Lips convierta a The Terror en el ápice del rock contemporáneo.

¿Hay algún cambio con respecto a discos anteriores o la búsqueda de sentido siempre recae en el público famélico de novedades?

La sordidez dibuja los desgarros en la voz de Coyne, bajo una red de lamentos ambient, de loops sesgados en arritmias impares, sostenidos a su vez por largos momentos de sonido invisible. Sí, hay cambios, a pesar de cualidades en sintonía con otros discos, no se inmuta en sustraer lo elemental de Yoshimi Battles the Pink Robots y procesarlo en lo que los críticos de oídos costumbristas llamarán disco de transición, y lo que otros llamaremos un adelanto más en la evolución musical.

¿Cuál es el paso siguiente de una banda que repite la fórmula de lo impensado?

Así como Radiohead o Atom For Peace, The Flaming Lips es una banda presa de la libertad: la diligencia a lo irrepetible es documento firmado y labrado por el destino. Las materiales producidos en el futuro cercano ahuyentarán la cosa estratificada y el pentagrama musical será maleable al capricho todo terreno.

No existe el término “nueva etapa” para una banda en constante cambio, que insulta el lugar común con frecuencia en pos de no estacionarse en sonidos enlatados ni de correr bajo el influjo de un grito de la moda cada vez más afónico. Una banda que sitúa su correspondencia con el público en una tarea que conlleva brindar un espectáculo en vivo versionando una orgía musical apoteótica, afincada en la estridencia de un escenario llevado al paroxismo sonoro-visual (como en Do You Realize? en vivo).

Posiblemente no figure como uno de los discos del año en los petrificados rankings de publicaciones mercenarias, pero seguro conducirá a muchos oídos, vírgenes o avezados, a una experiencia sensorial sin los efectos colaterales de una resaca de origen químico.