Por Pablo Méndez
Los géneros se trazan a partir de convenciones. Estratos marcados bajo una voz omnipotente que dice “de acá hasta acá es esto y de acá hasta acá es lo otro”. Pero los límites están hechos para cruzarlos, y The Flaming Lips ha saltado las líneas divisorias de cualquier acordonamiento musical a lo largo de su carrera. Dos ejemplos pueden ser ilustrativos: la versión insana y genial de The Dark Side Of The Moon de Pink Floyd y Found a Star On The Ground, una canción de seis horas de duración. Así es como The Terror es una resuelta convocatoria a esa tradición sediciosa de no encolumnarse bajo ningún rótulo.
El último disco de los Flaming es una teorización exhaustiva de cómo se puede ser psicodélico, alternativo, vanguardista, avant garde o experimental. Los riesgos de la tautología infecunda asoman en cualquier enumeración: repetición voluntaria y emancipada de las artes que nos condenan en los últimos cuarenta años a la superficialidad de pensamiento. Pero más allá de los encasillamientos, cuando ya hemos superado “el fin de las ideologías (musicales)” y nos adentramos en épocas de “zona (musical) liberada”, el grupo liderado por Wayne Coyne ha sido y es la mejor opción a la hora de trascender como receptores de material musical.
Las sentencias son absolutistas y pretenciosas pero no hay que temerles: The Flaming Lips es la alquimia compleja del mejor (o del peor, según el Floyd que lo califique) Syd Barret. Lo experimentos han conducido a una madurez caótica, sin restarle la burla permanente a los estereotipos, aun cuando ellos se han convertido en el modelo a imitar por tantas bandas indies, sin acortarles el humor que imprimen en cada intervención. La lluvia ácida conmemora la vieja usanza rockera pero en un sentido más pragmático, el efecto de las drogas sin la apología de su consumo, tal vez ni su consumo. Esos caminos donde lo lúdico y la incertidumbre de la improvisación resurgen de la faz creativa como un ave fénix eyaculada en Mi menor, son acompañados por una estética y un planteamiento obsesivo de una plataforma visual que va desde la forma absurda hasta la belleza ecléctica.
Preguntas imprescindibles (respuestas apelables):
¿Es The Terror la culminación del paradigma experimental en la cultura rockera?
Si el mejor clima de la música actual en estado de ebullición, de corcheas en zig zag, de melodías anudadas en laberintos borgeanos es la despareja solvencia de Animal Collective y no la altivez comercial de los MGMT, tal vez el buen camino marcado por The Flaming Lips convierta a The Terror en el ápice del rock contemporáneo.
¿Hay algún cambio con respecto a discos anteriores o la búsqueda de sentido siempre recae en el público famélico de novedades?
La sordidez dibuja los desgarros en la voz de Coyne, bajo una red de lamentos ambient, de loops sesgados en arritmias impares, sostenidos a su vez por largos momentos de sonido invisible. Sí, hay cambios, a pesar de cualidades en sintonía con otros discos, no se inmuta en sustraer lo elemental de Yoshimi Battles the Pink Robots y procesarlo en lo que los críticos de oídos costumbristas llamarán disco de transición, y lo que otros llamaremos un adelanto más en la evolución musical.
¿Cuál es el paso siguiente de una banda que repite la fórmula de lo impensado?
Así como Radiohead o Atom For Peace, The Flaming Lips es una banda presa de la libertad: la diligencia a lo irrepetible es documento firmado y labrado por el destino. Las materiales producidos en el futuro cercano ahuyentarán la cosa estratificada y el pentagrama musical será maleable al capricho todo terreno.
No existe el término “nueva etapa” para una banda en constante cambio, que insulta el lugar común con frecuencia en pos de no estacionarse en sonidos enlatados ni de correr bajo el influjo de un grito de la moda cada vez más afónico. Una banda que sitúa su correspondencia con el público en una tarea que conlleva brindar un espectáculo en vivo versionando una orgía musical apoteótica, afincada en la estridencia de un escenario llevado al paroxismo sonoro-visual (como en Do You Realize? en vivo).
Posiblemente no figure como uno de los discos del año en los petrificados rankings de publicaciones mercenarias, pero seguro conducirá a muchos oídos, vírgenes o avezados, a una experiencia sensorial sin los efectos colaterales de una resaca de origen químico.
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