Por Alba Ermida
Polvareda es sobre todo un cóctel de géneros y referencias, una muestra del cine contemporáneo que desecha la definición clásica de género cinematográfico en un intento por demostrar que la pureza de éstos no existe, que la hibridación no sólo es la tendencia actual sino lo natural, lo que la propia creación pide.
En un inicio que claramente remite a Reservoir Dogs (hombres de traje con gafas de sol viajando en un coche con un herido ensangrentado resultado de un robo en un banco), Juan Schmidt deja establecido los códigos del lenguaje cinematográfico que se van a usar durante el resto del film y los interrogantes que atraviesan la película. Sin embargo y a pesar de los géneros que utiliza, no es una película de acción, lo que supone un gran acierto desde el momento en que consigue distanciarla y diferenciarla de otras cintas que en el afán de encajar todo, pecan de saturación.
Con una música sobresaliente que remite en sus melodías y usos al western, el género de vaqueros queda sin esfuerzos de imaginación mimetizado con las llanuras bonaerenses. También la breve subtrama amorosa que se consagra y muere en una sola secuencia remite a un John Wayne que, como buen héroe solitario, no puede debido a su naturaleza libre radicarse por mucho que el corazón le pertenezca a una mujer.
La iluminación seduce en su reminiscencia al noir: siluetas, luces bajas de amaneceres y ocasos, persecuciones con tiros a discreción defendiendo un botín millonario. Y los personajes, sobre todo los personajes son de género negro. Cuatro hombres fuera de la ley sin más ataduras que el dinero que acaban de robar para gastárselo en solitario, y un agente, en apariencia dentro de la ley, que falsea indiferencia pero luego sale a su captura en una emboscada que afianza los puntos férreos de un guión clásicamente estructurado. Y en la sombra, el poder, la mano que mueve los hilos.
El gran acierto de la cinta son los exteriores, expresivos y nacionales, que defienden la posibilidad absolutamente viable de un cine argentino tan válido como el hegemónico. Y una realización sobria, que apuesta por una cámara casi siempre fija, tan expresiva como inquietante. El punto flaco, unos tiempos que por sus excesivos silencios y su quietud aplastante más que narrativos resultan piedras en los bolsillos que ralentizan innecesariamente una historia que no precisa más metraje para ser contada.
Miércoles de marzo, 20 hs, Sala González Tuñon, Centro Cultural de la Cooperación, Av. Corrientes 1543. Entrada: $25.