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25 de enero de 2013

LIBROS | "Cámara Gesell" de Guillermo Saccomanno | El hombre, lobo del hombre


“Esta noche, hipócrita lector, mi semejante, mientras estás empezando a leer este libro, novela, cuentos, crónicas (…) acá, en el chalet del Pinar del Norte, alguien, un agrimensor progre se está garchando su nene, alguien, un mecánico, en una casa de chapa de La Virgencita está fajando a su mina, alguien, un peón borracho en el corralón acogota a otro peón borracho durante un partido de truco, alguien…”

Por Sylvia Nadalin

Tan o más brutales que las frases iniciales de este texto inmenso y ambicioso que Guillermo Saccomanno construye a partir de innumerables historias escuchadas en una imaginaria Cámara Gesell que, como el nombre real de su Villa costera, funciona como esa gran habitación vidriada donde se observan los interrogatorios policiales o la conducta de niños sin ser perturbados por la presencia de extraños, una semblanza de época y de país que todos, aun con ciertas reservas ideológicas, reconocemos como propio.

Y sin embargo hay un lugar y un tiempo que intentan delimitar el aquí y ahora de los relatos: la Villa, centro turístico de la costa atlántica en un momento que puede leerse como posmenemista (que el autor inteligentemente no confunde con posneoliberal), y en Occidente, como el estadio enfermo del actual capitalismo. Por eso el lugar es intercambiable o si se quiere, emblemático de un tipo de sociedad que se reproduce a partir de ciertas condiciones semejantes de conciencia histórica.

Estas características se potencian en esos grandes infiernos que –se sabe- generan los pueblos chicos. Como Faulkner, Saccomanno indaga esa esencia monstruosa del qué dirán los inmutables otros que controlan desde ese panóptico brutal la violenta socialización burguesa. 

Puestos en escena, más de doscientos personajes recrean historias atravesadas por una misma tragedia: la de la violencia en todos sus registros humanos. Y el panorama es desolador: niños abusados, adolescentes cuyo futuro está marcado por embarazos precoces, delincuencia y prostitución juvenil, drogas y alcohol como síntoma más que como escape y vidas al límite que valen menos que un apriete o una coima para lograr negociados millonarios, y donde los dueños de las leyes, el poder y la política se reparten las ganancias en nombre de la prosperidad y el progreso.

En esa ficticia Cámara Gesell los pobres cuentan cómo se juegan su supervivencia en la puesta en escena de su único capital: el cuerpo, ese que es violado, quemado, baleado, expulsado a la periferia, vendido o “tratado” para seguir siendo invisibilizado por quienes monopolizan el status de ciudadanos. Los “cabezas” o los “bolitas” son la otredad, descartable pero útil como ejército de reserva de votos o desagote de cloacas y mugre doméstica.

Las narraciones son fragmentarias, a veces casi nietzschenianas por el tono admonitorio y la fuerza de la brevedad; cada uno de esos cientos de personajes se desnuda o es desnudado en un relato cuyo manejo de la oralidad hace de Saccomanno un escritor que sabe de quién habla y cómo habla cuando decide hacerlo hablar.

Entre esos relatos de la cotidianeidad aparecen los artículos de El Vocero, el diario semanal en el cual escribe Dante, un periodista que se refugia en ciertos recuerdos escolares con Rodolfo Walsh para calmar la culpa que le supone saberse derrotado. Funcional a los intereses que le aseguran la periódica pauta publicitaria, Dante representa la conciencia progresista de la intelectualidad media argentina, esa cuya valentía se limita a ser un poco menos hipócrita que el resto. Porque Dante –como aquel señor medieval- también es capaz de describir el infierno. 

Después están los poderosos, las familias bien y los hombres de la ley y la política, todos ellos ligados por favores y contactos que le permiten beneficios económicos y judiciales que se reparten feudalmente desde el fin de la dictadura.

Como telón de fondo, la Villa esconde los mismos fantasmas y las mismas miserias que el país que cuenta: el horror de los cuerpos encontrados en sus costas y los sobrevivientes que lograron reinventarse un rol en las nuevas reglas del mercado democrático.

El hilo invisible que recorre el texto es de índole filosófico-moral a través de una búsqueda estética sino del mal, de los mecanismos humanos y sociales que lo posibilitan, que a veces se leen como individualismo, vacío existencial o paranoica y líquida seguridad personal.

Saccomanno, hay que decirlo, escribe una novela que duele, molesta, incomoda por su hiperrealismo, enoja cuando reproduce todos los discursos que hoy monopolizan el ágora pública, y que, en esa obsesión por contar, algunos personajes rozan el prejuicio o el más liviano estereotipo sociocultural. No obstante, logra eso que dicen, dijo Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Noble tarea en tiempos de reflejos narcisistas.

Guillermo Saccomanno, Cámara Gesell. Planeta, 2012. 549 páginas.