Por Leonardo Maldonado
La vie d’Adèle, última ganadora de la Palme d’Or en el Festival de Cannes, es una película iniciática. El director franco tunecino Abdellatif Kechiche describe, narra y muestra los vaivenes emocionales de la adolescencia con cámara en mano, un dinámico montaje y juegos de foco. El tema del film es, sin duda, la intimidad. Esa que produce el amor, esa que se juega en la cama.
Las actrices, Adèle Exarchopoulos (Adèle) y Léa Seydoux (Emma), fabulosas, audaces, se entregan a la representación del deseo y la pasión amorosa (representan, es decir, actúan) de modo intrépido, carnal. Nada de luces rojas ni de fuego en la chimenea para la primera escena de sexo. Ninguna sábana cubre los pechos de las chicas, ninguna elipsis temporal. Hay besos de lengua, lamidas de vaginas, dedos que se hunden en los sexos, masturbaciones mutuas, nalgadas, enérgicos frotamientos de clítoris. El film exuda lágrimas, mocos, fluidos sexuales, saliva. El director no concibió su film para satisfacer las pulsiones escópicas de espectadores masculinos morbosos: lo que hace es registrar de manera extremadamente realista una relación sexual entre mujeres.
Uno de los personajes, el director de una galería de arte, narra en una fiesta el mito de Tiresias, el sabio griego que tuvo la posibilidad de ser hombre y mujer y de experimentar los estados del goce en cada sexo. A diferencia de los afiches y del promocionado tráiler del nuevo film de Lars von Trier, Nymphomaniac, que sinonimiza el goce en rostros masculinos y femeninos, Kechiche apela a la tesis de Tiresias, que la mujer goza nueve veces más que el hombre, y lo expone en los rostros deformes y espasmódicos de las jóvenes durante sus orgasmos. De allí que en este contexto, importa que el amor que se registra sea lésbico.
Las referencias a determinadas obras de la cultura europea son muchas. La profesora de literatura le advierte a Adèle acerca del destino trágico de Antígona. Emma pinta un retrato de su novia a la manera de Gustave Courbet. De algún modo, Kechiche filma como pinta Courbet: la referencia a El origen del mundo es explícita. Durante la fiesta, mientras un frustrado actor critica al cine norteamericano, se proyectan imágenes de la silente La caja de pandora, de Pabst. Y Léa Seydoux está lookeada a lo Jean Seberg de À bout de souffle, de Godard, pero con pelo azul.
El director critica a la sociedad homofóbica francesa (no olvidar las voluminosas marchas contra el matrimonio igualitario de hace unos años) y a la institución escolar, e ironiza con perspicacia diferentes formas de snobismo, como el social (la madre de Emma sobreactúa la aceptación de su hija lesbiana) y el artístico (el negocio del arte). Enseñar a leer y a escribir a niños de primer grado es tan importante como pintar. De ningún modo el amor entre ellas se frustra porque una sea artista y la otra maestra jardinera.
Al igual que en la tragedia griega y en Proust, el amor es imposible, lastima, duele. Sólo para conquistar a una chica, un joven leería las 600 páginas de La vida de Marianne, de Marivaux, escrita a mediados del 1700. Thomas (Jérémie Laheurte) es el primer corazón destrozado del film, la primera víctima. Adèle es la segunda. El azul de Emma (su cabello, sus ojos) se prende en el cuerpo de Adèle de otra manera luego de la ruptura: en el mar, en el vestido. Cómo extirpar de la carne un amor que hechiza y penetra almas y pieles.
"La vie d' Adèle" de Abdellatif Kechiche. Bélgica, Francia, España, 2013, 179'. Actualmente en cartel en Buenos Aires.
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