“Nada resulta tan limpio como matar.
Es una sensación que no se parece a ninguna otra.
Uno se estremece de placer hasta zonas que resultan difíciles de ubicar.
Un exotismo así resulta liberador”.
Diario de Golondrina, Amelie Nothomb
Por Sylvia Nadalin
La impecable obra de Santiago Loza, con dirección de María Belén Pistone, me evocó el libro cuya frase abre esta reseña: la narración en primera persona de los laberintos psicológicos y emocionales de un asesino serial, quien a través de la voz de un admirador expone y documenta, en el más material sentido de la palabra, las sensaciones que esa acción prohibida, contra natura y sancionada por siglos de moral civilizatoria, le provoca como experiencia humana, personal y liberadora.
La originalidad del texto de Loza es el juego de narrativas y personajes, esos que parecen que se multiplican, y que sin embargo están representados por un solo actor en escena y un escenario despojado de utilería y excesos luminosos.
El pequeño y casi adolescente cuerpo de Maximiliano Gallo, sus modos nerviosos y sus inquietantes ojos celestes representan, de manera casi homónima, aquel otro que las crónicas de los ’70 reproducían como “el ángel de la muerte”, Robledo Puch, el mayor criminal de la historia policial argentina.
Gallo encarna a un joven tímido y frágil de carácter que en su fanatismo por emular a aquel sociópata asume el rol de narrador omnisciente, defensor acérrimo y en algunos pasajes, a través de una empatía y mimetización que dan cuenta de los límites de la locura y el deseo, encarna la voz del monstruo: "Las primeras muertes fueron por placer, las otras por necesidad". Una necesidad que por momentos apela a una sensibilidad exquisita para con su amigo y cómplice e incluso hasta con sus propias víctimas: no hay maldad o estúpida frialdad psicópata sino un deseo legítimo que lo emparenta con la divinidad.
A la excelente actuación de Gallo hay que sumarle su destreza para manipular durante la obra (que no es corta), las luces, los videos y la música que acompañan los textos; actividad que en ningún momento altera la narración ni desnaturaliza la escena, sino que opera como parte de ese mínimo mobiliario y despliegue escénico que se plantea a modo de tensión y drama.
El relato de las muertes es exhaustivo: cómplices, lugares, personas, violaciones, golpes, dolor, placer, apatía…, todas las historias se cuentan como suceden, sin premeditación ni angustia, sino desde una normalidad tan aterradora como esa que autoriza matar bichos molestos. Así lo explica y vive este fanático, cuyos gestas retratan los asesinatos atroces de Puch; solo en el final Loza apela a una anécdota que le ocurrió a otro famoso homicida, El Petiso Orejudo, quien mata al gato que se había convertido en la mascota de los reclusos del Penal de Ushuaia, hecho que la historia ubica como causa de su posterior muerte a manos de sus compañeros. En la versión de Loza la anécdota se reedita solo para justificarla: el gato se había comido a un pájaro que cuidaba como a un hijo.
"Matar cansa" de Santiago Loza. Dirección: María Belén Pistone. Con Maximiliano Gallo. Esta obra estuvo en cartel en Córdoba durante 2013 y será repuesta en la primera mitad del año 2014 en esa ciudad.
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