2 de diciembre de 2011

CINE | "La mala verdad" de Miguel Ángel Rocca | Nada peor que una ausencia presente

 Por Guillermina Gandola


Abuso de poder, ocultamientos, silencios, miedos e iras contenidos son el eje de La mala verdad, film sugestivo pero contundente. El relato es narrado desde una perspectiva contemplativa y nos presenta, poco a poco, las torturas que tiene que soportar Bárbara, una niña de 12 años, dueña de una mirada perdida, ojos color cristal que buscan y esperan; y a quien le han quitado el derecho a la niñez y sobre todo, a una identidad. 

Bárbara vive, no por casualidad, con su madre y abuelo en una casa donde el silencio es el ruido y no hay lugar para los juegos. Tampoco fue casual que se encontrara con Sara, la psicóloga de su escuela quien sabrá observar lo que hasta ahora se evadía; Bárbara no es sólo una niña de 12 años y tiene un problema que descubrir.

En su primer largometraje,  Miguel Angel Rocca tiene en claro qué es lo que quiere contar y cómo hacerlo: los movimientos de cámara al ritmo de las miradas de los protagonistas, primeros planos que cuentan una historia de sentimientos y la música, crean una atmósfera por momentos tan intensa que dan ganas de intervenir y gritar, gritar desesperadamente hasta que alguien por fin escuche. No hay nada peor que una ausencia presente. 

La problemática que nos plantea esta película descansa en la sumisión (por miedo o conveniencia) y la hipocresía en pos de mantener un “orden familiar” que manipula y enferma las mentes y la cotidianidad de sus integrantes. El silencio y la ceguera se convierten en un cáncer que invade poco a poco a las víctimas hasta dejarlas sin fuerza para gritar y pedir ayuda.    

Sin duda, se dará la identificación con situaciones, sentimientos y atmósferas, circunstancias que nos resultarán ya conocidas porque al fin y al cabo nadie está exento de las complejas relaciones familiares. Dejaremos la vida en fotograma con un sabor amargo, con la garganta cerrada, porque la verdad es muy densa y difícil de digerir, pero vale la pena pasar por el mal trago y poder así elegir lo que somos y lo que queremos ser. 

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