Por Florencia Fangi Boggia
Foto: Alicia Rojo
En un castillo medieval de altos muros y ventanas mugrosas, viven aislados un mariscal y su monstruoso sirviente. Allí corren rutinariamente los días de este alto cargo militar jubilado pero no retirado, dispuesto a volver a armarse cuando sea prudente, con pijama cuando se tiene que ir a dormir, vestimenta informal para estar de entrecasa y fajina para los momentos de gran porte, tal como lo manda el protocolo: la imagen de Videla siendo un viejo choto y decrépito pero pidiendo a la Nación que “se defienda”, e Igor, su esclavo jorobado y deforme, de dientes amarillos y ojos grandes. No tienen amigos ni personas cercanas, la sociedad los ha condenado a su propio castillo cual cárcel domiciliaria, sólo les queda el dinero que alguna vez robaron cometiendo todo tipo de barbaridades. Allí, esperan el día en que puedan volver al poder las fuerzas que alguna vez los apañaron.
Tal parece que el momento ha llegado: se ha roto esa maldición que los ataca y alguien quiere conocer la historia de este “héroe nacional”, y escribir un libro con todas sus proezas. Un joven llamado Wolf, periodista de morral al costado, se muestra tan interesado en su vida y obra que el mismo mariscal decide albergarlo en su casa, para que conozca todo desde adentro. Sin embargo, esas no son las verdaderas intenciones del nuevo habitante del castillo sino que es alguien más del pueblo que ha decidido hacer justicia por mano propia y denunciar a estos dos siniestros seres.
El escenario es alargado, recortado por las luces que enfocan el centro. Los extremos son para los clowns, dos divertidos personajes que rompen la cuarta pared y se meten con el público desde el principio. No forman parte de la historia en sí, pero intervienen en ella como ayudantes de escena o como silenciosos cómplices observadores. Son el placebo a la crueldad de la escena principal, ellos agregan una cuota de humor y alivio.
Manuel Gaspar propone desde la dirección evidenciar el detrás de escena. La separación del escenario con la parte de atrás está dada por una cortina de tiras de colores e incluso es fuente de gritos y voces, por lo que el espacio nunca está del todo cerrado. Siempre hay un detrás, que a veces parece inocente pero que sostiene la parte que efectivamente se puede ver. La basura no se limpia con barrerla debajo de la alfombra.
Mísero bufo denuncia ante el mundo las barbaridades del mundo, especialmente las atrocidades cometidas en (y por) la última dictadura argentina. Los nombres de sus protagonistas no están librados al azar sino que cada uno es el símbolo de algo acontecido. Es una historia dura que da varios giros dramáticos que generan risa y espanto en los espectadores, y toda la puesta está orientada a ello.
Mísero Bufo, de Luis Sáez. Direccion: Manuel Gaspar. Con Héctor Ruiz, Horacio Lasivita, Franco Rovetta. Asistentes de escena: Juan Manuel Charadia, Franco de Nicotti. Iluminacion: Ricardo Sica. Escenografia: Jackie Ferreira. Asistente de escenografía: Fernanda Blengio. Vestuario: Vanesa Strauch, Lisandro Outeda. Asesoramiento en pelea: Ariel Sicorsky. Asistente de dirección: Luli Cabral. Produccion ejecutiva: Marina Llousas. Viernes, 21 hs. Teatro El Popular, Chile 2080. Entrada: 100$. Hasta el 14/11/2014.