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19 de marzo de 2015

CINE | "La danza de la realidad" de Alejandro Jodorowsky | Érase una vez un niño



"Tú y yo solo habremos sido recuerdos, nunca realidad. Algo nos está soñando, entrégate a la ilusión, vive".


Por Natalia Maya


Hace falta mucha realidad para inventar la fábula de la propia infancia, pasarla por los lugares más oscuros, ensuciarla y traerla de nuevo al presente con ojos revueltos.

Después de veinte años fuera del cine, Alejandro Jodorowsky vuelve a la historia de su infancia en el pueblo de Tocopillas, Chile, donde se crió. La danza de la realidad es muchas cosas además de una película autobiográfica con fuertes pinceladas de surrealismo, es ante todo un desierto y su metáfora, un campo donde el caos del recuerdo produce imágenes de todos los colores y las formas posibles. El lugar donde desfilan los referentes de una vida: padre y madre como las piezas centrales de un juego que determina y destruye para abrir la línea de fuga hacia el futuro. Un padre ateo, tirano y comunista que sueña derrotado en un mundo de discursos vacíos bajo la dictadura de Carlos Ibáñez; el hijo, alter ego de Jodorowsky, aprendiz sujetado con violencia a la verdad paterna, encontrará en la obediencia un actor de amor; en el golpe, el único lugar donde puede volverse visible para su rey.

La película explota la dimensión ilusoria, viaja multidimensionalmente para ritualizar el olvido,  volverlo una ceremonia de goce y  sanación: ser feliz también en el drama, hacerlo visible, transformarlo en espectáculo, poesía y refugio. El adulto Jodorowsky abraza a su propio niño, lo recuerda en su condición de fantasía, tal vez la única dirección que la memoria pueda transitar en la versión de sí misma.