Por Cecilia Perna
Enviada especial al 29º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata
Hoy, con el desayuno, me enteré de que Branco sai, preto fica ganó el premio a mejor película latinoamericana y me alegré. La vi ni bien llegué, y me resultó extrañamente convocante.
Prensentada como un documental sobre la represión que la policía ejerció en los bailes de Ceilândia, un barrio pobre de las afueras de Brasilia, en la década del 80, la película invita a sumergirse en un universo extraño, donde el documental entra en tensión con la construcción ficcional -lo que ya tiene cierto recorrido en el género documental brasileño-.
Si el universo espacial que la película nos hace recorrer tiene reconocibles rasgos de las afueras de las urbes latinoamericanas, la construcción formal del film está, desde el principio, plagada de elementos típicos de las distopías cyberpunk ochentosas: sonidos, planos, iluminación y encuadres que activan la memoria de la ciencia ficción de los 80.
Tres personajes habitan la película, uno en silla de ruedas transmite desde una radio en un sótano, vieja música en vinilos y los recuerdos de los bailes de su adolescencia: la gente, las aventuras, la represión policial. Otro personaje, con una pierna ortopédica, deambula por los suburbios, también revisando sus memorias de la época, el modo en que perdió la pierna, abajo de los caballos de la policía montada. Fotos y objetos aparecen allí, como en una suerte de biodrama. Estos dos son personajes de sí mismos que, narrando, dejan también a sus cuerpos narrar la propia historia.
Pero hay un tercer personaje, alguien perdido en el espacio-tiempo, adentro de una nave-container y recopilando datos en un cuaderno sucio, de espirales desvencijados. Un personaje que viene de un futuro amenazado, para buscar testimonios que hagan justicia por aquellas víctimas de la represión policial. Pero las mismas víctimas son las que construyen la amenaza: durante toda la película fabrican una bomba de música villera, para soltar en una brecha del espacio-tiempo y destruir el futuro para siempre.
Adirley Queirós, el director, nacido en Ceilândia, nos contó luego de la proyección cómo había sido la génesis de la película. Recibió un subsidio del Estado para hacer el documental y fue a plantearle a Schockito, el nostálgico locutor de radio, que quería hacer un documental sobre el modo en que la represión policial lo había dejado en silla de ruedas. Pero él le contestó que todo eso había quedado atrás, y que no quería hacer un documental, sino una película, una verdadera película, donde pudiera “volar y todas esas cosas”. Por eso el director le propuso transformar el documental en unas suerte de Blade Runner. Y en ese desafío se embarcaron: con poco presupuesto, cuerpos marcados por el dolor y trabajo acumulado en la alegría, salió esta película genial por lo desafiante, por lo descocada y bellamente construida. Me alegra que cuando el dolor se transforma en un delirio liberador. Para eso son las historias.
Branco sai preto fica (2014) de Adirley Queirós, Brasil, 93'.