Por Alba Ermida
Foto: Queli Berthold
Será que realmente la historia es cíclica o que el autor de Amarillo, Carlos Somigliana, era un visionario, pero el texto dramático, escrito en 1959, no se queda en absoluto fuera de la actualidad política, y no sólo argentina. Haciendo una trasposición a un pasado que por remoto no es tan diferente, Somigliana escribe el ascenso al poder de Cayo Graco por votación popular y las intrigas y conspiraciones intrínsecas a un gobierno que beneficia a los pobres.
De la puesta en escena de Andrés Bazzalo, lo más destacable por sorprendente y medular es el vacío que reina durante la obra. Ni un sólo objeto, ni un sólo decorado. Sólo cuerpos transitando el espacio, ocupándolo y modelándolo. Y de ello sólo se extraen ventajas: por un lado, facilita la comprensión del texto, de por sí denso y difícil, pues ayuda a la concentración en la palabra, y por otro, magnifica la actuación de los actores, la resalta y la luce. También el vestuario es llamativo y remite a los trazos de actualidad que desprende la obra: todos visten ropa contemporánea blanca, pero en el corte de las prendas de cada personaje se representa perfectamente el estamento romano al que pertenece.
Aunque el final es quizás vaticinable porque la tragedia le confiere poder narrativo a la historia, no se pierde el interés pues lo que tiene valor dramático es el proceso. Una trama complicada, entretejida a base de miserias, debilidades y pasiones humanas, que crece en tensión y en intensidad dramática. Unos personajes que de esbozos van deviniendo en pinturas detalladas de tipos humanos que actúan en base al egoísmo propio del instinto de supervivencia. Y un final que se repite a lo largo de la Historia: los pobres seguirán siendo pobres porque de su pobreza depende la riqueza de los ricos.
También la música y efectos sonoros son impactantes. Acordes a los momentos en que se hacen notar, los cajones suenan a música y suenan a guerra, a batalla, a violencia, a veces quizás por encima de la declamación. Una declamación de la que, si hay que criticar algo, sigue un ritmo estrepitoso que llega a atropellarse dentro de la mente del espectador, ya que el texto es complejo, los parlamentos largos y la trama enrevesada. Y la iluminación, que en ausencia de utilería y decorado se transforma en un elemento narrativo de gran potencia de significado, subrayándolo a veces, cuestionándolo otras, también ejerce su poder simbólico. Una iluminación de tonos cálidos que pinta el vestuario blanco de un amarillo pálido que remite permanentemente al título de la obra.
Y es que el amarillo, como color del oro, de la ambición y la avaricia, de la traición y la envidia lo tilda todo.
"Amarillo" de Carlos Somigliana. Versión y dirección: Andrés Bazzalo. Con Guillermo Berthold, Joaquín Berthold, Rafael Bruza, Luis Campos, Daniel Dibiase, Adriana Dicaprio, Heidi Fauth, Sergio Pereyra Lobo, Hernán Pérez, Sergio Surraco, Miguel Terni, Daniel Zaballa. Vestuario y escenografía: Carlos Di Pasquo. Diseño de luces: Fabián Molina. Diseño sonoro: Malena Graciosi. Asistencia de vestuario: Romina Cariola. Asistencia de dirección: Florencia Salto. Producción ejecutiva: Rosalía Celentano. Jueves, viernes y sábado, 20 hs. Domingo, 18 hs. Teatro del Pueblo, Av. Roque Sáenz Peña 943. Entrada: $100, Jueves $50. Hasta el 3 de agosto.