Por Guillermina Gandola
Imaginémonos una gran carpa en medio de la oscuridad de la noche iluminada por la débil luz de unas pocas estrellas tímidas. Adentro de esa gran estructura de poleas, tirantes y lonas, actores, acróbatas, músicos, bailarines y un payaso buscan ser una de esas luces eternas para brillar en los ojos de sus espectadores y producir el aplauso genuino que los libere de su condena: realizar la última función programada y que nunca pudo ser. Pero para que haya aplausos se necesita espectadores y en ese pueblo solo habita el recuerdo.
En medio de resignaciones, heridas abiertas, discusiones por la falta de público y dolores individuales más profundos, aparece desde el polvo del pasado Tanya, antigua trapecista del Circo y amante de su dueño que vuelve para recuperarlo.
El dueño del Circo se enfrenta con el desafío de generar en su antiguo amor el aplauso liberador, difícil tarea para un circo en decadencia que ha perdido la magia de la vida. Pero no hay mejor cura para los males que una frase dicha y oída a tiempo algo así como que la ficción es el actor secundario cuando comparte escenario con la realidad. El presentador lleva a los integrantes de la compañía Imperial a actuar sus vidas, para que la desgracia haga nacer a la risa y que del dolor se produzca el aplauso anhelado.
Desilusiones, creada por Nicolás Pérez Costa, es una obra sobre la vida humana porque todos internamente buscamos un aplauso que nos haga sentir libres de ser meras sombras que viven por vivir y poder salir así de ese lugar intermedio que está entre la vida y la muerte.
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