Por Sandra Ferreyra
Los opas, escrita y dirigida por Daniel Dalmaroni, es, en efecto, otro drama burgués. En él convergen, en distintos niveles y de maneras diversas, las tradiciones escénicas de ese género dominante del teatro argentino. La familia como protagonista, la sala como el espacio de la acción, las figuras paternas como punto de partida de la intriga y la muerte como posibilidad en ese mundo inmediato y conocido. A esto se agrega el procedimiento del travestismo para representar la vejez femenina, un recurso muy conocido para el espectador.
En una casona derruida, en la que la ausencia de mobiliario se impone, tres hermanos se encuentran para planificar la muerte de su madre. Durante la última década, las vidas de Ernesto, Mario y Ana se han encaminado hacia la decadencia. Con un tosco gráfico pegado en la pared, el primogénito (autor intelectual del plan) sintetiza el proceso: la pérdida de la casa, de la pareja, de los proyectos. La madre octogenaria, enferma desde hace diez años, es señalada como la causa fundamental de ese devenir; esperando el final de la madre empiezan a vislumbrar los propios y deciden hacer algo.
Con un manejo magistral del humor negro como principio constructor del lenguaje, Dalmaroni muestra cómo para estos tres hijos la planificación y ejecución del matricidio es un giro existencial, un acontecimiento que le da sentido a sus vidas, que les devuelve el deseo. Esto se ve especialmente en Ana, cuya transformación se manifiesta en el vestuario y en el maquillaje. La participación en el artificio del crimen, la posibilidad de crearse una vida a partir de ese artificio, hace de estos “opas” (silenciados por la verborragia y el egocentrismo materno) sujetos de una acción siniestra, pero acción al fin. Los apagones y la música que separan las escenas imprimen un ritmo interesante, vertiginoso, que se sostiene hasta llegar a un final dual y cínico, a un cierre muy eficaz.
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