Por Eugenia Guevara
Michelangelo Antonioni, que revolucionó al cine, le dijo a Godard en 1964: "quiero contar historias diferentes con medios diferentes". En esa frase pensé todo el tiempo mientras veía El futuro, la película española que para nosotros es candidata a ganar el BAFICI, y se me hizo mucho más presente cuando al final recordé el final de El eclipse, quizás la más bella y perfecta película de Antonioni. Ambas terminan sin los personajes, con una sucesión de planos fragmentarios de la ciudad. Al menos en El eclipse algunos de los escenarios se correspondían con los que Vittoria y Piero habían transitado. Además, sabíamos que ellos eran Vittoria y Piero, conocíamos la oficina de él, la mamá y el ex novio de ella, mientras que casi nada sabemos de los personajes de El futuro: no tienen nombre, son cuerpos y rostros hermosos, adornados y vestidos de manera fascinante; son energías, conductas y a lo mejor, si alcanzamos a escuchar algo de lo que dicen también son ideas, anécdotas, discusiones, banalidad, canción. Son jóvenes de fiesta en un departamento, en 1982, cuando el Partido Socialista y Felipe González habían ganado las elecciones en España.
Antonioni y un premio en BAFICI porque El futuro hace lo que todo cine independiente y moderno debería hacer. Poner en cuestión la forma, la fórmula, el cómo se ha de contar una historia que, además, aún no ha sido contada. Una historia a la que llamamos "historia" porque la convención nos obliga - como también los llamamos "personajes"- porque en realidad aquí no hay historia. O sí, está toda la historia, y eso de alguna manera se explicita en la secuencia final y en la que desfilan varias fotos de familiares en el pasado. Y qué excitante hablar de Antonioni, y de una película que se llama El futuro, y que también se trata de gente que no hace nada, porque las películas del maestro italiano, se dice, son las del después, de lo que queda cuando ya lo importante ha tenido lugar. Y acá viene entonces El futuro (que podría incluso integrar un grupo de films antonionianos del período revolucionario, el de La Aventura, La noche y El eclipse), una película sobre el antes, porque lo importante no era la horrible dictadura franquista y el pasado, sino el futuro, ese que parecía prometedor mientras la música tecno, los chupitos, los porros, el tabaco, la cocaína, los besos y las charlas se desparramaban. Aunque los agujeros negros del montaje final anticipan algo más de ese futuro, al mismo tiempo que remarcan, junto con las imágenes de la ciudad que van volviéndose contemporáneas, esa "mirada desde el hoy" de la que habló al presentar la película en el festival, su director, Luis López Carrasco.
Filmada en 16 milímetros, lo que le da una tonalidad y una textura dorada ideal, alterna primerísimos primeros planos de los jóvenes, como si estuviera espiándolos, con algunos planos generales compuestos magistralmente como vemos en la foto de apertura de esta crítica. Renoir, Antonioni, Fassbinder, todos aparecen en esos encuadres maravillosos donde las capas de invitados a la fiesta actúan simultáneamente. En realidad más que espía, la cámara es una más esa noche que parece no tener final al igual que el espectador, a quien solo le falta oler y beber, fumar, aspirar. Todo lo demás se le presenta tan nítido, tan cercano, tan familiar y tan atractivo que lo absorbe y lo integra.
El futuro rompe las convenciones narrativas y de estilo, como solían hacerlo los modernos. Precisamente Godard tapó los diálogos de sus personajes con música. Aquí, los diálogos, gritados a causa del volumen de la música - verdadera protagonista y verdadera historia de esta película, un soundtrack que nos encantaría tener; la canción clave es Nuclear sí de Aviador Dro - van de la astrología a la política, pasando por las drogas, el sexo, el "rollo personal" y la cuestión de la ETA. Esos diálogos, de todas formas, no importan, están destinados a ser otra cosa, entremezclándose con la música: un campo de sonidos donde el espectador debe tomar decisiones y hacer esfuerzos como con las imágenes.
En un panorama general de producción cinematográfica donde la convención reina incluso en el denominado cine de arte, películas como esta, y como las de Tsai Ming Liang, cuyo Stray dogs hizo felices a nuestros amigos en el BAFICI y no logramos ver, nos devuelven la confianza y el amor por el cine, nos hacen pensar al mismo tiempo que nos hacen reír, y con todo eso, nos hacen tremendamente felices.
Antonioni y un premio en BAFICI porque El futuro hace lo que todo cine independiente y moderno debería hacer. Poner en cuestión la forma, la fórmula, el cómo se ha de contar una historia que, además, aún no ha sido contada. Una historia a la que llamamos "historia" porque la convención nos obliga - como también los llamamos "personajes"- porque en realidad aquí no hay historia. O sí, está toda la historia, y eso de alguna manera se explicita en la secuencia final y en la que desfilan varias fotos de familiares en el pasado. Y qué excitante hablar de Antonioni, y de una película que se llama El futuro, y que también se trata de gente que no hace nada, porque las películas del maestro italiano, se dice, son las del después, de lo que queda cuando ya lo importante ha tenido lugar. Y acá viene entonces El futuro (que podría incluso integrar un grupo de films antonionianos del período revolucionario, el de La Aventura, La noche y El eclipse), una película sobre el antes, porque lo importante no era la horrible dictadura franquista y el pasado, sino el futuro, ese que parecía prometedor mientras la música tecno, los chupitos, los porros, el tabaco, la cocaína, los besos y las charlas se desparramaban. Aunque los agujeros negros del montaje final anticipan algo más de ese futuro, al mismo tiempo que remarcan, junto con las imágenes de la ciudad que van volviéndose contemporáneas, esa "mirada desde el hoy" de la que habló al presentar la película en el festival, su director, Luis López Carrasco.
Filmada en 16 milímetros, lo que le da una tonalidad y una textura dorada ideal, alterna primerísimos primeros planos de los jóvenes, como si estuviera espiándolos, con algunos planos generales compuestos magistralmente como vemos en la foto de apertura de esta crítica. Renoir, Antonioni, Fassbinder, todos aparecen en esos encuadres maravillosos donde las capas de invitados a la fiesta actúan simultáneamente. En realidad más que espía, la cámara es una más esa noche que parece no tener final al igual que el espectador, a quien solo le falta oler y beber, fumar, aspirar. Todo lo demás se le presenta tan nítido, tan cercano, tan familiar y tan atractivo que lo absorbe y lo integra.
El futuro rompe las convenciones narrativas y de estilo, como solían hacerlo los modernos. Precisamente Godard tapó los diálogos de sus personajes con música. Aquí, los diálogos, gritados a causa del volumen de la música - verdadera protagonista y verdadera historia de esta película, un soundtrack que nos encantaría tener; la canción clave es Nuclear sí de Aviador Dro - van de la astrología a la política, pasando por las drogas, el sexo, el "rollo personal" y la cuestión de la ETA. Esos diálogos, de todas formas, no importan, están destinados a ser otra cosa, entremezclándose con la música: un campo de sonidos donde el espectador debe tomar decisiones y hacer esfuerzos como con las imágenes.
En un panorama general de producción cinematográfica donde la convención reina incluso en el denominado cine de arte, películas como esta, y como las de Tsai Ming Liang, cuyo Stray dogs hizo felices a nuestros amigos en el BAFICI y no logramos ver, nos devuelven la confianza y el amor por el cine, nos hacen pensar al mismo tiempo que nos hacen reír, y con todo eso, nos hacen tremendamente felices.
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