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2 de julio de 2015

TEATRO | "La Pilarcita" de María Marull | Realismo interior



Por Eugenia Guevara
Foto: Sebastian Arpesella

Seguramente la estética realista sea la de mayor peso en el teatro argentino – al menos en el que se hace y se ha hecho en Buenos Aires - y obras como La Pilarcita de María Marull, que se presenta con gran éxito los viernes en El camarín de las musas, muestran uno de los caminos que aquella poderosa tradición recorre hoy. La acción transcurre en el patio, habitado por una pelopincho, un juego de jardín y unas ropas danzantes en la soga, de una casa en un pueblo de Corrientes. Pero en realidad, no es simplemente una casa, también es una especie de hotel, ya que hay una habitación que justo cuando la obra inicia acaba de ser ocupada por una mujer de Santa Fe, con un hombre mucho mayor que ella. Eso le cuenta Celina a Celeste, su amiga y colaboradora en el “hotel”. Los visitantes han llegado en la víspera de la jornada que inspira la pieza, el día de “la Pilarcita”, una santita milagrosa a la que hay que ofrendarle una muñeca para que de curso al deseo del creyente. 

La obra está construida a partir lo charlado: fundamentalmente por los personajes femeninos que no dudan en intimar pronto, abriéndose a la otra. En el caso de las amigas, esos relatos se construyen desde el conocimiento y la confianza; en el caso de Celeste y Selva, la huésped, que se harán confidentes y cómplices, desde la intuición y la necesidad. Por eso, y ya que lo hablado es todo, resulta muy preciso e interesante, al mismo tiempo relajado, el registro que se construye para cada personaje, lo que se refuerza con las interpretaciones. Lucía Montiel da vida a una molesta y chismosa -pero también cálida y franca- Celeste y es un poco alrededor de su personaje y el de Selva que se teje la trama. Como Selva, en el cuerpo de Luz Palazón, insegura y relegada, Celeste no tiene muy en claro qué es lo que quiere. Y Selva tampoco, solo sabe que quiere a Horacio, su compañero de viaje, y eso es lo que la ha sostenido desde hace muchos años. Completa el cuadro donde reinan la siesta y la noche, siempre el calor, Hernán (interpretado por el ascendente Julián Kartun), el hermano de Celina (Paula Grinszpan),  estudiante en la ciudad, de regreso para participar del concurso de Compuesto de la fiesta de la Pilarcita. El no hablará en serio casi nunca pero podrá cantar y contar con una guitarra que parece serle inextirpable. 

La Pilarcita de María Marull tiene puntos en común con Vuelve de Paula Marull, que María protagonizaba. Las hermanas mellizas que un diario porteño definió como "brillantes"  están creando una producción que dialoga intertextualmente con la de la otra. Ambas vienen a mostrar un realismo que por lo general está ausente de la cartelera del off de Buenos Aires: uno que instala temáticas muy comunes para los del "interior"; líneas narrativas que plantean la cuestión de ser ajeno en una ciudad, o de ser de un pueblo o de ciudad, o de la provincia o de la capital, de irse o de quedarse, de realizarse, cumplir sueños o abandonarlos, con el peso de la procedencia. Un realismo de las entrañas de la patria, específicamente del litoral, que se aleja del estereotipo y expone personajes verosímiles. En el caso de La Pilarcita se suma además el mérito de un minucioso trabajo realizado sobre el habla, tanto desde el texto, como desde la actuación.

La Pilarcita” de María Marull. Con Paula Grinszpan, Julián Kartun, Lucía Maciel, Luz Palazón. Vestuario: Jam Monti. Diseño de espacio: Jose Escobar, Alicia Leloutre. Asistencia de vestuario: Betina Andreose. Asistencia de dirección: Sofía Salvaggio. Producción: Natalia Di Cienzo. Dirección: María Marull. Viernes 21 hs. Camarín de las musas, Mario Bravo 960. Entrada: $130, $90.