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28 de noviembre de 2015

TEATRO | "Amorfo (Golem)" de Hernesto Mussano | El miedo


 Por Alba Ermida

“¿Cuál es la forma de tu miedo?” Esa pregunta, inquietante, terrorífica por su poder pronosticador, es el disparador de Amorfo (Golem), una creación que propone un teatro no de trama -como es habitual en Buenos Aires- sino de sensación.

Tres actores, tres cuerpos que mutan, que se deforman, la carne que se vuelve angustia, el miedo al dolor físico que pre-ocupa al cuerpo, el miedo a la soledad que persigue a la mente. La ausencia de palabra, la falta de estructura, de forma que desconcierta y desampara y asfixia al público. Y al protagonista: la psiquis le crea mundo imaginarios laberínticos y terroríficos.

Todos los elementos escénicos contribuyen a esta sensación inquietante. El vestuario, con tintes decimonónicos -contemporáneo al autor en cuya obra está basada la obra-, propone una estética visceral: el traje masculino que deja ver el torso, la vestimenta femenina que sólo muestra la enagua. Sin embargo, los rostros se muestran cubiertos, incluso el del protagonista, que se ve deformado por una media que lo desfigura. Actores que parecen objetos, que se mimetizan con ellos, que se convierten sus extensiones.

Potenciado por un colchón sonoro de acordes disonantes, de notas graves sostenidas tanto tiempo que el oído pide, por favor, la resolución, aunque ello implique el salto en el asiento.

La originalidad de la dirección, que apuesta por lo descarnado del escenario: una caja negra sin nada, sólo las luces, que cuelgan, como faroles. Sin embargo, a medida que el miedo avanza en la mente del protagonista, los objetos se apoderan de la atención. Aparecen multitud de ellos, sin conexión ni contexto, como si fuese un limbo donde aparecen y se van, un vacío que el miedo se encarga de llenar con formas, texturas y tamaños que encarcelan al personaje. La mano de Valeria Dalmon en la creación de los objetos tiene su cúlmen en el títere informe de colores varios y textura indefinible que se mueve a los tumbos y que finalmente se yergue para preguntar “¿cuál es la forma de tu miedo?”.

El diseño de la iluminación es el pilar básico de la construcción de estas sensaciones que aumentan hacia la desesperación por la imposibilidad de encontrar escapatoria. Los actores manejan desde de la escena los tachos, integrados en la puesta como faroles, y con ellos pintan y recortan y hacen montaje del plano al que el público tiene que prestar atención. Y cuando no pueden tomar con sus manos la luz, un sistema de poleas muy sofisticado consigue iluminar desde el ángulo indicado cada imagen. 

Y al final la palabra viene a dar sentido a todo, o casi: el protagonista -¿será el propio Meyrink?- se había confundido de sombrero y vivió en su piel -¿o en su mente?- los temores de su dueño. 

"Amorfo (Golem)" de Le Fou, Gustav Meyrink. Dirección: Hernesto Mussano. Intérpretes: Pablo Maidana, Guillermo Tassara, Joaquín Tato. Vestuario y objetos: Valeria Dalmon. Sonido y Musicalización: Matías De Stéfano Barbero, Florencia Viceconte. Video: Stella Maris Santiago. Técnica y luces: María Clara Chardín, Pablo Maidana. Domingo 21 hs. Espacio Cultural Pata de Ganso, Zelaya 3122. Entrada: $100. Última función: 29 de noviembre de 2015.

12 de octubre de 2012

TEATRO | "Un estereotipo" de Rocío Antúnez Rubio | Bailando para soñar


Por Lía Noguera

Desde chicos nos enseñan cómo comportarnos, cómo decir, qué decir, cuándo. Esa educación también opera sobre el cuerpo: se pretende y privilegia un cuerpo dócil, disciplinado, sujetado y los espacios para su mostración son apenas unos pocos. El arte en general, y la danza y el teatro en particular, son los espacios en los cuales el cuerpo se hace presente y se explota su capacidad significativa y comunicante para que aquello que se relega en el plano social se haga presente y produzca encuentros y quizá, tal vez, acontecimiento: un momento único,  irrepetible, fugaz, que amplifique nuestra conciencia histórica y se pretenda como experiencia cuasi política, diría Alain Badiou. Pero ¿qué pasa cuando ese espacio de liberación del cuerpo comienza a ser más y más regulado? ¿Qué sucede cuando el cuerpo comienza a ser cada vez más encorsetado y su liberación solo se logra a partir de la ruptura con la regla impuesta? Sobre esto, pero también mucho más, reflexiona la obra de danza- teatro de Rocío Antúnez Rubio, Un estereotipo, interpretada por Nicolás Martín Besasso.

Un cuerpo en escena, una tarima, dos torsos de maniquíes y una pantalla gigante son los componentes que integran el espacio escenográfico de la obra y que desde su específica disposición en el escenario logran condensar un continuum de relatos que se vuelven uno a partir del encuentro entre la voz y el cuerpo del bailarín, por un lado, y la voz y el cuerpo de su coreógrafo, por el otro, que se hace presente mediante su proyección en la pantalla. A partir de esta relación mediatizada, ambas muy bien interpretadas por Besasso, vemos discurrir una disputa entre la sujeción y la liberación del deseo, un intento por escapar a la palabra de la autoridad, y sobre todo, una añoranza: que la práctica artística no se vuelva un fósil. Es interesante cómo el discurso del coreógrafo aparece parodiando a todo un aparato discursivo propio del mundo televisivo de los tan conocidos realities: es imposible no pensar en los jurados de Soñando por bailar, Operación triunfo, Talento argentino, entre tantos otros. Así, y a través de este procedimiento, la obra pone en cuestión la autoridad de la palabra legitimada y pretende desmembrarla así como ella misma desmiembra los cuerpos que se someten a su regulación. En este sentido, los torsos de los maniquíes se vuelven la traducción y la resultante de todo un entramado de prácticas correctivas sobre el cuerpo, y que al cabo de aceptarlas, produce fragmentos y sobre todo inmovilidad. 

Pero a pesar de ello, nuestro bailarín sigue danzando, continúa fiel a su deseo de expresar su idea de lo que es la danza, lo que es el cuerpo libre, a pesar de que la palabra de su coreógrafo lo sancione. Sin embargo, cada sanción se convierte en motor de una nueva disrupción corporal, que alcanzará su momento cúlmine en el intenso baile final de la obra, dejando expuesta una sensación de posibilidad y resistencia que aún la danza puede explotar. Un estereotipo a romper, un estereotipo a derribar y todo ello en pos de un sueño de libertad. 

"Un estereotipo", dirigida por Rocío Antúnez Rubio. Intérprete: Nicolás Martín Besasso, Composición musical: Fabián Kesler. Asistencia: Victoria Keriluk, Antonieta Diomedi. Viernes de octubre 21 hs, Espacio Pata de Ganso, Zelaya 3122. Entradas: $45, $35.