Por Sandra Ferreyra
Durante el gobierno de Isabel Perón, una agrupación, formada por militantes expulsados de Montoneros por “fierreros”, planea y ejecuta el secuestro de la presidenta. El problema es que parece haber acontecido una confusión: la mujer que tienen en su poder dice ser Isabel Pavón, una mucama de la quinta de Olivos muy parecida a la “señora”. La frustración de este ambicioso acto revolucionario y la necesidad de resolver el problema desata una serie de desopilantes acciones y reflexiones en el marco de un discurso militante que muestra más su capacidad de construir ficciones que de cambiar la realidad. Es en esa exhibición de la ficción detrás de la historia en donde más se luce el trabajo del autor y director, Daniel Dalmaroni, y de los actores.
La trama de El secuestro de Isabelita es un entretejido de fantasías. La fantasía de una mucama y su novio, jefe de maestranza de la quinta de Olivos, quienes se ponían la ropa del General y su mujer para hacer el amor en el despacho presidencial; la de los operativos, en los que los militantes “actúan” ataques de epilepsia y estrategias de seducción; la de los nombres de guerra de los militantes, identidades ficcionales que se arman y se desarman en el pasaje de una agrupación a otra; la de las asambleas y los juicios revolucionarios que son verdaderas puestas en escena. En el verosímil de la militancia todo esto es posible, y más.
El absurdo en el que vive este grupo de jóvenes se cierra con una de dobles. Un jardinero cuenta la historia del brujo y el doble de Perón y abre otras posibilidades para el desarrollo de la izquierda peronista: otra ficción, en la que un hijo ilegitimo del General encabeza el movimiento revolucionario que impide el golpe de estado y devuelve el poder al pueblo. En un final, que abrupta y conmovedoramente cambia el clima, vemos como queda trunca esta nueva utopía.
Lejos de ser una burla, la parodia de la militancia que Dalmaroni compone ahonda en uno de los sus aspectos más interesantes: la capacidad de imaginar y creer lo imaginado, la incesante creación de mundos posibles y deseables.