Por Alejandro Dramis
El hombre elefante es real y ficticio. A pesar de que la evidente contradicción de esta frase pretenda anular su sentido, la obra efectivamente transita por esa controversia.
Podría decirse que el hombre elefante es lo que se ha dado conocer cruelmente como un freak; un ser-espectáculo que habita un circo ambulante de fenómenos y rarezas, tal como aquellos personajes reales que protagonizaron la película Freaks (1932) del director Tod Browning, pieza cinematográfica que trajo consigo más de una discusión acerca de la manipulación llevada a cabo por el director sobre las personas con deformidades y características atípicas en ella. El hombre elefante parte desde un lugar similar e instala una discusión en esa misma dirección, aunque a diferencia de aquella extraña y legendaria obra de Browning, lo hace desde un plano enteramente ficcional.
Y así afloran dilemas varios: ¿hasta dónde existe una solidaridad genuina en el trato desinteresado con una persona que sufre con la pena de cargar con serios problemas que determinan el curso de su vida emocional, física y social; y hasta dónde ese mismo trato, en principio "desinteresado", puede ser utilizado para beneficio propio, fama personal, reputación, etc.? ¿Hasta dónde la conmoción forma parte de un sentimiento genuino, y hasta qué punto no es más que una herramienta de la que nos podemos servir para sentirnos mejores personas, inflar nuestros egos y expiar nuestras culpas sin importarnos el bienestar del otro, del que realmente sufre en silencio? Frente a estas y otras preguntas, la obra ofrece varias alternativas para una reflexión compleja, no libre de ambigüedades y por demás enriquecedora.
Con reconocibles referencias y reminiscencias al magistral y primer largometraje dirigido por David Lynch del cual se sirve en variadas oportunidades, la pieza dirigida por Daniel Suárez Marzal utiliza una escenografía austera, de época, cuyo predominio de los tonos grises permiten recomponer aquel triste —y, justamente por eso— bellísimo y melancólico blanco y negro de la versión bidimensional de Lynch. Con un elenco destacable, en el que sobresale la presencia de Alejandro Paker y su impecable manejo y manipulación del cuerpo y la voz, junto al multifacético Raúl Rizzo y la solidez actoral y escénica de Marcelo Xicarts, la obra se destaca también por la calidad de su producción en un registro deudor de la escena del Broadway norteamericano o del West End londinense; formato que acostumbran presentar los espectáculos masivos de alta producción de la calle Corrientes y los cuales, en algunas oportunidades como esta, permiten disfrutar de otros registros actorales y escénicos que complementan y enriquecen la visión del espectro global que ofrecen las tablas que conforman la red de los teatros porteños.
“El hombre elefante” de Bernard Pomerance. Dirección: Daniel Suárez Marzal. Con Alejandro Paker, Gustavo Garzón, Raúl Rizzo, Graciela Tenenbaum, Marcelo Xicarts Y Julieta Cayetina. Jueves y viernes a las 21 horas, sábados a las 21. 30 y domingos a las 20 horas. Teatro Astros, Av. Corrientes 746. Entradas: $130, $190.