Por Guillermina Gandola
Quien ama la vejez ama al niño, quien la acepta juega, quien la ignora es un árbol seco y amargo que ha muerto en el olvido.
Don Carlos Calostro Meconio es un payaso de 84 años que tiene la tristeza del tango impregnada en la mirada y en su voz ronca. No es para menos, su situación es poco feliz. Se encuentra solo internado en un geriátrico con problemas de alzheimer y de retención urinaria. Sin embargo, este morrudo octogenario tiene cualidades que lo salvan de esta situación tan gris: su humor y ternura.
Gracias a ellas este personaje crítico, decidido (y muchas veces indiscreto) se gana la amistad del público que pasa de ser mero espectador a cómplice de su discurso estableciendo un lazo de amor que se va acrecentando a través de sus anécdotas, los tangos cantados a viva voz y su visión de la realidad. Este vínculo que logra Walter Velázquez es, sin duda alguna, la clave para que su monólogo trascienda la mera performance y se transforme en un acto de intensa reflexión sobre complejos tópicos.
El profesionalismo y la trayectoria clownesca de Velázquez le permiten ser versátil, no solo desde la palabra sino también desde su lenguaje corporal logrando (en cuestión de segundos) hacer reír a carcajadas hasta desprender la lágrima más pesada. Una vez que la voz de la experiencia sobre el mundo ha hablado, ya no es posible hacerse el tonto, el desentendido sobre los problemas inherentes al ser humano y a la “modernidad”.
Es que la risa muchas veces sale a borbotones para tapar un dolor muy agudo como la muerte, la vejez, la insensatez y la incertidumbre. Don Carlos es la risita histérica y desenfrenada frente a la desesperación en un funeral, es la risa trasformada en atraco mientras la gente come. Velázquez logra con gran elocuencia y humor exponer la realidad tal como se presenta… Compleja y absurda. Con vejez, enfermedades, guerras constantes e interminables mientras alguien escribe una reseña, se come un pedazo de pizza o hace el amor.
Como en un tango, Don Carlos recapacita sobre la inocencia perdida, sobre la televisión (esa infinita pantalla endemoniada y multiplicada por millones), habla de las guerras defensivas, ofensivas, “preventivas”, las guerras civiles. Pero, sobre todo, este payaso enfermo perdido en un geriátrico recapacita sobre la inevitable ancianidad y sus vicisitudes y les pregunta a los espectadores cómo se imaginan cuando sean ancianos, de qué manera les gustaría llegar. Las respuestas son variadas y en todas ellas habitan los sueños que nunca mueren y el amor, necesario para poder seguir viviendo.
Dirección y actuación: Walter Velázquez. Vestuario: Soledad Galarce, Melania Lenoir. Diseño de luces: Ricardo Sica. Audiovisuales: Lucía Kearney, Rodolfo Weisskirch. Fotografía: Alejandro Palacios. Dibujos: Valeria Stilman. Asistencia de dirección: María Jimena López. Arreglos musicales: Luis Sticco. Producción ejecutiva: Andrea Feiguin. Sábados a las 21. Guapachoza, Jean Jaures 715. Hasta el 16 de marzo de 2013. Entrada: $50.
2 comentarios:
Este hombre es uno de los artistas mas talentosos y generosos que he conocido en mi vida. Mi admiración y cariño siempre!
Hermoso y conmovedor espectáculo, de uno de los clowns mas talentosos que conozco!!!!
Publicar un comentario