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16 de abril de 2013

TEATRO | "¡Llegó la música! de Alberto Ajaka | Y la banda siguió tocando



Por Lía Noguera

La orquesta de cámara oficial de un teatro municipal porteño se reúne para ensayar una pieza del compositor ruso Dimitry Shostakóvich, que será presentada ante un grupo de programadores internacionales, quienes si la aprueban, llevarán de gira por Europa a estos músicos. Mientras ellos esperan el arribo del director y de un compañero (con gran prestigio y reconocimiento en el ámbito internacional) que actuará por única vez en Buenos Aires, comienzan a suscitarse la polaridad de discursos que articulan la última obra de Alberto Ajaka, ¡Llegó la música!, que se presenta en su teatro Escalada en el barrio de Villa Crespo. Desde este margen del circuito de los teatros independientes de Buenos Aires, rodeado de talleres mecánicos y casas especializadas en repuestos automotores, como es la calle Warnes, Ajaka propone una obra que constantemente está tensionando entre lo culto y lo popular, así como también exhibe los usos y abusos que operan desde el Estado en relación con el arte. 

La tensión entre lo culto y lo popular es constante, pero si bien por momentos se presenta como fórmula dicotómica, por otros, lo hace como una síntesis de sus elementos. Por ejemplo -y una vez llegado el director de la orquesta (una especie de “chanta” que ha decidido amoldarse a los devenires paupérrimos del teatro y que reconoce que él está allí gracias a sus políticas “amiguistas” con el director teatral)- la orquesta intenta ensayar su pieza mientras que del piso superior se escuchan de manera incipiente los ecos de una banda de cumbia que ensaya en su mismo horario. Ante esta música “bárbara”, la banda reacciona y logra silenciarla a partir de la intervención del director. En este caso, la orquesta funciona como un reaseguro del arte culto y se propone como un “nosotros elitista” que se separa de un “ellos barbarizado” (la música popular). Sin embargo, y paradójicamente, cuando los músicos no están tocando y hablan de sus cotidianidades y sus elecciones a la hora de preparar una cena de bienvenida para el compañero que llega de Europa, observamos cómo las aguas comienzan a mezclarse. Comer un asado o un guiso remite a un sentimiento y un gusto por lo popular y nacional que unirá al grupo y lo enfrentará, en un principio con el nuevo músico “seudo extranjero” que tiene una mirada europeizante y encima es vegetariano.

Es muy interesante que la música de la orquesta, la materialización de la “alta cultura”, es representada por los actores sin instrumentos musicales y esta elección de representar la sonoridad mediante una ausencia funciona como un anticipo sinecdótico de los desenlaces de los conflictos dramáticos de la puesta. Pero el avance de lo popular sobre lo culto, no solo quedará relegado en el plano musical, como dijimos, atravesará a cada uno de los personajes (incluso al nuevo, al “extranjero”) y provocará un resurgimiento de pasiones cuando una huelga del personal del teatro impida que se produzca el concierto. Ante esta imposibilidad, las polaridades que se establecen entre todos los personajes, los nueve músicos, el director y el personal de seguridad del teatro, se relativizan y el objetivo es uno: tocar su música a “pesar de” y “contra todo”. 

La resistencia que caracterizaba de manera individual a cada una de las microhistorias que narran los músicos, se vuelve una resistencia coral y política. Porque si el destino de la orquesta, hacia el final de la pieza era el ser acallada, la alianza de individualidades se vuelve potencia (no importa el éxito o el fracaso de esta empresa) y logra, a pesar de que no lo haga de la forma pretendida, ser escuchada. Así, apelando a la metateatralidad y la autorreferencialidad, la puesta de Ajaka aboga por reflejar un actual estado de la cuestión entre la política y el arte, en su intento de degradación y vaciamiento de los lugares y sujetos artísticos. Además, y con una dramaturgia y dirección de actores heredera del teatro de Ricardo Bartís, en el final de ¡Llegó la música! podríamos escuchar los ecos de uno de los personajes bartisianos de El pecado que no se puede nombrar que dice: “Perder un sueño es como perder una fortuna, qué digo, es peor. Nuestro pecado es haber perdido nuestros sueños. Sin embargo hay que ser fuertes (…). Esa es la verdad, mañana, la vida no puede ser esto. Habrá que cambiarla aunque haya que quemarlos vivos a todos.”  

¡Llegó la música! de Alberto Ajaka. Actúan: Gabriela Saidón, Leonel Elizondo, María Villar, Karina Frau, Luciano Kaczer, Julia Martínez Rubio, Gabriel Zayat, Sol Fernández López, Andrés Rossi, Gabriel Kogan y Mariano Sayavedra. Escenografía y Vestuario: Rodrigo González Garrillo. Iluminación: Adrián Grimozzi. Edición de sonido: José Omar Ajaka. Musicalización: Alberto Ajaka, Martín Laurnagaray. Operación técnica: Alex Alan De La Cruz. Fotografía: Gaspar Kunis. Asesoramiento musical: Carmen Baliero. Asistencia de dirección: Georgina Hirsch. Lunes y viernes, 21 Hs. Teatro Sala Escalada, Remedios Escalada de San Martín 332. Entrada: $60/$40.