Por Mauricio Bertuzzi
Década del ’80. Los electrodomésticos irrumpen los hogares argentinos y
duran más que el gobierno de Alfonsín. El Magiclick garantiza la chispa
por 104 años y el Grundig es “caro pero el mejor”. La heladera Aurora
viene con novedoso freezer y se promete eterna. Por eso, Luis Alberto
Spinetta la cuela en una canción y Alejandro Finzi la incluye en una
obra de teatro. Tecnología en la vida cotidiana y en el arte.
Este universo cotidiano, tecnológico, se presenta con humor negro en La montaña, cuarta canción del disco Peluson of milk de Luis Alberto Spinetta.
Hablaré con el jardín,
hablaré con el que se fue.
Todos quieren mi montaña,
todos quieren mi montaña.
De la mitad de las sombras
la mitad partida siempre...
Solo quedan las alturas,
solo quedan las alturas,
Trepen a los techos ya llega la aurora,
trepen a los techos ya llega la aurora.
Andaré por el corral,
donde no hay cautivos ya.
Pagarán por mi montaña,
pagarán por mi montaña...
Comeré lo que comer,
dormiré y me afeitaré.
La montaña es la montaña,
la montaña es la montaña...
Trepen a los techos ya llega la aurora,
trepen a los techos ya llega la aurora.
El tema adquiere otro sentido en el videoclip. Allí, el artista intenta atravesar un campo arrastrando un palo alrededor de una montaña de ropa sucia. O como explica Spinetta en Martropías de Juan Carlos Diez: “Un ser que tan trabajosamente lleva atada su propia conciencia, su designio. Es el personaje que arrastra esa madera sin sentido, en torno a la montaña de ropa, que es lo que se fue…”
Sobre el final del clip una humilde familia trepa a la terraza de su casa baja para festejar abrazada la llegada del flete que trae la heladera. “¡Es que durante 30 años te pasaron la misma propaganda! (explica). Entonces la Aurora ya no es la aurora, es una heladera. Y para esa gente representaba una doble aurora. No sólo subir al techo a ver la aurora, sino, además, recibir una heladera.”
Alejandro Finzi incluye una vieja heladera en su obra de teatro ¿En cuánto se derrite un cubito?, editada en Historias de un abuelo que vive lejos de sus nietos. Habitáculo último del último pedazo de glaciar que sobrevive en la Tierra.
Si bien no lo explicita, todos sabemos que ese personaje alto y con freezer es “su” heladera, una Aurora que al día de hoy conserva sus alimentos. “Una Aurora de la época en que los artefactos se fabricaban y duraban para siempre”, como se encarga de resaltar en cada entrevista.
Esa heladera teatral tiene “cartelitos, un calendario del año pasado, corazoncitos de ají, una ballena dada vuelta que al respirar deja deslizar sus gotitas aceitosas por toda la puerta. La ballena es un imán de goma. No está rodeada de kril sino de otros imanes de donde cuelgan siniestras facturas de luz y de gas… Imanes que ya se caen y donde hay números de teléfono que no quieren resbalar: reclaman una primera llamada a la enamorada, imploran otro al heladero; una urgente al plomero y la última, a la empanada (y todos sabemos de la urgencia finziana con el plomero).
En el texto, el viejo Jerónimo entabla una conversación salvadora con un cubito de hielo solitario, habitante único de la “eternidad de las cubeteras”, en un congelador que “no es la cueva del gigante Fingal. Esa queda en Escocia y entre las notas de una sublime obertura de Felix Mendelsshon.”
Finzi siempre da atención especial a la música y exige especial atención a los decorados sonoros de sus obras. En este caso, además de la cita mendelsshoniana la conversación entre el viejo y la heladera se interrumpe con los maullidos cortos en Si bemol y largos en La sostenido mayor de una gata.
Como Mendelsshon, Finzi y Spinetta parecen románticos pero son profundamente clásicos. Y en palabras del poeta patagónico, “el arte es la única forma de explicar la realidad”.
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