Por Mauricio Bertuzzi
Jacobo Fijman es un poeta maldito que, en la Buenos Aires de mediados de siglo pasado estuvo 28 años en un psiquiátrico sometido a electroshocks y otras prácticas “normalizadoras”. En la obra de teatro Molino rojo o un camino alto y desierto, Alejandro Finzi sitúa al poeta en el hospicio, donde ha recalado, detenido por la autoridad.
El acta de detención de Fijman destaca entre sus pertenencias: “77 libros de distintos formatos en encuadernación rústica y 9 libros en encuadernación especial, de distintos temas”.
En el “loquero”, entre enfermeras, médicos y quijotes, “entre la oscuridad y el silencio” en el que se perciben las voces “siniestras y desenfrenadas” de los habitantes del hospicio, “la tenebrosa palabra del editor”, una voz en off omnipresente, organizadora del relato, interrumpe el griterío.
La voz del editor es “tenebrosa, temible y oscura”, agónica y espantosa, y reclama los originales de un futuro libro de poemas que Fijman esconde entre sus ropas a lo largo de la obra. Trata de convencer al poeta:
“Fijman, por favor, no trate de esconder los originales. Es completamente inútil (…) Ahora he venido a llevármelos a la imprenta (…) Sólo sus manuscritos. Démelos. Usted ya sabe. ¿Imagina, acaso, la distribución que vamos a hacer de la obra? Nadie, nunca, soñó semejante distribución para su libro. Nuestra organización, estimado Fijman, es la más completa, la más vasta, inconmensurable, eficaz. La organización más perfecta de promoción y difusión a la que un poeta puede aspirar.”
“¿Sus otros libros? –sigue la voz del editor- ¿Quién se acuerda de ellos?: simples tiradas de 500 ejemplares, pagados por usted, con puchos de dinero que guardaba de esos trabajos miserables que conseguía ocasionalmente, o esos trabajos de maestro de francés, cuando deambulaba por las escuelas enseñando lo que podía, juntando monedas para pagar página por página de ediciones que nadie leyó nunca, que no interesaron a nadie.”
“Aquí lo que interesa es lanzarlo a usted como el gran poeta, el gran desconocido poeta al que nadie, jamás, comprendió”.
“Entonces aparezco yo, el editor, el único capaz de descubrir un talento injusta pero irremediablemente olvidado”.
Así, el editor, en la obra prologa y cuenta la vida de Fijman sin obedecer los pedidos de silencio del poeta.
En la obra teatral no se devela si el libro es finalmente editado.
Un libro que resiste el paso del tiempo a través de resistibles e irresistibles ediciones es Las flores del mal, de Charles Baudelaire. Su primer editor es Auguste Poulet-Malassis, famoso impresor parisino. Esta obra poética y la novela Madame Bovary de Gustave Flaubert son juzgados en 1857 por ultraje a la moral y a las buenas costumbres.
Es la época en que, paradójicamente, todas las librerías comienzan a tener vidrieras, para exhibir la mercancía.
Charles Baudelaire pierde el juicio y se pasa la vida tratando de aclarar que su libro, aunque hubiera sido condenado por inmoral, es “profundamente moral”.
Poulet-Malassis es un claro ejemplo que refleja el oportunismo comercial que debe tener un editor: comercializa en la capital francesa una edición del libro censurado y sigue vendiendo “al resto del mundo” la edición íntegra de Las flores del mal al doble del precio original.
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