12 de junio de 2013

TEATRO | "Humores que matan" de Woody Allen | Infidelidades al infinito


Por Leonardo Maldonado


En Central Park West, tal el nombre original de la pieza, concebida en 1995, Woody Allen no deja de plantear una serie de temas que evidentemente lo obsesionan. Temas que trata y repite inteligentemente en cada una de sus películas; temas-estrella que se han convertido en la marca registrada de sus obras. La infidelidad, el desamor, la incomunicación marital, la indolencia, la frustración, las relaciones de clase, el suicidio y la mediocridad de la vida cotidiana entre otras temáticas no menos desalentadoras, se enmarcan y resumen en un tópico catastrófico al que siempre le imprime un tono patético: el fracaso rotundo de las relaciones humanas en un mundo al que es difícil encontrarle un sentido.  

El disparador de la acción tiene lugar cuando Phyllis (Soledad Silveyra), una célebre psiquiatra reconocida en el ámbito académico, llama desesperada a su tonta amiga Carol (María Valenzuela) no sólo para contarle que Sam (Edgardo Moreira), su marido, la ha dejado por otra mujer sino para investigarla. Si bien no tiene pruebas fehacientes para involucrarla, tan sólo una intuición palpitante, un par de equívocos de Carol, su extraño comportamiento ante algunas preguntas, y dos o tres deducciones le bastan para incriminarla. 

A medida que la acción transcurre, la ironía y el sarcasmo se imponen en los diálogos y el absurdo en las situaciones. ¿O acaso tiene sentido que Phyllis, que dedica su vida a escuchar y encaminar problemas ajenos, los de sus pacientes, no pueda resolver el suyo? ¿Cómo es que desde hace años vive con un hombre con el que apenas mantiene relaciones sexuales y con el que casi no habla? Y lo que es peor aún, ¿por qué siente que su vida, esa vida patética e infeliz que llevaba, se ha derrumbado? 

A diferencia de gran parte de las comedias de enredo donde el humor se genera a partir de situaciones que intentan esconderse (generalmente se trata de infidelidades cometidas por hombres o de malentendidos relativos a la identidad de un personaje) y que por ende terminan complicando a sus protagonistas, Allen apuesta al juego contrario: cada uno de los personajes se hace cargo de sus acciones. Así, Carol y Sam no niegan su aventura. Y para regocijo de Phyllis, Carol no niega haberse enamorado perdidamente de Sam, y él no niega que la haya usado como a otras tantas mujeres. El maníaco depresivo marido de Carol, Howard (interpretado por un Gonzalo Urtizberea camuflado como Woody Allen, piloto y gorro incluidos) y la nueva amante de Sam, Juliet (una poco convincente Juana Schindler), llegan en los momentos menos oportunos para el desarrollo del drama, lo que equivale a decir, en el momento preciso para el avance de la comedia. 

El humor sarcástico de los diálogos, la perspicacia y el patetismo de las situaciones, las insinuaciones de promiscuidad, y la crítica mordaz a la burguesía liberal acomodada logran que la pieza tenga una clara reminiscencia a algunas obras de Oscar Wilde. Probablemente la traducción deje a un lado los giros de lenguaje propios de Allen y que el inglés se permite para el humor, y agregue y exacerbe los insultos para de algún modo acriollar el texto. Las actuaciones de Silveyra y Valenzuela no están exageradas ni afectadas por el tono habitual del culebrón televisivo; transitan sus personajes de modo eficaz y creíble. La escenografía del lujoso piso neoyorkino desobedece las leyes de la física y de la arquitectura en tanto aquí todo se comba: las paredes, el cuadro, la puerta, la biblioteca. Allen sabe bien que no hay existencia posible si la vida no se comba un poquito a veces.

"Humores que matan" de Woody Allen. Versión de Fernando Masllorens y Federico González del Pino. Producida por Javier Faroni. Con: Soledad Silveyra, María Valenzuela, Edgardo Moreira, Gonzalo Urtizberea y Juana Schindler. Actualmente de gira por distintas ciudades del interior del país. 


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