10 de julio de 2012

TV | "En terapia" por la TV Pública | Últimas sesiones en (y frente a) el rojo diván



Por Leonardo Maldonado

Muchos son los hallazgos de En terapia, la miniserie de origen israelí cuya adaptación argentina coproduce y emite la TV pública de lunes a viernes a las 22.30. Uno de ellos es el formato, cuya originalidad reside en presentar por capítulo –de casi 30 minutos- la sesión psicoanalítica que mantiene el analista Guillermo Montes (Diego Peretti) con un paciente determinado. De este modo, el típico suspenso de las tiras televisivas no se resuelve de bloque a bloque, de un día para el otro o de un viernes para un lunes. Más allá de algunas breves elipsis, el tiempo ficticio construido en cada capítulo tiende a coincidir con el tiempo real de la emisión. Por otro lado, esta rígida estructura se flexibiliza en momentos clave de la historia personal de Guillermo y permite tanto la inclusión de otros personajes (su familia, por ejemplo, o la aparición del padre de uno de sus pacientes) como cambios en los días de aparición de algún que otro protagonista (Gastón y Marina, por ejemplo). 

A nivel dramatúrgico, los aciertos también son notables. Las historias relatadas en el sillón rojo de tres cuerpos van creciendo de maneras diversas y ganando una intensidad dramática fuerte. A medida que los personajes transitan las sesiones, van produciendo pequeñas transformaciones: cambian su mirada sobre determinados aspectos de sus vidas, su relación con los otros, revelan o descubren actos o emociones de ellos mismos que no sospechaban o no se animaban a verbalizar, y también, fundamentalmente, reflexionan sobre el propio proceso terapéutico. 

En ese sentido, la tira derrocha ejemplos. En su primera sesión, Martín (Leonardo Sbaraglia) demuestra su desacuerdo completo con el espacio analítico y le plantea a Guillermo que a él no le sirve para nada; sin embargo, sesiones más tarde, una vez que se ha producido el aborto de Ana (Dolores Fonzi) y la ha abandonado a causa de una infidelidad, concurre por su cuenta con la imperiosa necesidad de narrarle –reconoce así que Guillermo es su terapeuta– lo que siente y se quiebra delante de él. Los casos de Gastón (Germán Palacios) y de Clara (Ailín Salas) también plantean, aunque por otros motivos, esta cuestión: ambos acuden obligados para que él les redacte un informe que acredite que se encuentran psicológicamente estables para, en el caso de él, retomar su trabajo en la policía, y en el de la adolescente, probar frente a una empresa aseguradora de autos que la joven no intentó suicidarse. 

La puesta en escena es sencilla, austera: utilización de plano-contraplano, pocos y leves movimientos de cámara –generalmente semicirculares–, proliferación de primeros planos de los protagonistas, y a veces una breve musicalización incidental, o el sonido de la lluvia con lejanos truenos de tormenta, que colaboran en la creación de climas apropiados. En Terapia no necesita efectos especiales espectaculares como explosiones o choques automovilísticos, ni el uso de un montaje rápido y discontinuo, ni demasiados exteriores. Le bastan dos consultorios recreados escenográficamente verosímiles, buenos diálogos y actores sensibles. 

Las palabras expresadas en los tonos justos y adecuados junto con las mínimas e íntimas expresiones de los rostros de los actores registrados por la cámara en primeros planos dan cuenta del notable trabajo de Alejandro Maci como director del ciclo. La economía gestual que imprime a sus actores se acerca más al trabajo actoral realizado en el mundo cinematográfico que en el televisivo. Tanto las ríspidas discusiones como los encuentros cordiales entre pacientes y analista se representan a la manera del western: como verdaderos duelos actorales. El rostro de Sbaraglia enrojece de rabia, se le humedecen los ojos, lagrimea. El intento de autocontrol y la sostenida gelidez de Fonzi se resquebrajan cuando Guillermo le recuerda el aborto espontáneo. La mirada de desprecio de Gastón hacia el analista se transforma en su última sesión en una que es de pleno agradecimiento. Los ojos de Lucía (Norma Aleandro) alternan hacia Guillermo una continua vigilancia y un intenso desafío intelectual. Los gestos tranquilos y controlados de Guillermo frente al paciente que escucha se intercalan con miradas de incomprensión hacia su esposa (Alejandra Flechner) y otras de deseo incontenible hacia Marina, la paciente de la que no puede aceptar que está enamorado. Aquí, el erotismo de Cardinali se imprime con la fuerza arrolladora de una combinación tan explosiva como ingeniosa: la histérica freudiana unida al arquetipo de la femme fatal del cine clásico. Pero sin duda, la gran revelación es la joven Ailín Salas, que desde XXY (Lucía Puenzo, 2007) no deja de perturbar la pantalla. 

¿Qué podría reprochársele al ciclo? A nivel técnico, el sonido, sobre todo en relación con los planos sonoros y los volúmenes de las voces de los personajes. En relación con los diálogos, en algunos casos suenan forzados, o son teatrales (en el sentido de artificiosos), o la adaptación de la versión yanqui no los favorece (por momentos utilizan frases o dichos que claramente son de uso corriente en el inglés americano). Los analistas podrían criticar el tratamiento de la transferencia erótica, el uso del mecanismo de la Imago y la relación entre paciente y analista. Si bien la serie desmitifica la concepción de psicólogo ideal, se podrían objetar varias cuestiones: la ruptura de la situación asimétrica, el maltrato y los cuestionamientos al saber de Guillermo, el modo en que se registran los pagos (Gastón y Martín le tiran el dinero en la mesa) o la propia agresión de Guillermo a un paciente. 

Finalmente, llama la atención, en relación con la difusión del ciclo y las críticas posteriores, que antes del comienzo, los medios hegemónicos (Clarín y La Nación) lo anunciaron con bombos y platillos. Sin embargo, las críticas se hicieron esperar más de la cuenta, sobre todo si se tiene en cuenta que en la mayoría de los casos ellas se publican dos o tres días después de comenzado el programa (caso Condicionados, la tira de Pol-ka que edulcora la industria pornográfica con su habitual costumbrismo y que evidentemente no le está dando buenos resultados, tal como lo comprobaron los abruptos finales de Lobo y la segunda temporada de Los Únicos). Es interesante, en este sentido, la crítica de Pablo Sirvén en La Nación: es tan fiel a la línea editorial del medio para el que trabaja que no escatima rodeos para expresar la buena calidad del programa y en vez de centrarse en él alude a programas emblemáticos de la televisión argentina del pasado que también poseían muchas de las bondades que presenta En Terapia. Es evidente que Sirvén no quiere decir que la televisión pública puede producir un buena miniserie: de calidad técnica y dramática, original y de interés adulto. 

Me pregunto si los organizadores del próximo Martín Fierro se atreverán a incluir en una terna como actriz protagónica dramática a Norma Aleandro, Julieta Cardinali y Mirtha Legrand, esta última por La dueña. Probablemente lo hagan: el cambalache de la televisión seguirá su curso por siempre. Quizá tal vez ninguneen el ciclo, como lo han hecho Clarín y otros grandes medios impresos –en Página/12 se le realizó una entrevista a Peretti– al no publicar críticas posteriores a su lanzamiento. En fin… lo único malo de En Terapia es que sólo nos resta contemplar, a sus fieles seguidores, los últimos encuentros de esta semana. 

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